POR ALBERTO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, CRONISTA OFICIAL DE BADAJOZ
El urbanismo y diseño de una ciudad se hace hoy no con los criterios de funcionalidad y lógica aplicados hasta cierto momento, sino bajo la presión, o al menos participación importante, de arquitectos, ingenieros, promotores, constructores, economistas, juristas, chefs de la cocina moderna del ladrillo y el espacio llamados “urbanistas”, y otras instancias publicas y privadas a las que antes que el buen diseño de la ciudad les interesa el aprovechamiento del terreno, los beneficios económicos, el rédito electoral, o la originalidad rompedora de sus ideas.
Decisiva también es la actuación de esos técnicos iluminados que son capa de modernismo aplican lo que ciertas revistas dicen que se hace en otros sitios. De cuya concurrencia lo que sale es una ciudad manifiestamente mejorable.
Los ejemplos en Badajoz de actuaciones ejecutadas según capricho de un técnico con la aprobación – y esto es lo peor- de las instancias oficiales, son numerosos. Muchas según proyecto debido casi siempre a los mismos autores. Algunas son tonterías más o menos subsanables, pero otras son irreversibles para mucho tiempo. Como el sinsentido del Cerro Gordo.
Desde la ubicación de la ciudad de la Justicia, Biblioteca Pública o Comisaría de la Policía Local; Palacio de Congresos; Cubo de la Alcazaba, Museos “Luis de Morales” y Provincial de Bellas Artes; edificio “inteligente” de la Diputación en Pardaleras, o enésima remodelación del mercado metálico del Campus Universitario; destrozo de la orilla izquierda del Guadiana, Puente de Palmas, Baluarte de la Trinidad, y últimamente hospital “San Sebastián”, los casos son interminables.
Particularmente negativos por su incidencia más directa sobre el ciudadano son las actuaciones en las zonas peatonales o de circulación: plazas de Minayo y Soledad, parques de Santa Marta y América; rotondas, aparcamientos y demás inventos sobre las calzadas. A destacar la insistencia en emplear materiales inadecuados, como las débiles losas de granito mal colocado, que hay que reponer continuamente, no a cargo del que las proyectó o recepcionó, sino de mi bolsillo; y los bancos, también de granito en forma de pedrusco que dicen de “diseño” que los hacen inutilizables.
Su despropósito hace que algunos deban ser eliminados a enorme costo con cargo también al contribuyente, que no de los responsables. Como el Cubo de la Alcazaba, y ahora, tras años de protesta vecinal, las inconcebibles jorobas de diseño tomadas de una revista extranjera, de la plaza de la Soledad, que aparte su falta de funcionalidad y el horrible aspecto estético, tantos accidentes han ocasionados.