POR RAFAEL SÁNCHEZ VALERÓN, CRONISTA OFICIAL DE INGENIO
Fue un día 23 de junio de 1867, cuando la joven María del Carmen Martín Alemán, después de recorrer el empinado camino que separaba su Carrizal natal del casco de Ingenio, se encaminó al templo parroquial de Nuestra Señora de Candelaria para contraer matrimonio con el comerciante tirajanero, residente en Las Palmas, José Viera González. Fruto de esta unión vino al mundo en Las Palmas el 23 de mayo de 1870 un niño que fue bautizado cuatro días después en la parroquia de San Francisco con el nombre de José Viera Martín. Tuvo diez hermanos: Severino, Juan, Maximino, Domingo, Francisco, Agustín, Catalina, Carmen, Juana y Concepción.
El matrimonio cambió de residencia, pues fue en 1882 cuando el padre de aquel niño con 12 años, avecindado en el pago del Carrizal, tuvo que presentar un certificado médico expedido por el Doctor Gregorio Chil Naranjo y certificación de su nacimiento del cura párroco de San Francisco de Las Palmas, además de un informe del presbítero capellán de la ermita de Nuestra Señora del Buen Suceso de Carrizal, Silverio Medina, de haber observado una conducta irreprensible, tanto en su vida moral como en su aplicación al estudio, al objeto de ser admitido en el Seminario Conciliar para estudiar la carrera eclesiástica. Todo ello acompañado de una instancia para poder examinarse de ingreso y después a la matrícula del 1º año de latín en calidad de interno. Terminados sus estudios en el Seminario fue ordenado sacerdote en 1894. Nombrado coadjutor de la parroquia de Santa Brígida, ejerció su cargo entre 1895 y 1896, pasando ese año a la Catedral de Canarias como celador y bibliotecario. Desde 1904, cura ecónomo de la parroquia de Santa María de Guía.
Desde su primer destino parroquial, en 1895 empieza a destacar como orador sagrado en la homilía que pronunció en la función religiosa con motivo de las fiestas en honor de Nuestra Señora del Pilar del Madroñal. Junto a su labor pastoral, su elocuencia trasciende y es requerido para pronunciar sermones en distintos lugares, siendo recordados sus panegíricos en las fiestas patronales de San Mateo (1895) y en la parroquia de Santo Domingo (1898). Destaca especialmente como periodista del diario España con artículos de crítica social y denuncia durante una de las épocas más tristes de la historia de España con la llamada “crisis del 98”.
Fue 1899 un año frenético, con sus continuos artículos en la prensa abordando problemas de distinta índole, entre ellos el lamentable estado a que estaban sometidos los soldados, convertidos en reservistas, a su regreso a Canarias, después del humillante “Tratado de París” de 1898 por el que España perdió sus últimas colonias, sometidos a maniobras militares semanales. El primero que conocemos publicado en el periódico España en enero de aquel año aparece mutilado en varios párrafos por orden de la censura, del que entresacamos frases como: los soldados regresan, enfermos implorando…(censurado). En un claro alegato antimilitarista abogaba por la regeneración moral y material del pueblo utilizando “la pólvora para hacer estallar los barrenos, emplear los caballos en los transportes, los hombres recogiendo las cosechas en los campos e impulsando las máquinas en los talleres”.
Indignado por la situación, publica una carta abierta dirigida al Capitán General de Canarias el 27 de abril de 1899 por oponerse a suspender los ejercicios que practicaban los reservistas que no reportaba ningún provecho ni utilidad. Arremete contra el gobierno de la “metrópoli” y la autoridad civil de la provincia de Canarias, por “robar con descaro”, aplicando excesivo gravamen a los artículos que servían de alimento a los infelices jornaleros. Se compadece de los soldados de ultramar por haber padecido hambre, sed y dormir en dura tierra. Critica duramente el proyecto de hacer fortalezas en las islas y el recelo hacia los ingleses establecidos que habían dejado importantes mejoras y valiosos capitales en la isla con depósitos de carbón, centros de comercio y haber favorecido la exportación. Termina su artículo con una arenga política: “si nos honramos con el glorioso título de españoles, no estamos en condiciones de ser criados de los peninsulares”.
