EL MERLIN DE MONDOÑEDO Y OTRAS HISTORIAS
Sep 10 2016

POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)

Don Carlos Montero, el "Mago Merlín de Mondoñedo". La foto fue realizada ayer por mi hijo Fidi Fidalgo.
Don Carlos Montero, el «Mago Merlín de Mondoñedo». La foto fue realizada ayer por mi hijo Fidi Fidalgo.

En 1955 el gran escritor y narrador gallego don Álvaro Cunqueiro publicó su novela MERLIN E FAMILIA; conjunto de narraciones fantásticas en las que «Felipe», un supuesto criado del fabuloso y clásico mago Merlín, cuenta sus andanzas por una aldea gallega.

Y sucedió que…

En Mondoñedo surgió un personaje singular: don Manuel Montero, antiguo comerciante librero, coleccionista de fotos, postales, textos… antiguos (y muy especialmente los relacionados con don Álvaro), tan amante y seguidor de las tradiciones populares gallegas, que actualmente «vive en su persona la realidad ficticia del cunqueiriano mago Merlín».

Viste como vestiría aquel mago de novela y, con amabilidad de hoy, atiende a visitantes y aconseja a peregrinos compostelanos.

Toda una institución en una ciudad donde fue obispo aquel asturiano célebre, traductor al bable del Evangelio de San Mateo y del texto del dogma de La Inmaculada Concepción, don Manuel Fernández de Castro, conocido en Oviedo como «don Manolín».

Yo he conocido personajes curiosos análogos al Sr. Montero.

En Salamanca me sorprendió un vendedor ambulante de libros (que él editaba) y que eran su medio de subsistencia. Se llamaba Remigio González, «Adares» y según me contó había sido maestro en el pueblo salmantino de Anaya de Alba.- Padecía Parkinson y vivía de la caridad pública.

Yo compré algunos de sus libros. He aquí unos versos espigados de su poemario «Los romances tropezados por la luna» (Salamanca 1990):

«Yo,
no tengo nada
que envidiar de nadie.
Soy un pobre hombre
que va por la calle.

Le canta a la gente;
no le escucha nadie.
Vivo de la muerte
que me mata el aire.

Yo vengo camino
ya desde mi padre.
Como pan de vagos
bebo agua potable.

Vivo de la muerte
que me mata el aire.
Respiro y padezco
dolencias de calle…»

En el Asilo de Colunga (Unión Social Católica de Colunga) conocí a Teresa de Jesús Mier, una riosellana de Calabrez, muy educada, muy religiosa, de fina sensibilidad poética, que -así me lo contó ella misma- había tenido una visión del Crucificado para encargarle una triple misión: vivir en la pobreza, vestir permanentemente hábito carmelitano, y cuidar de su hermana Rosa, ciega y sordomuda. He de certificar que, en su esquema mental, cumplió ese encargo. Residió en el Asilo durante casi 30 años. Yo conservo, manuscritos, algunos de los poemas que escribió

Valga este ejemplo destinado a La Castañar de Espina, cercana al Asilo, con motivo de las «bodas de oro» de la Institución:

«Tiene vida de siglos
y su corteza carcomida
se cae sola.

Pero ahí sigue
renaciendo años tras año
con su ramaje, con sus frutos, con sus nidos.

Lo maltratan los vientos, las lluvias y las nieves.
También las aves.
También las gentes.

Pero ahí sigue
venciendo al enero de los fríos.

Emblema del Asilo
que es hogar de recuerdos»

Decimos de estas gentes que están «en otro mundo de fantasías y locuras».

Somos incapaces de penetrar en sus corazones y en sus pensamientos.

No lo se. Pero, en cierto modo, siento envidia…

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