POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
Hoy en Europa es un tópico medir la antigüedad y prosapia de los lugares en función de la existencia en ellos de monasterios viejos, de aquellas instituciones fundadas por los benedictinos, los cistercienses, incluso los templarios, en la remota Edad Media. Y muy pocos lugares pueden alzarse, en verdad, con orígenes tan antiguos y relevantes.
En la provincia de Guadalajara hubo bastantes cenobios benitos y bernardos, pero de la mayoría solo queda el recuerdo o los datos documentales. De otros quedan aún las venerables ruinas, aisladas en medio de los campos. Y hay uno sólo que pueda con orgullo decir que mantiene, vivo, su monasterio cisterciense desde su fundación en la Edad Media. Este es el de Buenafuente del Sistal, en Villar de Cobeta.
Es este el único monasterio cisterciense que queda vivo en la provincia de Guadalajara. De origen remotísimo, está como perdido en casi inaccesibles alturas boscosas del Alto Tajo. Fue en su origen de canónigos regulares de San Agustín. Muy poco después de ser reconquistada la región a los árabes, concretamente en la cuarta decena del siglo XII, ya se pusieron las miras del monarca castellano Alfonso VII en la raya del Tajo, para afirmarla por suya no sólo con castillos, sino también con monasterios. Mitad canónigos, mitad guerreros, recibieron terrenos en diversos lugares de la orilla derecha del río Tajo, y allí pusieron pequeños puestos (vigilancia y oración), de los que sólo este de Buenafuente llegaría a cuajar en auténtico monasterio. Los otros, Alcallech, Grudes y el Campillo, nunca pasaron de pequeñas casas con huerta. La primera fundación es de 1176, con su primer documento conservado. Y años después, en 1234, el arzobispo de Toledo don Rodrigo Ximénez de Rada se lo compró; y de ahí se sucedieron rápidos los cambios que lo pusieron en manos del Císter. En 1242, el mismo arzobispo lo cedió a doña Berenguela, hija de Alfonso VIII y madre de Fernando III, con la condición de que pusiera allí un monasterio de monjas de la advocación de la Santísima Virgen. Doña Berenguela se lo cedió a su hijo don Alonso, a la sazón señor de Molina por haber casado (tras la concordia de Zafra) con doña Mafalda, hija del Conde don Gonzalo Pérez de Lara, y es este infante don Alonso, el de Molina, quien al año siguiente, en 1243, se lo vende por 4.000 maravedís alfonsíes a su suegra doña Sancha Gómez, con la expresa condición de poner en él un monasterio de duennas de la Orden de Cistel.
Desde un primer momento, y por donación de doña Sancha Gómez, la fundadora, y de sus sucesores, Buenafuente se enriquece con donaciones de territorios, privilegios, casas y dineros. Mediado el siglo XV, y como reflejo de un cisma en el monasterio de Santa María de Huerta entre los monjes que lo formaban, hubieron de salir las dueñas de Buenafuente de su casa. En 1427, el abad de Huerta les mandó que fueran a la humilde y estrecha casa de Alcallech, junto a Aragoncillo, mientras Buenafuente era ocupado por algunos de los frailes de Huerta. En 1455, normalizado el conflicto en el cenobio soriano, la nueva abadesa doña Endrequina Gómez de Mendoza inició el traslado de sus monjas a Buenafuente.
A comienzos del XIX, en la guerra de la Independencia, las monjas huyeron y se refugiaron en unas cuevas cercanas, en la bajada hacia el Tajo. Mientras tanto, en cuatro meses solamente, los franceses allanaron templo y monasterio, destrozando bastantes de sus cosas. En 1835, la Desamortización de Mendizábal supuso la pérdida completa de sus bienes: tierras, casas, juros y derechos. Solo les quedó el edificio y sus pertenencias personales. El último de los milagros -que así podríamos llamarlo- ocurrido en Buenafuente tuvo lugar en 1971, en ocasión de la grave crisis que supuso la casi despoblación del monasterio (pocas y muy mayores, las monjas solo vieron por salida vender todo aquello y marchar a integrarse en otro monasterio). La llegada de un capellán con ideas y decisión (Angel Moreno) y los favores recibidos desde fuera, relanzaron a Buenafuente, que adquirió y hoy mantiene una llama de espiritualidad que justifica su permanencia, tras tantos siglos, en aquella remota y silenciosa altura de los sabinares molineses.