Este demoledor artículo contra el poder establecido, provocaría una orden de prisión el 21 de mayo de 1899 contra el batallador sacerdote y periodista, dictada por la autoridad militar, por supuestas injurias. Debido a su condición de sacerdote y la presión popular, fue recluido en Seminario Conciliar, donde recibió la visita de numerosas personas de distintas clases sociales y de todos los partidos políticos, que le ofrecieron su apoyo. También recibió muchas tarjetas y cartas del interior de la isla, además de la consiguiente reacción a su favor de toda la prensa y opinión pública, llegando el asunto hasta el Parlamento. Como protesta se dirigieron telegramas al Presidente del Consejo de Ministros, Ministros de la Guerra y Gracia y Justicia, al Senador Fernando León y Castillo; a los diputados García Guerra y Llorente y Matos, al Presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid y al Diario de Tenerife como decano de la prensa de la vecina capital. Desde el periódico “España” (católico-tradicionalista) se insiste que la autoridad militar debía inhibirse de la causa, solicitando la intervención solamente la jurisdicción ordinaria.
Toda la prensa local (Diario de Avisos, La Patria, Diario de Las Palmas, España, El Telégrafo, El Museo Canario, La Alborada, Las Efemérides) y muchos particulares se reunieron, acordando la publicación de una hoja informativa que se repartió por toda la ciudad para su pronta libertad y que fuera juzgado por la jurisdicción ordinaria. En tal sentido, el obispo de la Diócesis telegrafió a Silvela (presidente del Consejo de Ministros). Se abrió una suscripción popular en las Palmas y en todos los pueblos de la isla para dedicarle un obsequio, al tiempo que se organizó en el Circo Cuyás un “meeting” público a favor de los reservistas canarios por la forma que se venía realizando los penosos ejercicios quincenales de los reservistas y protestar por la detención del padre Viera. Por parte de la redacción del diario España se organizó un banquete, para el día que se resolviera la competencia entablada por el Juez de Instrucción de Las Palmas ante el Capitán General de la Provincia.
Se esperaba por esos días la llegada a Las Palmas del magistral de Sevilla, José Roca y Ponsa, defensor de la causa tradicionalista al igual que el Padre Viera. El proyectado “meeting” en el Circo Cuyas para el 24 de mayo no llegó a celebrarse, pues la delegación gubernativa informó no haber recibido la indispensable solicitud. En cambio, el público recorrió pacíficamente las calles y se censuró a los organizadores. La reunión llevada a cabo por León y Castillo y los diputados por Gran Canaria con el Ministro de la Guerra resultó satisfactoria al haberles afirmado que castigaría severamente los abusos militares. Toda la prensa de Madrid se ocupó del asunto, lamentando la intervención del ejército en asuntos de imprenta, amparados por varias sentencias del Tribunal Supremo (estaba fresco el ruidoso proceso de Dreyfus en Francia).
Avanzado el mes de junio, el diputado García Guerra comunica desde Madrid que por parte del Tribunal Supremo había quedado resuelta la competencia entablada entre las autoridades ordinaria y militar en la causa seguida contra el periódico España, a favor de José Viera Martín, entendiendo de la causa el Juez Ordinario. Sin embargo, el
Capitán General del Distrito deniega la instancia presentada por el eclesiástico pidiendo la libertad provisional. Por el mes de julio, en sesión parlamentaria en el Congreso, García Guerra interpela al Gobierno sobre los ejercicios militares que tenían que realizar los reservistas canarios cada domingo, abandonando sus casas en la madrugada y regresar a sus hogares ya casi de noche, además de un agravio comparativo al no estar sujetos a estos ejercicios los reservistas peninsulares; al mismo tiempo el arbitrario encarcelamiento preventivo del cura Viera al no haberse solventado el conflicto jurisdiccional por parte del Tribunal Supremo que había recibido las actuaciones del juez militar.
Resuelta en el Tribunal Supremo la competencia entablada, el juez de instrucción del Partido decreta la libertad provisional del presbítero Viera. Por su condición de sacerdote rogó a sus amigos que desistieran de celebrar una manifestación de simpatía a su salida de prisión, marchando a su domicilio. La redacción del diario España organizó un banquete en su honor en un hotel de Tafira, continuando con sus panegíricos en distintas parroquias de la Isla. El influyente Roca y Ponsa regresa a la Península
Por el mes de marzo de 1900, decide trasladarse a América en busca de nuevos horizontes, al decir de sus amigos cansados del servilismo degradante y las miserias y bajezas que consumían al desgraciado pueblo canario, donde no podían vivir más que los hombres sin carácter, aduladores e hipócritas. Arturo Sarmiento, director del periódico para el que escribía le envía un escrito de alabanza, manifestando que desatendió ocupaciones, libros, amistades y merecidos premios, ofreciendo su esfuerzo intelectual, su pluma de polemista, su crítica ingeniosa, su consejo de maestro, su talento fecundo y claro al servicio de los demás. Por amor a la justicia y al pueblo se colocó junto a los vencidos, a los humildes, a los que la sociedad arrojaba de su lado y a los que la justicia cerraba las puertas de las justas reivindicaciones, sin abandonar su carácter dulce y conversación libre y alegre.
