POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

Fue el más grande del mundo cuando se fabricó. Fue un ejemplar único en su clase en toda Europa. Fue un sorprendente adelanto de la tecnología. Y fue la envidia permanente de todo el mundo civilizado por lo imposible de copiarlo.

Quizá el único inconveniente fue que era murciano. De haber acabado en cualquier otra ciudad hoy habría colas para admirarlo. Así somos. Se trata del Gran Órgano de la Catedral de Murcia, fabricado entre 1855 y 1856 por la casa belga-parisina Merklin Shütze.

La causa fue un terrible incendio, acaecido en la madrugada del 2 de febrero de 1854, que destrozó gran parte del primer templo de la Diócesis, incluidos los dos órganos barrocos que atesoraba. «Del día 3 de febrero, memoria nos quedará, a las doce de la noche, se quemó la Catedral», escribía el periodista Martínez Tornel.

Enseguida comenzaron los trabajos para la restauración. Murcia tuvo la suerte de contar con Mariano Barrio Fernández, obispo de Cartagena que fue entre 1847 y 1861. En solo ocho meses volvería a abrir al culto la Catedral. De entrada, logró que la reina Isabel II donara una sillería del siglo XVI que provenía del monasterio madrileño de Santa María de Valdeiglesias.

El obispo, en lo tocante al encargo del órgano, decidió comisionar al mayor experto. Era Hilarión Eslava (1807-1878), maestro de Capilla de la reina Isabel II y profesor del Conservatorio de Madrid, del que sería director. Eslava, a su vez, propuso que la obra se encargara a Joseph Merklin.

Pero no lo hizo al tuntún. Antes de eso, en 1852, recorrió media Europa para conocer las últimas innovaciones en el arte de la construcción de órganos. Fruto de ello sería el encargo, cuyo objetivo último era «presentar a los organeros españoles un modelo de los adelantos hechos en este campo». Y lo logró, desde luego. Es posible que ni siquiera el constructor imaginara el prodigio de arte e ingeniería que iba a fabricar. Tallada su caja en madera de roble, las fachadas alcanzan los 18 metros de altura. Sus cuatro mil tubos se reparten entre algunos con apenas unos centímetros y otros que superan los diez metros. Costó 25.000 napoleones, traslado y montaje incluidos.

Llega por Cartagena

El Boletín Oficial de la Provincia de Murcia daba cuenta, el 9 de febrero de 1857, de la llegada a Cartagena del bergantín ‘Virgen del Escapulario’, procedente de Amberes y bajo las órdenes del capitán Ardison, que transportaba «el órgano de la Catedral de Murcia». El barco había atracado el segundo día de aquel mes.

Una vez instalado en el coro, el obispo Barrio ordenó que se comprobara si los fabricantes habían cumplido los detalles del contrato. Tal menester lo desempeñó, como resulta lógico, Hilarión Eslava, quien concluyó que no solo el trabajo era magnífico, sino que, «además, han aumentado tres registros en el teclado de pedales».

El admirado Hilarión reconoció que la riqueza y variedad de registros que atesoraba la pieza «es casi inagotable» e incluso aseguró que tenía ante sí «el mayor esfuerzo que ha hecho hasta ahora la acreditada fábrica que lo ha construido para justificar su merecida fama».

Los murcianos pudieron conocer el fallo del maestro y otro de Mariano Tafall, organero de la Catedral de Santiago, en las páginas del ‘Boletín Oficial’ el día 18 de julio.

El dictamen de Eslava incluía una recomendación que, de no caer en saco roto, igual hubiera garantizado que la pieza fuera conocida en el mundo. Porque aconsejaba al obispo Barrio que creará en torno al instrumento una escuela de órgano cuyos discípulos esparcieran por las iglesias de España sus conocimientos.

Tafall, por su parte, consideraba «mágicos» los sonidos de clarinete, figle, voz humana y corno inglés. Y se alegraba de haber tenido entre sus manos, henchido «de admiración y gozo […] puestas en la práctica las teorías que había estudiado en los autores extranjeros que tratan estas materias».

La inauguración se celebró el 8 de julio de 1857. La parte musical de la cita religiosa corrió a cargo del maestro Hilarión y otros organistas, entre ellos Renao Vilvas, que lo era de la iglesia de San Eugenio, en París, o Ambrosio Arriola, a quien no citan algunas crónicas. A ellos se sumaron los propios de la Catedral, Máximo Jiménez y Joaquín López. También participó «el joven pianista y profesor de orquesta» Julián Calvo.

La cita de Andersen

El joven Calvo se convertiría en uno de los más afamados compositores murcianos, organista también de la Catedral y autor del pionero ‘Tratado Práctico del teclado en el Órgano Moderno’. La pieza musical central de la inauguración fue ‘Fantasía religiosa al Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo’, obra compuesta por Eslava para la ocasión.

El nuevo órgano fue el primero monumental romántico instalado en España y supuso para Merklin una espléndida tarjeta de presentación. De hecho, aquel encargo lo convirtió en el más reputado organero europeo, creando incluso escuela y confeccionando piezas para todo el mundo.

Muy poco tiempo después, un célebre turista escribiría del nuevo órgano. Fueron apenas unas líneas, pero unas líneas del gran Hans Christian Andersen. En su obra ‘Viaje por España’ señaló que «vivíamos en la plaza, justamente detrás de la magnífica catedral; hasta nosotros llegaban la música del órgano y los cánticos gregorianos. En la calle todo era soledad y silencio».

En 1910 se abordó una restauración de la pieza a cargo de Aquilino Amezúa. Y otra en 1979. La última la encargó a Jean Daldosso otro obispo, Manuel Ureña, de sobrenombre ‘El Restaurador’ pues su gestión dejó como una patena el rico patrimonio eclesiástico murciano. Tres años se emplearon en devolverle su esplendor al rey de los instrumentos. El mismo esplendor que la mayoría de murcianos y turistas no disfrutan porque lo desconocen.

Fuente: https://www.laverdad.es/