EL NIÑO CRECÍA LLENO DE SABIDURÍA…
Dic 27 2016

POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)

La Virgen y el Niño, imagen que se venera en la riera de Covadonga Aasturias). / Foto de Javier Remis
La Virgen y el Niño, imagen que se venera en la riera de Covadonga Aasturias). / Foto de Javier Remis

Ya celebramos la Navidad -el Nacimiento de Jesús- y hasta recordamos esos tiernos y maternales momentos de los primeros días del postparto cuando María, en amor y entrega sin límites, amamantaba a su Hijo.

Estamos de retorno en la Santa Casa de Nazaret.

José, el artesano, trabajando en su taller de carpintería; María, ama de casa, atendiendo a su Hijo y a las labores domésticas; el Niño, pequeñín él, dando guerra, que para eso era niño.

Poco sabemos de la infancia-niñez de Jesús.

El evangelista San Lucas -don Lucas, el médico- resume esta etapa en una frase muy sencilla: «El Niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría y la gracia de Dios estaba en Él» (Luc. 2, 49).

¿Cómo era la casa de José y de María?

Nazaret, en aquellos tiempos, era lugar de campesinado y muchas de sus casas aprovechaban cuevas naturales que al exterior complementaban con una pequeña construcción de piedra.

No había lujos y las comodidades eran escasas.

No eran morada para un Niño Dios, pero ese Dios buscaba la sencillez de lo humilde. Esa fue su primera lección: el valor de la HUMILDAD.

Un viejo romance, recogido por don Braulio Vigón a finales del siglo XIX, idealiza la morada que merecía Jesús y, a la vez, anuncia su misión redentora.
Leámoslo:

«Allá arriba en aquel monte / hay una casa bonita:
no la hizo carpintero / de obra de carpintería;
hízola el Rey de los Cielos / para la Virgen María.
Tres ventanas de oro tiene /corredor de plata fina,
por una entraba la luna / por la otra el sol salía,
por la más chiquita de ellas / entra la Virgen María
con un Niño entre los brazos / llorando que trasvertía.

-¿Por qué llora la mi Madre / madre de tanta alegría?

-Lloro por los desgraciados / tantos como el mundo había-
– Calle, calle la mi madre / que yo lo remediaría.
Bajareme yo a la tierra / entre la noche y el día,
y lo quitaré a los ricos / y a los pobres lo daría».

Al escribir esto no puedo dejar en el olvido aquel villancico que escribiera a comienzos del siglo XX don Francisco Suárez Bustillo, coadjutor organista de la parroquia de San Cristóbal el Real, de Colunga.

«Los que nacen en cunas de oro cubiertas de seda
que le imiten y aprendan, humildes, a amar la pobreza.
Los que nacen en cunas de oro sus ojos conviertan
al humilde Portal de la humilde Belén de Judea.

Es preciso que el mundo lo escuche, que el mundo lo sepa;
que lo digan la espada, la pluma, la lira y la lengua,
la campana y el órgano grave, la voz de la Iglesia,
la divina lección que el divino misterio celebra.

Y los mismo angélicos coros que al mundo trajeran,
mensajeros venidos del cielo, la DIVINA NUEVA.
Los que nacen en cuna de paja, amen su pobreza.
Los que nacen en cuna de oro, que aprendan, que aprendan».

María y el Niño, una lección de AMOR y de HUMILDAD

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