EL MUNDO DE LOS NIÑOS • REMEMBRANZA DE LA DIVERSIÓN DE LOS MENORES DE ANTAÑO, EN UN MUNDO DE REVISTAS Y RECORTABLES, DE CINES LOS DOMINGOS, ESTAMPAS, DÍA DE REYES, FIESTAS Y DEPORTE COMO VÍAS DE OCIO
Jun 11 2020

POR RAFAEL SÁNCHEZ VALERÓN, CRONISTA OFICIAL DE INGENIO (CANARIAS)

La generación a la que le tocó vivir la niñez en la etapa de la posguerra, como es el caso del cronista que suscribe, allá por la década de 1950, por circunstancias históricas tuvo que sufrir carencias de índole cultural y social, precariedad en la alimentación y vestimenta, limitaciones extremas en asistencia sanitaria, feroz censura y miedo a que por nuestras acciones fuéramos condenados al “fuego eterno”. Sin embargo, recordamos con agrado y nostalgia la etapa más feliz de nuestra existencia en la ingenua manera de divertirnos con el poco tiempo que se disponía fuera de la jornada escolar o de las tareas que nos encomendaban nuestros padres en distintas ocupaciones (mandados, traer agua de la acequia, tareas de labranza, echar fregaduras a las cochinas…) y sin apenas dependencias donde practicar nuestros juegos y entretenimientos. El juego es una actividad innata en los niños de todos los lugares y en todas las épocas, por lo que no es pretensión establecer comparación entre la posguerra y la que ahora viven los niños; a cada generación le toca vivir en unas circunstancias determinadas. En general tenemos tendencia a enaltecer las costumbres de nuestra niñez sobre las de otras épocas y aunque la realidad social que se vivió en aquellos momentos fue una etapa para olvidar, es bueno recordar gratos instantes, tanto desde el punto de vista humano como para estudios etnográficos, especialmente en el mundo rural, desde donde elaboramos esta “crónica”.

Al observar el mundo infantil actual y con la experiencia de cuarenta años en la enseñanza, nos damos cuenta como los niños apenas juegan o se relacionan en grupos fuera del entorno escolar como lo hacían antaño y que el contacto con la naturaleza sea una entelequia. El llamado “estado del bienestar” con avances espectaculares en las nuevas tecnologías, hace a los niños pasivos y contemplativos durante muchas horas, carentes de toda actividad, creatividad y convivencia en los juegos colectivos que solo se practican en los descansos de la jornada escolar de forma limitada, destinando la mayor parte del tiempo a las “maquinitas” sin salir de sus casas, sujetos a la realidad mediática en un universo virtual irreal en el que a pesar de los adelantos en el mundo de las comunicaciones y en una sociedad cada vez más globalizada se está perdiendo la esencia de la infancia con acceso a contenidos nocivos fuera de cualquier control, con imitación y admiración a personajes televisivos que transgreden las más elementales normas de respeto y convivencia, y lo peor, muchas veces con la complicidad de los padres. La fantasía no la crea el propio niño, sino que ya le viene impuesta por los adultos. El tributo que se paga por vivir mejor y más cómodos, no puede compensar los momentos felices de la infancia.

Si bien, circunscribimos este trabajo al entorno del casco de Ingenio donde se desarrolló nuestra infancia, no es menos cierto que se podría tratar de forma generalizada en relación a la época en cualquier lugar de nuestra geografía. No hemos utilizado ninguna fuente histórica de información ni se ha acudido a ninguna referencia oral y es tan solo nuestra propia vivencia la que nos ha conducido a confeccionar este artículo.

División por sexos

De manera tradicional existían juegos exclusivos para niños y otros para niñas, determinados por la atávica costumbre de separación de sexos en las actividades habituales en la iglesia, escuelas o familia. En general los niños ejercitaban juegos más violentos y competitivos, mientras que en las niñas prevalecían los que eran acompañados de canciones, danza y tareas del hogar (muñecas y casitas). Los juegos mixtos eran casi inexistentes, aunque a veces se invadía el campo exclusivo de unos y otros. No estaba bien visto por la sociedad adulta y por el estamento eclesiástico que jugaran juntos niños y niñas.

