POR CATALINA Y FRANCISCO SÁNCHEZ Y PINILLA, CRONISTAS OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA)
Es el tiempo en el que el frío y la lluvia, junto con las zambombas, las panderetas, los dulces girando alrededor de las fiestas, y las candelas son los protagonistas, conformando lo mejor del invierno y trayéndonos a la memoria los cuentos que el abuelo al calor del brasero contaba con placidez a sus nietos arropados con bufandas y abrigos.
En invierno, el pueblo huele a olivo quemado, a frituras cocinadas con especias, a hinojo y a aceitunas frescas. En muchos hogares producen el calor en candelas de leña de olivo y el fuego en un suave vaivén ilumina los rincones de la casa, mientras que, la llama que se extingue en fogonazos, le da movimiento y vida momentánea a objetos invisibles.
En los tejados las chimeneas forman una sucesión de bocas alineadas, que al anochecer parecen ponerse de acuerdo para soplar un humo caliente, gris y luminoso; es el humo de la combustión de la leña que sube y se mezcla con la atmósfera calentándola y extendiéndose en ella, la que cuando sopla el aire solano forma una especie de niebla y de nuevo el humo baja a la superficie llenando las calles de su perfumado olor a olivar.
Son muchas las familias, las que, durante las faenas de corta del olivar transportan y almacenan ramas y troncos troceados del olivo para consumirlos haciendo fuego durante el invierno, y aprovechar el calor que produce su transformación en llamas y ascuas como fuente de energía para luchar contra el frío que, durante la noche nos deja las escarchas, las que en muchas ocasiones llegan hasta congelar el agua estancada en barreños, lebrillos y pilas que pasan la noche a la intemperie.
Es el tiempo de las reuniones familiares en mesas camillas con braseros. Se juega al parchís, a las cartas y al ajedrez. El invierno incorpora también, la Navidad, Año Nuevo y Reyes, que atrapa el espíritu de los cristianos con la presencia de belenes presidiendo los hogares, estimulando las conciencias para que las zambombas y panderetas, las candelas y los dulces hagan su presencia.
Por estas fechas, antaño se producía una movida febril en el pueblo que mantenía ajetreado al vecindario: a los hornos y panaderías acudían las mujeres muy temprano para hacer roscos, pestiños, perrunas, magdalenas, etc. con un ir y venir de lebrillos, canastos y platos con especias aromáticas, con huevos para batir y formar las masas de los sabrosos dulces, de los que se escapaban unos olores empalagosos inolvidables.
Las amas de casa, aunque no había mucho donde escoger, siempre seleccionaban los productos para preparar una comida especial en estas fiestas. El conejo, la gallina, el pavo y los zorzales eran lo más apetitoso y lo que más escaseaba. Los comercios textiles iluminaban y engalanaban sus escaparates con las mejores prendas de vestir, promocionando sus ofertas de precios, y reservando siempre el mejor rincón para instalar un belén como gancho, y mucha gente pasaba a verlo.
Por los años 1940 los belenes eran casi artesanales, los niños hacíamos la mayoría de las figuras de las que se componía: los animales con greda y los secábamos al sol; los arroyos con trozos de cristal, poniéndoles debajo papel plateado, arena y algunos chinos; la ribera la verdeábamos con musgo y verdín del terraplén próximo al Anzarino y de la ribera del río Guadalquivir, y los cerros los hacíamos abruptos con mocos (carbón petrificado que recogíamos en las entrevías, del que soltaban las máquinas de vapor del tren).
Desde unas fechas anteriores a la fiesta, los muchachos nos reuníamos y formábamos corrillos para ensayar villancicos, bien en las afueras del pueblo o en el patio de las casas, y el día 24 de diciembre salíamos por las calles en grupos con zambombas, panderetas, almireces, etc. para pedir el aguinaldo de casa en casa, deleitando a sus moradores con cánticos navideños.
Un recuerdo especial lo tengo para doña Antonia Jurado, madre de mi amigo y compañero Alfonso Herrera Jurado, factor. Cuando aquella noche salí acompañado de Rafael Torralba Rael, Paco Nieto y Pedro Molina Elena, llamamos a la puerta de su casa, en la calle Juan Ramón Jiménez, y salió esta señora delgada con una toca gris sobre los hombros, y nos hizo pasar del zaguán de su casa a la habitación contigua, donde nos invitó a que cantáramos los villancicos que llevábamos en el repertorio con su hija Isabel, al humilde belén que tenía montado sobre un hule en una mesa, y nos obsequió con un plato de perrunas y pestiños, que nos supieron riquísimos. Salimos muy contentos y satisfechos de las atenciones que nos dispensó aquella mujer mayor de pelo gris, esbelto y muy cariñoso. De nuevo gracias, Antonia.
Las uvas de Año Nuevo comenzamos a tomarla años más tarde en mi casa, pues en mi niñez, a las diez ya estaba metido en cama, durmiendo plácidamente en un colchón de farfolla y no despertaba hasta que cantaba un gallo en el corral.
En las casas, por la noche, las mujeres le ponían asas a las cajas de cartón y papel rizado, pegado con gachuela en los bordes, convirtiéndolas en canastitos, que llenaban de almendras, dulces y calcetines para la noche de Reyes.
Otros juguetes que echaban los Reyes Magos, eran: patinetes, caballos y carritos, que los hacían de tablas y pintaban los aprendices de las carpinterías y que daban mucha alegría y jolgorio ese día. El portalibros, la cartera escolar, la pizarra, el aro y alguna pelota de goma, completaba la gama de regalos.
Así afloran en el recuerdo, los juguetes que traían los Reyes Magos en mi infancia, y que nunca se me rompieron. en el fondo de la memoria
El invierno es la estación más fría del año y en contra de su climatología, la que más calor acumula en el hogar familiar, y la más entrañable, en el los recuerdos lejanos se rejuvenecen contándolos alrededor de una mesa camilla con brasero y un gato sobre la falda de la abuela. Así conseguimos disfrutar dos veces la vida en familia.
El invierno, frío y festivo, si no existiera habría que inventarlo. Feliz Navidad a todos y un próspero Año Nuevo, pleno de salud.