POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
El Vado. De los tres lugares que quiero tratar, El Vado es del que solo queda el nombre, pues el poblado quedó anegado por las aguas de su embalse. Fue este un lugar por donde los viajeros y ganaderos cruzaban el río Jarama, Tras siglos de vida rutinaria, la novedad le vino en forma de Real Decreto, que decidía quesu existencia había terminado porque un pantano recogiendo las aguas del río serrano iba a construirse, y el nivel de las mismas supondría el ahogamiento del lugar. De ahí le viene hoy a El Vado ese machacón retumbe de adjetivos: el pueblo al que se le tragó las aguas de un pantano.
Fue en 1902 cuando surgió el primer proyecto de hacer una presa para retener las limpias aguas del Jarama, y abastecer Madrid con ellas. Dentro del “plan Gasset” (ministro de Fomento con el rey Alfonso XIII), y como reacción al triste 98, se hizo un proyecto inicial en 1910, y la luz verde para la presa la dio el gobierno en 1924, empezando a construirse en 1929, que fue cuando dieron inicio los expedientes de expropiación. Describía así el ingeniero la zona en torno: “La zona en la cual está enclavada la obra pertenece a una región de muy escasos caminos, pobre y despoblada”, como forma de justificar el despojo. La Guerra Civil paralizó las obras, que se reanudaron en 1940, contando entonces con el trabajo forzado de reclusos y presos políticos. En 1954 el general Franco asistió al acto de inauguración, viendo cómo se había colocado un gran escudo del Estado autárquico sobre el frontal de la presa. Las aguas subieron, y El Vado feneció. Hoy, cuando baja el nivel, se ven restos de casas, árboles desmochados, restos de un puente…
Junto al cabezal de la presa, un monolito que puso la Confederación del Tajo en 1951 recuerda al Arcipreste de Hita, aquel medieval clérigo llamado Juan Ruiz, que muchas veces cruzó el Jarama en sus correrías serranas, dejando unos versos que se han reproducido en el monumento:
Cerca de aquella sierra hay un lugar honrado, muy santo y muy devoto: Santa María de El Vado. Hice allí una vigilia, como es acostumbrado a honrar a María dediqué este dictado.
Un recuerdo de El Vado supone sacar algunas cifras a la luz: en 1591 había 23 vecinos. En 1752 El Vado tenía 83 casas y 58 vecinos. Y en el Madoz de 1850 se habla de 85 casas, 45 vecinos (un total de 215 almas, incluyendo las que vivían en Matallana y La Vereda). El cénit lo alcanzó en 1900, contando con 333 habitantes entre las tres aldeas. Y en 1970 se describe como “sin habitantes”. En el entorno había había ganadería: ovejas y cabras lo que más, pero también vacas, mulas, para el trabajo agrícola, y cerdos para la alimentación familiar. “La Cerrada”, “La Braña” o “El Robledo”, como sus propios nombres indican, eran parajes boscosos, que fueron paulatinamente deforestados. También hubo un puente cruzando el Jarama, que ya existía en 1590, y que muy posiblemente era de tipo pontonero, con dos cabeceras de mampostería, sobre las orillas, unidas por largos troncos de madera, de roble o sabina, cubiertos con un entablado de madera para el facilitar el paso. Allí había además, un gran molino, una fragua, una aceitería, una carnicería y una taberna.
Y, por supuesto, una iglesia, que es casi lo único que hoy recogemos al visitar esos pagos. Nuestra Señora de la Blanca o “Santa María del Vado” era el templo común, localizado a nos cien metros de la villa, en el paraje de Cerca de los Olivos, sobre el cerro de la Muela, una atalaya privilegiada sobre el río. Tenía dos entradas, muros recios, una bonita espadaña, y una nave ubica cubierta por entramado de madera, y lajas de pizarra. Era una auténtica “iglesia nagra” conforme a la arquitectura de la zona. Hoy es lo único que contemplar el viajero que alcance a llegar a esta fantasmal presencia de El Vado, y que aquí muestra en el espléndido dibujo que de sus restos ha hecho el ilustrador catalán Isidre Monés Pons.