Revistas y recortables

Los niños esperaban con ansiedad la llegada semanalmente de las revistas infantiles que Paca Espino en el local de la calle Nueva y Angelina en El Ejido ponían a la venta, agotándose especialmente las que se editaban por capítulos. Como quiera que el poder adquisitivo de la época era precario, el intercambio era una necesidad y existía un acuerdo tácito para que cada uno comprara una revista determinada y cambiarla una vez leída a la salida de la escuela y de forma multitudinaria los domingos en los descansos y a la salida del cine de las tres de la tarde. Con avidez se devoraba sus contenidos y al mismo tiempo de disfrutar con las aventuras y desventuras de sus personajes se desarrollaba nuestro hábito a la lectura adentrándonos en la personalidad de distintos personajes, cada uno con un rasgo determinado, gracias al genio de los dibujantes de la época, especialmente las cómicas como el “TBO” y sus célebres inventos, “Jaimito” o “Pulgarcito”, la voracidad de Carpanta, las gamberradas de Zipi y Zape, la fatalidad de Gordito Relleno, la malicia de Doña Urraca, la indolencia de Bartolo, las locuras y generosidad de Carioco, las controversias de las hermanas Gilda, la ingenuidad de Petra, el antagonismo de Tribulete con su jefe, las peripecias de la Familia Cebolleta, El Doctor Cataplasma y su criada Panchita y otros. Además de las de aventuras, como eran los sucesos futuristas de Diego Valor por el espacio sideral, los episodios medievales del Guerrero del Antifaz, el valiente Capitán Trueno y sus múltiples lances por distintas civilizaciones ayudando a los más débiles y el aguerrido Jabato y sus inseparables Goliat y Crispín, sin olvidarnos de Roberto Alcázar y Pedrín y su lucha contra los delincuentes.

Los llamados “recortables” eran dibujos de muñecas a las que había que vestir con distintos trajes una vez recortados con unas solapas que llevaban aderezadas al gusto. Era un entretenimiento especialmente femenino.

El cine

Una de las más grandes ilusiones era la llegada del domingo para asistir a la primera de las sesiones de las cuatro que se proyectaban en los dos cines que había en el pueblo: Moderno y Universal. La férrea “calificación moral de espectáculos” impuesta por la censura de la época hacía que los niños solo pudieran visionar las calificadas con el número 1 (dibujos animados o de “machanguitos”, las de carácter religioso o documentales) y en algunos casos el número 2 que incluía las de aventuras, siendo las preferidas por la chiquillería al igual que las de tres jornadas que se interrumpían cada domingo cuando el protagonista se encontraba en peligro. Las preferencias se establecían por la temática: del oeste, de “espadeo”, de piratas… y por los protagonistas, cada uno con su héroe particular: “Roflin”, “Roudson”, “Garicuper”, “Burlancaster” “Gregoripé” “Kirduglas”, “Robermichun” y un largo etcétera. El encuentro del “muchacho” con la “muchacha”, la derrota de los malos o la llegada de la caballería provocaban el entusiasmo y los aplausos. La propaganda con los carteles en la carrocería de la camioneta de Pedro Valerón y las pizarras con atractiva grafía de Pepe el de Maximinito en distintos lugares marcaron toda una época y también la antipropaganda a través del púlpito por parte del párroco. La búsqueda de tesoros, los enfrentamientos con pistolas de madera o las justas con espadas de “pírganos” después de las sesiones, hacían realidad la ficción de las películas. Los atractivos programas de mano representaban un importante objeto para coleccionar e intercambiar.

