CON ANTONIO SÁNCHEZ DEL BARRIO, CRONISTA OFICIAL DE MEDINA DEL CAMPO (VALLADOLID).
Una gruesa vara negra en cuyo extremo superior sobresale un agarrador rojo con forma de «u» golpea dos veces el suelo. Es Viernes Santo y en Medina del Campo ya se respira y siente el silencio. En andas, como siempre lo hizo, el «Cristo de los Toreros» -pues así se le conoce popularmente en la Villa de las Ferias- ya reposa sobre un paño blanco del que brotan decenas de claves rojos como la sangre. Pero estas líneas no son más que un mero recuerdo que enfrasca un instante de los de antes. Ahora, a día de hoy y hasta el 8 de septiembre, este Cristo Yacente se yergue como obra destacada dentro del ciclo expositivo vigente de la Fundación Museo de las Ferias, bajo el patrocinio de la Diputación de Valladolid.
La publicación «Semana Santa en Medina del Campo, Historia y Obras Artísticas» de M. Arias Martínez, J.I. Hernández Redondo y A. Sánchez del Barrio hace alusiones al inventario manuscrito redactado por Gerardo Moraleja en 1911, gracias al cual se tiene una detallada descripción de los bienes artísticos que estaban en posesión de la Cofradía de la Vera Cruz, cuya sede fue derribada entre 1961 y 1962 y venía a ubicarse en el edificio que actualmente configura la sede de Cáritas en la Villa de las Ferias -en la Plaza del Pan-. Estos mismos investigadores señalan cómo esta imagen del Cristo Yacente daba nombre a una de las cuatro capillas laterales del desaparecido templo: «En su retablo, recibía culto dentro de una urna de madera y cristal; completándose el conjunto con una Cruz de plata con reliquias, conservada en la Colegiata, y una imagen de bastidor de San Vicente Ferrer que hemos de dar por perdida», concluye el estudio.
A pesar de que la autoría de esta talla -de madera tallada y policromada- ha supuesto un amplísimo debate en el campo académico, su atribución le encamina ahora a Juan de Montejo sobre 1598. El doctor Sergio Pérez Martín, autor de la publicación «El escultor Juan de Montejo (1555-1601). Un último aliento de estética juniana» asevera: «Hasta donde hoy sabemos, parece que Juan de Montejo llega a Medina del Campo proveniente de Salamanca capital, donde había instalado su taller en 1597 después de un largo periodo vital en Zamora, y su primer contacto con la villa le dirige hacia el Colegio de la Compañía de Jesús donde su rector, Cristóbal de los Cobos –a quien habría conocido en la ciudad del Tormes– le encomienda en 1598 ciertos trabajos en el retablo mayor de su iglesia. A buen seguro este importante concierto desencadenó otros, pues en un arco cronológico muy próximo encontramos al escultor trabajando por otros edificios e instituciones de Medina».
Bajo esta premisa, la primera en dar el paso sería la Cofradía de la Santa Vera Cruz, para la que habría realizado este Cristo Yacente que se integra ipso facto en el paso procesional del Santo Entierro: «Obviando emplazamientos posteriores, la imagen se ubicó originalmente en una de las cuatro capillas laterales con que contaba el templo penitencial de la hermandad y con él se escenificaba, como era habitual a fines del siglo XVI, la deposición de Cristo en el sepulcro. La renovación acontecida en la Semana Santa medinense a mediados del siglo XX tras la desaparición de una parte importante de las cofradías históricas, entre ellas la de la Vera Cruz, hizo que la escultura pasase a la Real cofradía del Santo Sepulcro, fundada en 1943», menciona Sergio Pérez Martín.
Tras el derribo de la sede de la Cofradía de la Vera Cruz sobrepasando los años 60, fueron varios los aficionados al mundo taurino y el cante flamenco los que intentaron buscar un nuevo hogar a esta imagen del Cristo Yacente. Relataba el torero medinense Emilio Fernández «El Exquisito», en uno de los libros anuales publicados por la Asociación Taurino Cultural «Los Cortes», que la Iglesia Colegiata de San Antolín fue su primera morada temporal. El párroco de entonces habría invitado a los devotos a procesionar junto a la Virgen de las Angustias al ser semejante la indumentaria procesional de ambos. Tras no llegar a un punto en común, los aficionados se volvieron a ver en la tesitura de cambiar de sede, siendo acogidos por las monjas de clausura del Monasterio de Santa María la Real. Si bien es cierto, y tras echar el cierre definitivo este templo en agosto de 2022, este «Cristo de los Toreros» ha vuelto a retornar a la Colegiata de San Antolín.
Haciendo gala de su sobrenombre, este Cristo ha procesionado con un espléndido capote de paseo desde entonces hasta nuestros días. Una labor de la que solía encargarse, ya hace décadas, el periodista y crítico taurino de La Voz de Medina, Francisco Alonso «Paquillo» junto al diestro medinense Pepe Luis de la Fuente. Una seda, que no percal, perteneciente durante años al popularísimo torero Manolo Blázquez -cuya peña de aficionados también jugaba un papel fundamental en la sociedad de Medina del Campo-. El Yacente lució también el capote del medinense Pedro Antonio Dueñas, encargándose de ello la ATC «Los Cortes» para que luciera en toda su magnitud.
