POR MANUEL FERNANDEZ LOPEZ, CRONISTA OFICIAL DE VILLANUEVA DEL ARZOBISPO (JAÉN)
Esta construcción de hierro situada al lado de la Plaza Mayor nos fascinó durante un tiempo. No recuerdo haber bajado nunca allí de niño. Era lo que hemos llamado “El Urinario”
En aquel tiempo, era alcalde de la localidad el médico Gabriel Tera Arias, que ya había inaugurado la Fuente del Camino Viejo y a quien le preocupaban bastante los temas sanitarios.
En las actas municipales de octubre de 1935 podemos leer: “Que se construya un Mingitorio (del latín- ”mingere”- mear) público subterráneo y que su emplazamiento se podría hacer en la placeta que existe frente a la Casa Consistorial, punto de reunión de los habitantes de la población y donde menos gastos ocasionaría”.
Un mes más tarde, vuelve el problema a preocupar a los representantes municipales: “Que además del Evacuatorio Público, se construyan otros en la Plazuela de la Iglesia, Fuente Vieja y Cruz Dorada, urinarios personales”.
El presupuesto para el mingitorio fue de 4.823 pesetas y realiza el proyecto el perito aparejador, Pascual Navarrete Montañez, que en el mes de diciembre ya había finalizado el proyecto. Se formaliza el pedido de todo el material necesario para el evacuatorio público en construcción a la “Casa Antonio Marqueta” de Madrid.
Posteriormente se instala el alumbrado. En marzo de 1936 la obra ya está realizada y el empleado nombrado al efecto, Ricardo González, solicita se le asigne sueldo por los servicios que presta. En abril de ese mismo año, el Ayuntamiento en Pleno acuerda que al empleado del mingitorio se le dote de un guardapolvo.
Esta construcción sobrevivió a temporales políticos, riadas y catástrofes. Un buceo de documentos en el Archivo Municipal pone de manifiesto que en el año 1953 el vigilante del citado evacuatorio percibe un sueldo anual de 4.500 pesetas.
Leandro Bago escribió: “Nunca bajé al urinario público. Lo cuidaba y limpiaba un empleado municipal con traje de faena y gorra. Era mudo. A los usuarios de costumbre, que daban propina, les saludaba quitándose la gorra; mientras que a los niños nos espantaba con terribles “gruñidos” y con un buen garrote, que siempre portaba”.
Daniel Fernández-Arroyo lo recuerda del siguiente modo: “Se bajaba por unas escaleras de mármol blanco y todo el espacio estaba forrado de azulejos blancos. Había dos servicios, con puertas grises, para necesidades mayores; además en otro espacio una serie de urinarios, separados uno por una lámina de mármol blanco. Se instalaron un espejo y lavabo”.
El urinario fue perdiendo poco a poco su utilidad; hasta que, paulatinamente, cayó en el abandono y su servicio se interrumpió antes de la década de los 70. En los primeros años ochenta los hierros se retiraron, el hueco que quedó bajo tierra se rellenó, tras colocar unas vigas y sin quitar los azulejos o los servicios que en aquel momento hubiese. El letrero en donde podía leerse “Urinario” fue retirado y colocado en otro lugar próximo, roto ya el cristal con el rótulo, sin conocer su utilidad.
Ésta ha sido nuestra leve añoranza de un servicio público prestado a la localidad en una lejana época, cargada de sueños y leyendas.