Las estampas

Lo que hoy se conoce por cromos, fue un medio para la adquisición de conocimientos y acceso a la cultura de capital importancia ya que a través del juego, el intercambio y el coleccionismo con su orden correspondiente en un álbum resultaba ilusionante a la vez que instructivo. Las distintas marcas de cigarrillos: Fedora, El Avión, Progreso, Krúger, Vencedor y especialmente Cumbre traían en su interior las estampas que los niños se aprestaban a pedir a sus padres para completar la colección, intercambiar las repetidas o disputarlas a un contrincante a través de un golpe con la palma de la mano hasta que ambas quedaban hacia arriba con el anverso. Abundaban las colecciones de equipos de fútbol, que una vez terminada se acudía raudo a la tienda de Ceferinito Hernández para que te dieran el álbum gratis; anecdóticamente hay que comentar que algunos futbolistas salían continuamente repetidos como eran Yayo de la U.D. Las Palmas o Campanal. También las había de diferentes temas: artistas de cine, países, personajes, monumentos, paisajes, tipos de aviones, coches, barcos, animales, banderas, escudos, monedas, y jefes de estado, muchas con textos explicativos. También resultaban especialmente formativas las series de las cajetillas de fósforos de la “Fosforera Canariense”, como fue la de piedras preciosas. Así, sin directrices por parte de ninguna persona o estamento, los niños iban adquiriendo conocimientos que aparte del disfrute del momento enriquecía su espíritu y los preparaba para un futuro incierto.

Canciones y cuentos

Una de las actividades que más ha calado en el futuro de aquellos infantes que hoy son abuelos, eran las reuniones espontáneas que grupos de niños o niñas hacían en las calles de las zonas donde vivían antes del toque de oración, consistentes en contar cuentos que escuchaban de los mayores o de sus familiares, especialmente los de brujas y “miedos” al igual que una gran variedad de canciones tradiciones y romances que han desaparecido con el tiempo.

Los deportes

No existían escenarios propiamente dichos donde desarrollar las actividades lúdicas al carecerse de canchas, teatros o locales. Se desarrollaba el espíritu libre y competitivo en las calles con carreras pedestres y partidos de fútbol, donde los equipos quedaban estructurados después de “regatiar” entre los capitanes que solían ser los más espabilados o más diestros en el deporte o juego de turno, siendo los últimos en escogerse los que se consideraban menos diestros, o bien se quedaban fuera de toda participación, lo que llegó a crear alguna que otra frustración. La meta era una raya en el suelo con tiza y las puertas dos piedras en el suelo. Era necesaria la figura de un vigilante para avisar cuando venían coches o para evitar la presencia de algún vecino a los que molestaba el bullicio de los niños en la calle, y de manera especial a los guardias municipales a los que se les tenía un especial respeto. Para la práctica de la lucha canaria se escogía un solar con arena o la estercolera de algún cercado.

Reyes Magos, fiestas patronales, carnavales, la Semana Santa, y finados

Comenzaba el año con el acontecimiento más ilusionante para un niño, la llegada de los Reyes Magos, cuya generosidad estaba acorde con los tiempos que corrían de carencias extremas. Después de poner las hortigas, alimento preferido de los camellos, junto a los zapatos, se esperaba con ansiedad la llegada de la madrugada para recoger los juguetes que casi siempre eran los mismos: los niños solían recibir: caballitos de cartón, yunta de toros, pelotas de goma, “fafarifas” (acordeón de cartón), cornetas y armónicas, pistolas y escopetas de tapones o “mistos” y cochitos, camiones o trenes de metal; mientras que para las niñas los más frecuentes eran: “peponas” (muñecas de cartón), además de jueguitos de cocina, casitas y otros, casi siempre relacionados con la familia y el hogar. Especial ilusión causaba en los niños la llegada de las fiestas de la Candelaria o San Pedro, donde algunos podían permitirse el lujo de estrenar un “terno”. El pan y la carne, restringidos para muchas familias tenían acomodo esos días con las “sopas” mañaneras o la “ropa vieja”, en sustitución de los caldos de papas, gofio escaldado o potaje, odiados por los niños, amén de los turrones, helados, polos y “americanos” en los puestos de la Plaza. El acompañamiento de la banda de música, los papahuevos, las luchas y la feria de ganado eran los preferidos. En cuanto a los carnavales, se confeccionaban de manera individual las caretas de cartón con tirantes adornándose los rasgos faciales con lápices de color; la vestimenta era la ropa vieja en desuso de las familias. Los días de la Semana Santa resultaban tediosos por las restricciones impuestas por la Iglesia en relación a cualquier tipo de espectáculo y bailes, escuchándose en las emisoras solo música sacra unida a la estricta obligación de confesarse y asistir a las misas y procesiones, con la consiguiente paralización de los entretenimientos cotidianos. El día de los “finados” no constituía ninguna relación con los difuntos y para aquellas inocentes costumbres “finar” era reunirse con los amigos en el campo a comer fruta.

