POR MARÍA TERESA MURCIA CANO, CRONISTA OFICIAL DE FRAILES (JAÉN)
Un libro es más que un texto para leer. Es un tipo de papel, con su gramaje y su tacto, la tinta elegida y sus acabados, su encuadernación, la tipografía, su maquetación, incluso su olor; un libro es una serie de valores que, en ocasiones, transmiten tanto o más que el propio contenido. Tiene vida propia, puede hacernos recordar un momento, sin olvidar las dobleces en las páginas, lo que guardamos dentro de ellas: cartas, fotografías, calendarios, entradas a conciertos, … Pero y el placer de ir a una librería o a una biblioteca y pasear entre las estanterías, o simplemente ojear, (y hojear) distintos títulos. Para mí es importante mojarme el dedo para girar la página.
Valores que tal vez emanan de la propia etimología de libro, una acepción tan material como la de corteza. El libro de papel adquiere parte del simbolismo del árbol, Cosmos vivo en perfecta regeneración, como fuente de vida y conocimiento desde tiempos ancestrales. Por otra parte, la lectura conduce, también, hacia el libro por el libro mismo, o dicho de otro modo, el libro se considera un valor en sí no sólo por su contenido, sino en su continente, y en este sentido, el libro es capaz de atraer tanto al lector como al coleccionista y, asimismo, a toda persona dotada de sensibilidad estética. El libro atrae por su belleza formal porque en sí mismo puede encerrar las cualidades de una obra de arte. Así, el libro pasa a ser un objeto codiciable; se convierte en una pieza de coleccionismo.
Sucede también, que el libro es un objeto propenso a ser conservado, y a ser lo junto a otros libros. Se diría que es un ser social que apetece la compañía de sus iguales; Por eso, creo que el relevo tiene que ser algo más que no imprimir, que acceder a la información en cualquier lugar, como si el espacio y el resto de sentidos y sensaciones no importasen. El papel no puede desaparecer sólo por aspectos económicos o comerciales. Si ocurre, habremos emprendido un camino sin retorno hacia la más absoluta discapacidad sensorial. Tenemos la obligación de aprovechar todas y cada una de las posibilidades del papel para convertirlo en un vehículo de sensaciones, en un producto con valor añadido.
El papel como medio de difusión cultural impone reflexión y pausa, frente a la inmediatez. Ese paréntesis nos permite pensar y, gracias a ello, trascender y alcanzar la situación actual. No podemos sustraer a las generaciones venideras el valor de la reflexión y el análisis. Salvar al libro es el primer paso para salvar a la sociedad del estancamiento cultural. Los medios audiovisuales y la Red ha convertido a las generaciones actuales en demandantes de información sin contrastar, sin pausa para la reflexión. Y el papel es un vehículo idóneo para transmitir sensaciones, valores y mensajes. No podemos prescindir de él, porque el papel no sólo soporta un contenido, sino que aporta sensaciones.
Estamos con quienes defienden la cultura, la lectura, como base del progreso, y leamos, en papel, para que aumente nuestra capacidad de placer y plenitud.