POR ANTONIO SÁNCHEZ DEL BARRIO, CRONISTA OFICIAL DE MEDINA DEL CAMPO (VALLADOLID)
Entre tachaduras, rasgaduras, sumas y restas simples y numerosas hojas arrancadas, deslumbra actualmente en el Museo de las Ferias un manuscrito sobre papel y encuadernación en pergamino, cuya ubicación temporal se enmarca entre el 1684 y 1706. Se trata del actual documento destacado, que podrá vislumbrarse en las instalaciones medinenses a lo largo de estos dos próximos meses. La temática es única y relacionada con el terreno, teniendo en cuenta que en su interior se hospeda una rica historia con la uva como protagonista.
Este documento, analizado por el cronista oficial de la villa y director de la Fundación Museo de las Ferias, Antonio Sánchez del Barrio, se conserva en el Archivo Simón Ruiz. Está formado por varios cuadernos con numeración propia y mano diversa, «que contienen las anotaciones en borrador de los gastos y cuentas de las labores realizadas tanto en las viñas y majuelos, como en la bodega donde guardan los vinos de la casa principal de doña Antonia de Arenas Zumarán, viuda de Pedro de Nava Castillo, escribano del número de Medina del Campo, según leemos en el encabezado que aparece en el primer folio del documento», explica Sánchez del Barrio.
La Real Academia Española, y más concretamente el Diccionario panhispánico del español jurídico, define al escribano del número como aquel «oficial concejil que solo podía ejercer su oficio en la localidad o demarcación a la que estaba asignado. Se llaman del número porque generalmente en cada localidad o distrito había un número determinado de ellos, que no podía sobrepasarse. Entre otras obligaciones tenían las de comunicar las transacciones sobre inmuebles a los recaudadores, con efecto de pago de tributos, especialmente de alcabala, cuando se convirtió en un impuesto indirecto».
Es curioso mencionar que nada se sabe sobre los personajes de los que se habla en el interior del documento, y mucho menos si hubo relación o no con los sucesores de Simón Ruiz. En esta línea, las cuentas que figuran en los primeros folios corresponden a las «memorias» anuales que se hacen al aforar los vinos conservados en la bodega de la casa. En términos de inventario, desglosa Antonio Sánchez del Barrio, se puede leer en el manuscrito: “aforáronse de la cosecha del ochenta y siette (1687) a mi señora quinientas y treinta y ocho cántaras en limpio”, “Cosecha de 88 / aforose a mi Sra. una cuba que tuvo en limpio duzientas y treinta y quatro cántaras”.
A lo largo de las páginas que componen este documento, se ven descripciones que van siendo más precisas, nombrándose tanto las cubas como los cubetos que hay en propiedad, a la par que la ubicación en la bodega. Sánchez del Barrio destaca, entre las citadas localizaciones halladas en el interior del documento, frases como la siguiente: «La cuva fundadora», «La cuva que está debaxo de la çerera del corral», «la cuva primera del seno pequeño». Junto a su ubicación, también se incorporaba información sobre la capacidad en cántaras de cada una de ellas.
Además, estas anotaciones suelen aparecer tachadas, «lo que nos hace suponer que son cuentas en borrador que se pasan a limpio en otro libro más definitivo». Como muestra de datos concretos del volumen del vino conservado en la bodega, se puede leer en su interior: «7 cubas, 2 de 245 cántaras, 3 de 235, 1 de 190 y la restante de 175; en los años siguientes hay una media de 3-4 cubas de unas 240-247 cántaras y un ‘cuveto’ o ‘cuvetillo’ de 45-47 cántaras. Con el tiempo, estas cuentas se van simplificando paulatinamente hasta convertirse muchas veces en un simple esquema de datos concretos», cerciora en su investigación Antonio Sánchez del Barrio.