POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Decía hace casi un siglo el más segoviano de los poetas nacidos en Sevilla que el camino se hace al andar. Mas, para su desgracia como bien pudo comprobar a lo largo de su vida, a veces el camino se vuelve intransitable. Son tales los obstáculos que avanzar es imposible. Sin ir más lejos, dense un paseo por alguna de las capitales catalanas y traten de progresar por la senda que sea, principalmente la del diálogo, y cuéntenme, queridos lectores, si ganan algo de espacio o, más bien, han de echar a correr en dirección contraria perseguidos por una horda de ignaros travestidos en demócratas de pacotilla, atizado su fuego por gasolinas de cualquiera de las procedencias que uno se pueda imaginar.
Y no crean que esto de encontrar el camino bloqueado es cosa de unos, sino de todos. Las más de las veces somos nosotros mismos los que construimos barricadas, muros y badenes que dificultan el paso hasta el punto de paralizar nuestras vidas. Creemos a pies juntillas que una palabra, un concepto, una maldita idea, nos llevará a esa Arcadia divina en la que nos hemos convencido de poder desarrollar nuestra vida en felicidad, cuando, ilusos de nosotros, es eso, la propia felicidad, lo que sacrificamos en el viaje a ninguna parte en el que nos esforzamos por avanzar. Si no me creen, escuchen a todos los titiriteros de saldo implicados en el drama que nuestros compatriotas viven, vivimos, desde hace dos décadas.
Otras veces, somos nosotros mismos los que damos un mal paso y nos caemos con todo el equipo. Esa mala decisión, ese lamentable instante que nos aboca al fracaso, suele ser inadvertido y, por lo general, tiende a explicar la mayor parte de las desgracias que nos complican la vida y nos alejan de esa tan ansiada felicidad. O nos echa de nuestra zona de confort. Seguro que algún político catalanista lamentará el día en que lanzó aquél insensato órdago; más de un presidente del gobierno español bufará al recordar el momento en que transfirió a las comunidades autónomas la seguridad, las competencias educativas o la gestión de la sanidad; y la mayoría de los españoles maldeciremos el instante en que votamos inconscientemente sin prever las consecuencias que los malos pasos dados por algunos políticos tendrían en nuestra cotidiana falta de felicidad. Además, si aquello fuera poco, hay que sumar que tendemos a pensar en este país que somos los más significativo siempre, paradigma presente de la Historia y referente, en lo bueno y en lo malo, de todo lo que ocurre y es plausible en la contingencia de devenir histórico, sin esforzarnos en buscar la enseñanza que el pasado nos ofrece.
Una vez más, craso error
Como muestra, sin duda, una perfecta habitante del Paraíso que no llegó a gozarlo plenamente: Marie Anne de la Trémoille. Más conocida por el título que heredó de su fallecido esposo, el príncipe romano Flavio degli Orsini, la Princesa Orsini o de los Ursinos, después de dos veces viuda y acabar siendo amante del más grande rey de Francia, Luis XIV, obtuvo el premio gordo al ser enviada como tutora del joven rey de España, Felipe V, y ocupar el puesto de Camarera Mayor de Palacio de la joven reina, María Luisa Gabriela de Saboya. Junto con Jean Orry, ministro principal del primer Borbón español, constituyó el gobierno en la sombra de aquella España borbónica en guerra con medio mundo. Buena consejera, hemos de reconocer su valía en el éxito final cosechado por Felipe V y su partido francés en la Guerra de Sucesión, razón por la que habría de recibir los más altos reconocimientos de ambos reyes, español y francés.
Ahora bien, nada de eso pudo disfrutar pues, como vengo advirtiéndoles contra los malos pasos, en el año 1714 esta señora dio uno de los de época. La causa, el fallecimiento de la joven reina el 14 de febrero del citado año. Henchida de poder ante el éxito cosechado en la guerra, se le ocurrió escoger una candidata para sustituir a la fallecida reina sin contar con Orry, con Felipe V y, principalmente, con el Rey Sol. Supuso que buscar a una postulante de una familia cercana a la realeza, apocada, un tanto meapilas y manejable, le permitiría seguir con su posición de “eminencia gris” en la capital española.
Y eligió a Isabel de Farnesio
La verdad, viendo el resultado, uno no sabe muy bien cómo se asesoró la de los Ursinos. ¿Apocada? ¿Manejable? ¿Meapilas? ¿Medio monja? ¡Vaya ojo clínico! Si es que nos venimos arriba y así van las cosas. Fue poner un pie en España, encontrarse ambas en Jadraque, el 23 de diciembre de 1714, y poner Isabel a la Princesa de los Ursinos en un coche rumbo a Francia escoltada por cincuenta miembros de la Guardia de Corps; llegar a Francia y encontrarse Luis XIV enfurecido por la decisión tomada sin consultarle, quien a pesar recetarle una pensión vitalicia, acabó por encomendarla al más absoluto de los olvidos.
Y es que, después de todo, nada como volver la mirada hacia atrás, a la Historia que nos acuna, para comprender que las decisiones importantes han de tomarse en libertad, en conjunto, atendiendo a todos los intereses posibles y, si hay italianas de por medio, no asumiendo nada por adelantado, ya que la presunción aderezada con individualismo es la madre de los metepatas.
Fuente: https://www.eladelantado.com/