POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA DE LA CIUDAD DE LAGOS DE MORENO (MÉXICO)
Dentro de las actividades realizadas por el 186 aniversario de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, se descubrió la reproducción de los tres paneles d el mural inconcluso de Saturnino Herrán “Nuestros dioses antiguos”; aquí mi breve participación antes de su develación:
“El maestro Saturnino Herrán, en etapa de final madurez y sobriedad trazó esta obra, Nuestros dioses antiguos, en el ocre del plano terrestre, cuyo destino debió ser el Teatro Nacional, hoy Palacio de Bellas Artes.
Obra oportuna y sugerente hoy, a Medio Milenio de los orígenes de nuestro presente, a unos días del desembarco de las huestes de Cortés en playas totonacas.
Realizó Herrán una inmersión al alma popular, incorporando un bodegón mexicano, el copal, un chimalli y el arte plumario haciendo gala de nacionalismo, en busca de la reivindicación indígena que se muestra en procesión, ofrenda y percusión, con fervoroso acatamiento, escena enmarcada por volcanes y nubes, quedando a la derecha conquistador, colono y fraile, bajo capas y yelmos, extranjeros que finalmente serían engullidos por esta tierra que no deja de enamorarles, muestra de su arrebato el nombre con el que la bautizan: una Nueva España.
La obra nos muestra la coexistencia pacífica, una como la que se da en esta, la SMGE, a la que festejamos 186 años de vida y trabajo ininterrumpido; institución a la que asistimos y en la que laboramos actores de la más diferente raigambre, bajo el común denominador de nuestro amor por México.
Al centro de la obra queda la original diosa madre, Coatlicue, reproducción de un producto plástico adelantado a su época digno del más puro cubismo que busca alejarse de la forma antropomórfica; el genio de Herrán aloja a su vez en el seno de la diosa al Cristo vencido, flotando ya sin cruz.
Enmarcada entre dos grupos de personajes, una doble docena de apóstoles de su propia religión, en autonomía, ajenos los unos de los otros, en plano de igualdad, regidos por la verticalidad de Coatlicue y la horizontalidad de los brazos de Cristo; obra que permite atisbar también los sagrados planos de la cosmogonía prehispánica: el inframundo, el terrestre y el celeste.
Un fino sincretismo combina los elementos originarios con los europeos; la difícil coexistencia entre contrarios que se dará durante tres siglos de la cual somos producto.
La Coatlicue madre, generadora de vida, dualidad en la dualidad, de quien nace Huitzilopochtli y en quien muere Cristo.
Inconclusa, como la sinfonía de Shubert, queda expuesta la obra, susceptible de recibir el estampado de últimos imaginarios toques, en que podemos hacer gala de experiencia y esperanza personal, en colaboración íntima, secreta, con el maestro Saturnino Herrán en torno a nuestros propios dioses”.