POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Caminaba hace unos días, por los aledaños de «Las Cuatro Esquinas» cuando, de pronto, oigo el sonido de la sirena de una ambulancia. En estas calles angostas y empinadas de mi localidad, el sonido era mucho más intenso. Al instante, veo salir de la ambulancia a un médico y una enfermera con sus instrumentos de trabajo. Pregunto a una señora que pasaba por el lugar y me comenta que un uleano, omito deliberadamente su nombre, se encontraba gravemente enfermo y era preciso ser trasladado con urgencia al Hospital Morales Meseguer de Murcia.
Al cerciorarme que se trataba de un amigo de mi infancia, me acerqué a su domicilio para interesarme por el estado de su salud y, aunque estoy jubilado, prestar mi ayuda si fuera necesaria. Allí, merodeando alrededor de la cama del paciente, se encontraba un perro que contemplaba cuanto se le estaba haciendo a su «amo».
Tras hacerle una intubación y cogerle una vía sanguínea, se le trasladó en camilla hasta el lugar en donde estaba aparcada la ambulancia, junto a las cuatro esquinas del pueblo. Mientras acomodaron al enfermo en la ambulancia, el perro no hacía nada más que merodear alrededor del vehículo, emitiendo sonidos audibles de contrariedad. Sin pérdida de tiempo, la ambulancia puso rumbo hacia el Hospital, poniendo en marcha su imprescindible sirena.
El perro que, durante el tiempo que estaban acomodando a su «amo» en la ambulancia estuvo intentando subirse a la misma, acabó arañando el chasis del coche. Sí, el perro quería acompañar al paciente hasta donde le llevaran. Como es lógico, no lo permitieron y el coche se puso en marcha, tras hacer sonar su sirena. El perro siguió la estela da la ambulancia, corriendo y con la lengua fuera; sin dejar de emitir ladridos lastimeros.
Cuando el perro regresó a su casa, cansado y jadeando, no hacía nada más que merodear por la habitación de su amo. Sin cesar de dar vueltas, seguía dando ladridos que parecían un verdadero llanto.
Los familiares me contaron que la situación fue similar a cuando enfermó su madre y, también, tuvo que acudir la ambulancia para trasladarla al Hospital; en donde falleció.
El perro tenía grabado en su imperfecto intelecto, el drama ocurrido tiempo atrás y, desde entonces, cada vez que oye el sonido de la sirena de las ambulancias, se asoma al portal de la casa y, con un rictus que semejaba estar en trance, comienza a emitir ladridos lastimeros. «Parecía recordar la ausencia de su amo y lloraba por él».¡Tomemos nota los que consideramos que tenemos un intelecto más perfecto!.