Unas andas portadas, no en pocas ocasiones, por el torero que da nombre al primer premio nacional de cortes de novillos, José María de la Fuente «Pinturas». Unos pasos cofrades nutridos de toreros foráneos pero en gran medida medinenses, como los del Cuco, El Cali o Chato Medina. Un anecdotario taurino que llegaba hasta la propia monja sacristana que se encargaba de colocar las flores y cuidar al Cristo Yacente para procesionar. La religiosa era, nada más y nada menos, hermana del torero palentino Marcos de Celis. Una serie de personas que, por unos motivos y otros, ya no caminan junto al cristo al que tanta devoción mostraron. No obstante, sigue procesionando como sección dentro de la Real Cofradía del Santo Sepulcro.
Pero, volviendo a la majestuosidad de la propia obra, «su indudable atribución al salmantino Juan de Montejo permitió no hace tantos años desechar las relaciones que se habían querido ver con distintos maestros de la escuela de Toro. Para ello, debemos apoyarnos en el estudio de su anatomía, magra y musculosa, pero nada hinchada, o en la utilización de un distintivo paño de pureza, cruzado en aspa dejando ver la parte superior del muslo, anudado sobre las caderas y con uno o dos colgantes laterales, remedo del utilizado en estampas de Tobias Aquilano (1570), Orazio de Santis (1572) o Pedro Ángel (1584)» explica Sergio Pérez Martín. De hecho, va más allá: » la minuciosa talla del cabello con abundantes caracoles, la terminación bífida de la barba y la disposición de ojos y boca entreabiertos, esta última mostrando parcialmente los dientes, son parte de esos rasgos junianos presentes en el modo de hacer del salmantino, como también lo es el forzado quiebro que muestran ambas muñecas. Además, la concepción general de la imagen, llena de dinamismo e inestabilidad, se acerca bastante al tratamiento de varios crucificados zamoranos autógrafos tallados en esta misma década de 1590, caso del que corona el retablo de la capilla de Cristóbal González de Fermoselle en la iglesia capitalina de San Cipriano.»
Al mismo tiempo que el «Cristo de los Toreros» se mantendrá expuesto hasta el próximo 8 de septiembre en la Fundación Museo de las Ferias, se podrá admirar la exposición «El escultor Juan de Montejo y la Abadía de Medina». La muestra cuenta con la participación del profesor Sergio Pérez Martín, uno de los mejores conocedores de la obra de Montejo y autor del estudio monográfico del libro catálogo que acompaña a la muestra. La colección expuesta consta de una docena de magníficas esculturas y relieves procedentes, entre otras instituciones, del Museo Nacional de Escultura, el Museo Carmus de Alba de Tormes, la Catedral de Zamora o la Colegiata de San Antolín de Medina del Campo, así como con documentación original del Archivo Simón Ruiz.
El escultor Juan de Montejo es una de las figuras más desconocidas de la plástica escultórica del tercer cuarto del siglo XVI en el occidente castellano. Tal y como relatan desde la Fundación Museo de las Ferias -entidad que dirige el académico Antonio Sánchez del Barrio-, Montejo nació en Salamanca en 1555, en el seno de una saga familiar dedicada al arte de la pintura, por lo que pudo formarse en el entorno vallisoletano con algún maestro conocedor del estilo de Juan de Juni. «A partir de aquí, su vida transcurre entre las diócesis de Salamanca y Zamora, con algunas incursiones a fines de la década de 1590 en los territorios de la antigua abadía de Medina, por entonces ya integrados en la nueva sede de Valladolid. En Medina del Campo Montejo toma contacto con escultores como Francisco de Rincón, Pedro de la Cuadra o Esteban Jordán, gracias a las grandes empresas del Colegio de los Jesuitas y del Hospital Simón Ruiz», ahondan desde la Fundación.
Por si fuera poco, anejo a esta exposición se encuentra un documento perteneciente al Archivo Simón Ruiz -patrimonio de la UNESCO-. Se trata del pago de la escultura del San José realizado para la Iglesia del Hospital que, a día de hoy, porta el nombre del banquero y comerciante. Un pago efectuado a Juan Montejo «El Mozo», hijo del escultor del mismo nombre «a quien se le debían 6.630 maravedíes por la hechura de “una figura de sant Jusephe y el niño Jesús que hiço para el dicho hospital”, mediante carta de pago dada el 17 de mayo de 1602 en Salamanca, ante el escribano del número de la dicha ciudad Francisco Álvarez. Este asiento de pago se halla en el cuadernillo con las cuentas dadas entre los años 1598 y 1618, por Alonso Ruiz de Roa, sobrestante de la obra del Hospital General, ante Andrés de Otaola, hombre de la mayor confianza de Simón Ruiz», corrobora Antonio Sánchez del Barrio.
A la par, a este dato dado a conocer hace ya años, se le suma otro hallazgo, relacionado con un asiento de pago anterior -1601-. En este último edicto se hace alusiones al pago de las labores realizadas por el artista medinense Pedro Herrera, que documentan la pintura y dorado de una desconocida imagen de Nuestra Señora del Niño Dormido, de dos cruces de agua bendita y una cruz del altar, así como dos tablas de los evangelios. «Con el hallazgo de todas estas informaciones queda probada la autoría de la talla del grupo de San José con el Niño por el escultor salmantino y de la policromía que fue abonada un año antes al pintor Pedro de Herrera, el mismo que se ocupa de pintar todo el interior de la Iglesia», finaliza Antonio Sánchez del Barrio. Una ventana a la historia, cuidado y cariño al patrimonio de Medina del Campo que se abre en la sala Simón Ruiz de la Fundación Museo de las Ferias hasta el próximo domingo, 8 de septiembre.