POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA.
El mercado de Verónicas cumple su primer siglo
Ni las obras del nuevo edificio, que obligaron a demoler el antiguo, lograron detener esa sabrosa algarabía de aromas y colores que siempre adornaron el castizo mercado de Verónicas. Porque se realizaron por partes, al contrario de la actual propuesta municipal, para evitar el desabastecimiento. Y la idea fue un éxito. Aunque no concluyeron los trabajos en 1916, como algunos admitían hasta ahora, sino en 1922, hace un siglo justo. Vamos a demostrarlo.
La investigadora María Barba destacó en su aporte ‘Patrimonio Industrial Agroalimentario: El mercado de Verónicas de la Región de Murcia’ que fue en 1823 cuando, por vez primera, se construyeron allí casetas para la venta de comestibles.
Aunque más tarde las prohibieron, en 1850 el arquitecto Juan José Belmonte dibujó los planos de un nuevo edificio, ubicado puerta con puerta con el convento de Verónicas, en un lugar aireado y de fácil comunicación. Era de una sola planta, porticado con columnas exentas de piedra y cubierta de madera, que dos años después se sustituyó por una armadura de hierro y cristales.
Un arquitecto olvidado
La siguiente reforma fue en 1864, a cargo de Gerónimo Ros, cuyos planos también recuperó en su día María Barba. Así se mantendría el edificio hasta que, ya en 1914, fue derribado para acometer la definitiva obra de la mano del legendario Pedro Cerdán. Es cierto que fue el autor, pero solo en parte. El proyecto fue realizado en colaboración con el arquitecto municipal José Antonio Rodríguez.
En las actas del Pleno del 11 de abril de 1914 se describe como «un proyecto mixto». Aunque aquél día la discusión se centró, ya no en la conveniencia de levantar un mercado moderno, sino en la necesidad de respetar los puestos que se improvisaban en su exterior.
Tras la insufrible discusión política, los concejales desecharon la enmienda al considerar que las «exigencias modernas defienden los mercados cerrados» pues ofrecían una mayor seguridad e higiene. Así que los vendedores que colocaban puestos en la calle fueron admitidos en el interior. Pese a ello, pocos años después otros ocuparían aquellos mismos lugares. Y vuelta a empezar. El presupuesto de la obra alcanzó las 159.972 pesetas: mil de los actuales euros.
Obras por partes
Para mantener el servicio optaron por acometer las obras por fases, de manera que la mitad de los placeros siguieron vendiendo en una parte del edificio antiguo mientras la otra se demolía. Cerdán ideó cuatro monumentales puertas modernistas y grandes ventanas que permitían la aireación. Sobre las dos portadas principales campeó el escudo del Consistorio.
El Ayuntamiento decidió en enero de 1915 que debía ser Rodríguez quien dirigiera las obras. Nadie se opuso. Los trabajos avanzaron a buen ritmo. Pero no es cierto que estuviera concluida, como algunos señalan, en 1916. Hasta 1921 se sucedieron prórrogas en los trabajos, que no culminarían por completo hasta entrado 1922. Para demostrarlo no es necesario indagar demasiado.
El 30 de julio de 1921 informó LA VERDAD de los acuerdos alcanzados por el Pleno consistorial celebrado la jornada anterior. Uno de ellos, a propuesta del alcalde, fue otorgar «un voto de confianza» a la comisión que gestionaba la construcción del edificio público «para la ampliación de plazo de los constructores del mercado de Verónicas». Aún pasaría medio año para que estuvieran finalizado.
El diario ‘El Tiempo’, en su edición del 22 de abril de 1922, daba cuenta de los acuerdos alcanzados durante el Pleno municipal celebrado el día antes. Allí debatieron los concejales «la terminación de las obras del Mercado de Verónicas» y uno de ellos solicitó «una inspección detenida al hacerse cargo el Ayuntamiento del citado edificio». Por tanto, el centenario del más castizo mercado murciano se celebra, o debería celebrarse, este año.
Apenas seis años después de concluida la obra anunciaban los diarios murcianos que muchos comerciantes, sin parada en el interior, salpicaban con sus mercancías las fachadas. Contaba entonces LA VERDAD que la prueba de que era insuficiente el edificio para satisfacer las necesidades de la población «el gran número de puestos ambulantes que en el exterior […] se han establecido con carácter de habitualidad».
Y no sólo eso. El diario señalaba otro problema que, si tenemos en cuenta las dimensiones de la urbe en aquel tiempo, resulta harto curioso. Se trataba de la ubicación de la plaza de abastos, «muy distante para una considerable parte de la población».
Otro en La Rambla
Tanto es así, que el mismo año se inauguró el mercado de La Rambla, que aún permanece abierto en la calle Saavedra Fajardo. Esta nueva instalación incluía un avance tecnológico de tan grande alcance como desconocido entre los vecinos del común. Era «una cámara frigorífica destinada a la conservación de alimentos», como informó LA VERDAD. Verónicas también la tendría.
Desde su apertura se sucederían las mejoras. Una de ellas fue la renovación del alcantarillado, en la década de los años sesenta. Aunque la mayor ocurrió en 1972. Aquel año se decidió derribar un quiosco ubicado en el centro del edificio, quizá la última gran actuación antes de que el mercado gozara de la protección de las leyes de patrimonio.
Pese a ello, esa intervención, firmada por el arquitecto municipal Daniel Carbonell, evitó que la plaza se viniera abajo al levantar con acierto una estructura interna con soportes de hormigón armado. Y ahora, cuando se debate su reforma integral, quizá sería aconsejable que los señores concejales echaran la vista atrás para conocer con qué elegancia se acometió hace un siglo la construcción del más señero mercado de la urbe.
FUENTE: https://www.facebook.com/Abotias