POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE CARAVACA (MURCIA)
Los molinos han sido industrias de las denominadas “limpias”, muy lucrativas a lo largo del tiempo, desde la edad media hasta mediados del pasado siglo XX, cuya propiedad aseguraba ingresos económicos importantes, de ahí que se la disputasen las instituciones públicas y los particulares a la búsqueda de los beneficios que generaban.
En el casco urbano caravaqueño, una red de molinos se alineaban a lo largo de las hilas que conducían el agua desde los manantiales de las Fuentes del Marqués hasta su encuentro y desembocadura en el río Argos, tras regar las tierras que encontraban a su paso. Del estudio de los molinos en la Comarca Noroeste se ocupó en su día Indalecio Pozo Martínez amplia y documentadamente, por lo que el lector interesado puede encontrar el en el mismo la información completa al respecto.
Muy cerca del paraje de Las Fuentes, siguiendo el curso de las aguas, se encuentra el denominado “Molino de las Fuentes” o “de los Robles”, al que seguían “El Molinico” en el Camino del Huerto, el “Molino de Ramoncico” en la Glorieta (frente a la iglesia de la Concepción), el de los Álvarez en la C. del pintor Rafael Tejeo; el de “Nicolás” en la C. Santísimo, el de “los Arañas” en la C. Palomarico y el de “la Parra”, aprovechando la energía limpia que proporcionaba la corriente de agua ya dicha, que también proporcionaba energía a almazaras donde se molía la aceituna para obtener aceite.
Nos ocupamos hoy de uno de estos molinos: el de LOS ARAÑAS, en la C. Palomarico (hoy Dr. Fleming), que comenzó su actividad hacia 1919, regentado por el matrimonio formado por Joaquín Sánchez-Guerrero Elum y Concepción Sánchez Pozo. En el mismo edificio, levantado entonces de nueva planta, estableció su residencia la pareja y allí mismo nacieron sus siete hijos: Pepe, Miguel (Michi), Joaquina, Julián, Joaquín, Alfonso y Manolo.
Fue aquel un molino de los denominados “maquileros” (porque no se cobraba por moler, sino que el negocio se quedaba con una parte de la molienda), que desde el primer momento contó con el apoyo humano de Pepe el “molinero”, alma de la empresa, y varios mozos que se encargaban de los distintos menesteres como aceptar el cereal (trigo, cebada y panizo fundamentalmente que llegaba de agricultores y propietarios del campo como Manolo Hervás y D. Blas Marsilla entre otros), picar periódicamente las piedras de moler, afilar las herramientas, limpiar las tolvas etc.
Al principio, tanto el padre como todos los hijos se dedicaron a la empresa molinera, ayudados de Pepucho y otros dos empleados entre quienes llegaron a sacar a la calle el recordado “Caballo de los Arañas” en el festejo festero de los Caballos del Vino, el cual rivalizó en la Cuesta durante años con el del “Arturo”, siendo bordados sus atalajes festeros por las Hermanas Valdivieso.
El molino tuvo su prolongación como actividad empresarial en la apertura de varias panaderías diseminadas por la población, que atendieron empleados como Cesar, Enrique y Milagros. Una de ellas en la Pl. del Arco y otras en El Hoyo y Calvo Sotelo (hoy Monjas), para las que el molino molturaba a diario, en los primeros años de actividad 700 kg. diarios de harina.
Con el tiempo la producción del negocio no fue suficiente para el suministro diario de las panaderías, por lo que se hizo necesario adquirir la materia prima en el molino de Los Robles (o de las Fuentes), y también fuera de Caravaca, en el almacén de harinas que abría sus puertas en la plaza de Camachos de Murcia.
Con el tiempo aumentó el negocio y a los cereales se añadió la molienda de pienso animal, por lo que, a la energía proporcionada exclusivamente por la fuerza de agua, hubo que ayudarla primero, y sustituirla después, por energía eléctrica.
Ocasionalmente, junto al molino funcionó una almazara que aprovechaba la fuerza motriz de aquel. También funcionaba ésta por el sistema de maquila y contaba con gran depósito del que se abastecían los comercios de alimentación de la localidad, entre otros el de Manolo Motoya en El Pilar (que luego regentó la familia Carricos).
Hacia 1960 dejo de funcionar el molino, como la mayoría de las industrias familiares de esta naturaleza, presionadas por la competencia de las grandes harineras regionales y nacionales. Con su cierre también comenzó a desaparecer del horizonte caravaqueño la secular estampa del molinero en su tartana, surcando los caminos del campo y de la huerta recogiendo el grano y entregando la harina fruto de aquel, pocos días después, tras efectuar la correspondiente maquila.
Así como también desapareció de la acústica local, huertana y campesina, el sonido ininterrumpido del molino, trabajando día y noche durante veinticuatro horas diarias, el aspecto del molinero cubierto su cuerpo e indumentaria de polvo de harina y algunos sobrenombres que identificaban a personas concretas con la actividad laboral a la que se dedicaban.
Alfonso Sánchez Guerrero Sánchez es el último de los Arañas de aquella generación, con quien he tenido el placer de contar como informante.
Recuerda que el molino tuvo dos épocas bien diferenciadas en su actividad, separadas por el período de la guerra civil. Que en la fachada del edificio se dispuso la imagen del Sgdo. Corazón de Jesús de azulejería valenciana de Manises.
Que el funcionamiento mecánico era a la vez sencillo y rudimentario, desviándose el agua del cauce de la acequia, la cual iba a parar al cubo y de allí a la turbina que movía las piedras de moler; y que todos los hermanos varones participaron de alguna forma en el trabajo del molino, hasta que desde aquel derivaron a otros empleos entre los que los mayores recuerdan la droguería que regentó Manolo en la plaza del Arco, y el estanco que regentó Joaquín en la C.
Cartagena, referentes locales, obligados ambos, para varias generaciones de caravaqueños. Alfonso, “el último Araña de aquella generación” concluyó su vida laboral en Murcia, donde trabajó para PRYCA como jefe de seguridad de la cadena, jubilándose con sesenta y cinco años en 1993.
En la actualidad, con 87 años, disfruta de su muy bien llevada tercera edad, rodeado del cariño de su esposa Sita Cantó Romera, de sus cuatro hijos, sus ocho nietos y sus tres biznietos.
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