El conjunto de edificios, especialmente la iglesia, es de gran interés. Forma un pequeño poblado, y se centra por el templo monasterial. En su origen, fue solamente una pequeña ermita que recogía en su seno a la fuente milagrosa (la Buenafuente) de uso muy anterior, y de culto quizás precristiano. Pero el templo de Buenafuente se alzó definitivo y grandioso a partir de mediados del siglo XIII, cuando a él llegaron las monjas del Císter. Su planta es rectangular, alargada de levante hacia poniente, de una sola nave, como corresponde a un templo monasterial femenino, en el que nunca había más de un oficiante, y por lo tanto no necesitaba más de un altar. Por eso su ábside es único, y además ofrece la curiosidad de ser de planta cuadrada, decorado en su muro exterior por un ventanal estrecho escoltado de columnas, capiteles y arcos semicirculares, y un óculo circular en lo alto. La nave consta de cuatro tramos y el presbiterio. El nivel del templo varía según los tramos, siendo más elevado en los pies (correspondiente a la primitiva ermita) y en la cabecera, donde el presbiterio se alza levemente. La bóveda es de cañón, ligeramente apuntada, y se ve reforzada por arcos fajones en el presbiterio, que apoyan sobre amplias ménsulas decoradas a base de molduras y elementos vegetales incisos.
En esta iglesia de Buenafuente, destacan algunos elementos de interés. Por ejemplo, el hecho de que la fuente que da nombre al monasterio sigue manando, y lo hace en el interior del templo, en un hueco al que da cobijo el muro de poniente. Existen tres grandes retablos, todos ellos de época barroca: el mayor, presidido por la Virgen titular, iluminado por el óculo o ventanal del ábside, y dos laterales, dedicados a San Bernardo y otros santos cistercienses, con un magnífico escudo heráldico de la monarquía castellano-leonesa.
Al exterior, la iglesia tiene un aspecto fortificado. El ingreso se hace por su cara norte, pues la del sur está adosada al monasterio y clausura. La puerta principal actual es moderna, quizás del siglo XVI, y es muy sencilla, con arco semicircular moldurado apoyado en pilastras. La primitiva puerta de ingreso se abre en el primer tramo de la nave, a los pies de la misma. Es una soberbia pieza de estilo románico que se incluye en el grueso muro, y forma un bloque en el que aparece, en el remate, una serie de arcos sobre canecillos, al estilo lombardo, tema que se repite por toda la cornisa del templo, incluso en su costado meridional. La portada se remata por cornisa apoyada en canecillos de decoración sencilla geométrica, y se escolta de sendos pares de columnas con capiteles de decoración incisa. Es de arco semicircular, adovelado, que descansa en jambas rematadas en capiteles de base rectangular ornados por elementos vegetales incisos.
Otra portada, de similares características, aunque mejor conservada por haber estado siempre a cubierto de la intemperie, aparece sobre el muro sur, permitiendo el paso desde el claustro monasterial (que se adosa al costado sur del templo). Consta así mismo de arco de medio punto, adovelado, y tiene tres arquivoltas, otras tantas columnas a cada lado con sus correspondientes capiteles, y remata con un recercado de bolas, y cornisa apoyada en canecillos.
El conjunto de iglesia y monasterio, del que sobresale la espadaña de las campanas, y la mole de dependencias de la clausura, la hospedería, etc., es de una apariencia subyugante, muy evocadora, inserta además en un paisaje serrano, alborotado por todos sus costados de montañas y bosques de sabinas.
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