POR ALBERTO GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE BADAJOZ
Una de las cuestiones que más protesta ciudadana levanta en Badajoz en los últimos tiempos, enfrentando a colectivos “vegetarianos” con el ayuntamiento y los técnicos tildados de arboricidas, es la tala o poda inadecuada de árboles en parques y otros espacios públicos.
La erradicación de los frondosos plataneros de Indias de la Plaza de España hace unas décadas, bajo excusa de los excrementos de los pájaros que los anidaban; la muerte inducida y posterior tala de los abetos de la Plaza de Minayo; anuncio de eliminación del Parque de la Asunción y eucaliptos de la plaza de Santa Marta, después, o ahora mismo la supresión de olmos en la avenida de Carolina Coronado, son algunos jalones de la pugna entre quienes quieren árboles y quienes no.
La cuestión no es cosa, sin embargo, de nuestros días, sino que se remonta a bastante tiempo atrás. Desde el siglo XVIII, la plantación o eliminación de árboles en las Alamedas Nueva y Vieja, en el entorno de Puerta de Palmas, Parque de las Viudas y otros lugares, originaron enconadas polémicas. Caso particularmente sonado, acaecido hace ya más de un siglo, fue el de la “Palmera de Tovar”.
Era ésta un hermoso ejemplar existente en la huerta así llamada por su dueño, el canónigo Don Juan de Tovar, que la adquirió cuando el convento de Santo Domingo, al que pertenecía, fue desamortizado en 1822. Aunque luego pasó a otros titulares, el lugar mantuvo el nombre, erigiéndose finalmente ahí el matadero municipal. Sobre su solar se alza hoy el edificio “Presidente”.
Cuando a principios del siglo XX se creó en sus inmediaciones el Parque de Castelar, también sobre terrenos del antiguo convento dominico, el ayuntamiento decidió trasplantar allí la centenaria y hermosa palmera de Tovar, lo que levantó fuerte protesta en la gente, que temía que la operación le causaría la muerte. Aunque la polémica alcanzó gran tono y fue tratada repetidamente por la prensa, que también se oponía al despropósito, la protesta fue desoída y la palmera trasladada. Como era de prever no duró ni un año, pues con los daños del traslado, murió a los diez meses.
Como no podía ser de otra manera, según la explicación oficial, la culpa fue de la palmera. Como los abetos de Minayo.