POR RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Últimamente venimos tratando de arte en estas líneas, cosas que circunstancialmente coinciden, pero que no dejan de tener mucho interés ni tienen por qué omitirse de la miscelánea que al fin y a cabo son estas líneas semanales. Y en esta ocasión es un arte distante en el espacio, pero cercano por muchos aspectos. Santiago de Galicia con sus peregrinaciones, también y muy cercanas a nosotros las de la ruta del sureste; o el Maestro Mateo, cercano a nuestro San Zacarías, ese románico que convivió con lo más florido del románico compostelano de Mateo en aquella espléndida muestra del románico más pleno. De cualquier forma, siempre es de interés visitar estos lugares que, no por muy conocidos, no nos ofrecen siempre algo nuevo. Y muy nuevo en esta ocasión.
Tenía muchas ganas de contemplar el resultado de la restauración del maravilloso Pórtico de la Gloria, obra cumbre del Maestro Mateo, que durante muchos años ha permanecido oculto o semi visitable hasta que por fin los especialistas restauradores, tras años de investigación, han decidido cómo afrontar esa obra tan delicada y comprometida. Y por fin, hace unos días, he podido admirar ese magnífico grupo escultórico en su nuevo y exultante aspecto.
Estaba yo tomando las aguas como beneficiosamente hago cada año, con el grupo de amigos de “las aguas”, los asturianos y madrileños. En esas largas y bien regadas tertulias del pazo del castro, Élida y Carlos, Mateo y Puri, Ángel y Loli, Pilar recientemente viuda, y de nuevo el reencuentro con mi librera favorita, Emi, con intercambio de libros y largas charlas culturales. Yo la llamo la familia del balneario con la que siempre coincidir es una delicia, aunque me roben algo de tiempo de los deberes que llevé esos días. También me encontré con mis amigos de Villagarcía, siempre tan cariñosos conmigo, aunque en esta ocasión no hubo incursión al románico profundo, pero no importa, tuve su calor de la amistad. Y una nueva presentación de un libro de poemas con acuarelas de mi amigo Héitor, el llamado cariñosamente “O Carrapucho”, tan buen historiador como ilustrador: “Doa, doa… avoa”, en su línea de trabajo serio y bien hecho, una amistad de complicidades e inquietudes comunes. Y así pasaron los días, entre aguas, carnaval, albariños, en tertulias y un excesivo buen tiempo, espero que no nos pase factura.
En una de las conversaciones en torno al “tostado” un chupito muy gallego, cuando surgió el tema del bosque de andamios en el que se encuentra la catedral Jacobea, la están poniendo a tono y pulcra para el jacobeo del próximo año. No queda un rincón sin andamios y esteras, pasadizos a modo de túnel para acceder a dar el abrazo prometido al santo y pasar por la cripta para ver el arca de sus reliquias, eso sí, con el sentido cambiado a lo habitual. Pues miren, puestos a admirar cosas, también este estado laberíntico tiene su cosa, se sacan encuadres fotográficos nuevos y distintos…
la puerta de Azabachería, entre acordes de gaita gallega, como siempre por el arco-pasaje del palacio de Gelmírez, con esa música dulce y reiterativa tan característica. Allí se encuentran las estancias palaciegas convertidas en un “espacio metheano” donde nos muestran al genial escultor arquitecto cumbre del románico, una antesala del maravilloso Pórtico de la Gloria, que se muestra envolvente y mágico, de la mano de una gran guía que nos contó los pormenores de la larga restauración y el magnífico resultado. No tiene el colorido de Orense, sus colores “pastel” son suaves y crean una belleza de conjunto. ¡Bien ha merecido la pena tan larga espera!
Sin duda una gran obra recuperada para siguientes generaciones. Esa tarde volví a mi casa ocasional con los sentimientos enardecidos por tantas sensaciones vividas…