POR FERNANDO LEIVA BRIONES, CRONISTA OFICIAL DE FUENTE-TÓJAR (CÓRDOBA)
Que sepamos, ya no hubo más hallazgos en Los Villarones hasta cinco años más tarde. En 1976 se removió de nuevo el terreno mediante cultivadores y se hoyó la finca para plantar olivos. 1977 fue el año más prolífico de la arqueología tojeña. Amador Calvo Leiva entregó en abril un lekithos ibero que se había encontrado en la citada finca en un montón de tierra. La tarde del 16 de agosto, entre dos luces, mi esposa Consuelo Fernández y yo vimos que en el hoyo de un plantón había numerosos trozos cerámicos y que hacia la mitad de la concavidad asomaban más tiestos y la panza de una vasija. Limpiamos los alrededores y nos sorprendió al ver que teníamos delante un copioso ajuar ibérico de hacia el s. IV a.C.: urnas cinerarias, vasos y copas, arreos de caballo, una punta de lanza, una campanilla, tijeras de esquilar, pinzas de depilar… Anotamos los detalles. Volvimos al día siguiente y acabaríamos de recoger los materiales que permanecían en el loculus gracias a la ayuda de Manuel Calvo Sánchez y al apoyo de don Antonio Sánchez Pimentel, Secretario de la Cámara Agraria local y custodio de los materiales que iban apareciendo en el pueblo. Los siguientes días nos dedicamos al lavado de la cerámica y al casamiento de los tiestos de la misma. Posteriormente reconstruimos el enterramiento.
Tumba 2ª.- El 28, muy de mañana, de nuevo visitamos el lugar, reparando que bajo una piedra asomaba un tiesto fracturado recientemente, a su lado había otros y otros. Limpiamos la cubierta de tierra y a medida que avanzábamos iban surgiendo más fragmentos, platos enteros, panzas de vasijas… Y ayudado por los hermanos Francisco y Manuel Ruiz González nos hicimos con una punta de lanza de hierro y un regatón del mismo metal, un lacrimatorio o ungüentario, siete urnas con sus correspondientes tapaderas o platos cerámicos y un buen puñado de cuentas de pasta vítrea que ensartaríamos después formando un collar.
Tumba número 3: Al día siguiente volvimos a la necrópolis. En el centro de varias piedras que formaban un aparente círculo sobresalían varios objetos férricos que descansaban sobre un plato: una hoja de hierro de aspecto triangular plana y delgada y dos nervios de escudo –caetra- conteniendo una falcata dispuesta en sentido E-O (empuñadura-extremo distal). Junto a éstos se encontraban una punta de lanza de hoja foliácea muy mal conservada y un asidero de caetra. De entre todos los elementos recogidos, sin lugar a dudas, la pieza más excepcional era una falcata que, a pesar de estar incompleta, las placas de refuerzo de la guarda, como se comprobaría posteriormente tras su limpieza, las tenía damasquinadas de plata con una hoja de hiedra y otros signos difíciles de precisar enmarcados en cenefas compuestos por una banda de ese metal coronada por otra, también de plata, con dientes de sierra, detalles éstos que vienen a confirmar, por un lado, el alto estatus social del difunto y, por otro, el carácter apotropaico del arma. Una vez que hubimos conseguido recuperar las pertenencias de este tercer enterramiento, después de reflexionar sobre los hallazgos, de hacer un análisis crítico de los hechos y percatarnos que nos encontrábamos ante una vasta necrópolis, el primer planteamiento que nos hicimos fue denunciar lo acontecido a las autoridades competentes (ver 3ª parte).