En el trasatlántico Montserrat partió para América el 1 de abril de 1900. Después de un viaje sin incidentes arriba en Puerto Rico. En sus cartas pone de manifiesto su contrariedad por la administración norteamericana y la situación precaria de los españoles, mostrándose crítico con las costumbres establecidas. Posteriormente, pasa a Cuba donde valora la construcción de hermosos edificios y la higiene en sus calles, además sobre los cubanos, que no estaban conformes con la presencia yanqui. Después de una breve estancia pasa a Méjico donde tenía proyectado establecerse, encontrándose un drama desolador en Veracruz con calles estrechas y sucias, apreciando el territorio interior. En distintas cartas relata su estancia y las particularidades que observa, entre ellas las costumbres nativas.
Desde Méjico, donde había creado una obra benéfica, se traslada a la Habana por el mes de julio de 1901, dejando su huella en beneficio de las clases necesitadas y de los pobres emigrantes españoles. Muy pronto se dio a conocer por su carácter independiente y por sus artículos en defensa de todos los principios, siendo nombrado teniente cura de la Parroquia de Montserrat en La Habana. Por 1903, un periódico de la capital de la isla caribeña elogia sus virtudes como orador por su voz, elocuencia e instrucción.
En septiembre de 1903 regresa a su tierra. Por 1904, con ocasión de las fiestas de San José lo encontramos en el Carrizal de sus antepasados, encargándose del panegírico en una misa cantada en el templo de Nuestra Señora del Buen Suceso. En Telde participa junto a otros sacerdotes en el acto de jura de bandera de los quintos del Regimiento de Valencia estacionado en Gando.
Marcha de nuevo a Cuba donde sigue gozando de merecida reputación como orador sagrado. Por 1909 constaba como párroco de la Villa de Güines, donde residían muchos canarios, mostrándose ingenuamente sencillo, afable y bondadoso, severamente correcto, enemigo de la inhibición, al decir de un periódico de la Habana. Sus escritos en un periódico del lugar son breves y concisos. Como orador sagrado seguía gozando de gran reputación. Su presencia en Cuba continúa por el año 1910 y sigue mandando sus artículos sobre las buenas relaciones entre canarios y cubanos. La colonia canaria de la Habana le ofreció en 1911 un banquete, al que asistieron delegaciones del interior. La Asociación Canaria que constaba de 28.000 socios contó con su delegado que leyó varios telegramas y cartas de adhesión al padre Viera de todas las delegaciones que tenían los canarios en Cuba, seguida de una alocución del sacerdote visiblemente emocionado, añadiendo que transmitiría un cable a sus ancianos padres que se hallaban en Canarias. Fue redactor de la sección religiosa del periódico El Mundo de la Habana y redactor jefe del Diario de la Marina. Consiguió, a través de prestaciones de los potentados, dinero para ayudar a los pobres.
Párroco de la Iglesia del Cerro en la Habana, llevó cabo una labor humanitaria en la escuela El Salvador enseñando gratuitamente a una colonia infantil.
Con una pierna amputada a consecuencia de una herida infectada provocada por una hiperglucemia, falleció el 12 de octubre de 1935 a la edad de 65 años, con la misma dignidad y pobreza como había vivido, vistiendo la única sotana que tenía que le sirvió de mortaja, teniendo por todo capital una peseta y dos mudas de ropa interior. A su entierro acudieron gentes de todas las clases sociales, dignidades religiosas como el arzobispo de Santiago de Cuba y el presidente de la República de Cuba, José Miguel Gómez, así como representantes del clero secular y regular y de otras religiones. El pueblo, especialmente los de raza negra a los que había ayudado no permitió que el féretro fuera trasladado en coche hasta el lejano cementerio. Sobre su pecho llevaba prendida la Cruz “Pro Ecclesia et Pontífice”, concedida por el Papa en 1927 por su altruista labor en la Iglesia de El Salvador.