La alimentación

En la década de 1950 se aprecia un cierto desahogo en el suministro de productos básicos, pero seguía imperando el “estraperlo”. Productos de extrema necesidad como el aceite, azúcar o grano eran dispensados solo por algunas tiendas. En una sociedad eminentemente agrícola y ganadera, eran los labradores los que mayor posibilidad tenían de acceso a los alimentos básicos como la leche y el gofio con los que se “mataba el hambre”. En las horas de la tarde se veía a los niños comiendo gofio “empolviado” con azúcar o mezclado con aceite envuelto en un “papel baso” y algunos con una “pella pintá” con queso duro que constituía el principal “conduto” junto con la cebolla, mientras el pan era un artículo de lujo al que solo las familias pudientes tenían acceso al igual que la conserva y el chocolate. A la hora del almuerzo sobre la una de la tarde había que estar en casa para comer en familia. Para los que vivimos esa época queda en el recuerdo la leche, queso y mantequilla que nos daban en la escuela “regalo” de los americanos.

Las guerreas

Grupos antagónicos de niños se localizaban en los barrios de Los Molinillos, Sequero y Ejido, donde las figuras de los jefes “Pacuco” y “Chago” aún hoy son recordadas. A veces se producían enfrentamientos ocasionales más o menos virulentos a la pedrada entre el Sequero y los Molinillos con el barranquillo del Ingenio como frontera.

Juegos entretenimientos y diversiones

El capítulo más importante de este trabajo lo constituye, sin duda, el compendio de los numerosos juegos, diversiones y entretenimientos realizados por los “chiquillos” de la época, aprendidos de forma espontánea, sin recibir ningún tipo de enseñanza y sin la presencia de ningún adulto que pudiera interferir de una manera u otra en su desarrollo. A la par que la diversión y competitividad, de manera inconsciente se desarrollaba los conocimientos, iniciativa, actividad física, manualidades, destreza y fantasía. Los objetos necesarios para practicar los juegos eran elaborados por los propios niños con materiales rudimentarios y de desecho y solo se adquirían en las tiendas los estrictamente necesarios. Nos limitamos a indicar algunos, si bien, en nuestro archivo particular los hemos recopilado convenientemente esperando que algún día vean la luz a través de una publicación específica. Muchos se practicaban a lo largo de todo el año, algunos de forma ocasional y otros según “la moda”, casi todos en las calles, la mayoría competitivos de forma individual o por equipos, de los que hemos contabilizado algunos: Trompo, Boliches, Piola, A la una mi mula, Mariquilla Curucaña; Churro, media manga y manga entera, Ple, El bobo, Trapo quemado, Trapo escondido, Pompa, Caravana, Jilo, (Jilo verde) Calambre, Adivinanzas, Carretones, La rueda, Tiraderas, Pistolas con trabas de ropa, Arcos y flechas, Molinos de agua, Caballos de caña, Cochitos de alambre, El funcho, La cometa, La chiringa, pitos, La billarda, El tejo, Blancas y negras, La númera… y toda la gama de juegos corales de las niñas.

A modo de conclusión

A los niños de la posguerra les tocó vivir una etapa dura y triste de la historia, pero a la vez esperanzada. Las experiencias sentidas, vividas y aprendidas sirvieron para consolidar con su trabajo una posterior y prometedora época de transición política, social y económica del país que en muchos casos no se ha sabido asimilar; y hoy, con un incierto futuro a la vista, convertidos en venerables abuelitos, son en muchos casos el sustento económico de muchas familias.

No hemos pretendido transmitir un mundo idílico ni tampoco tremendista, tan solo la crónica amable de la infancia en una época determinada, exclusivamente narrativa. Si a la misma vez sirve para conocer aspectos cotidianos históricos de nuestra tierra y nuestra gente, hemos cumplido con el objetivo que como cronista y fedatatario de los acontecimientos vividos en nuestra comunidad nos corresponde.

Fuente: https://www.laprovincia.es/

 

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