POR ÁNGEL DEL RÍO LÓPEZ, CRONISTA OFICIAL DE MADRID Y DE GETAFE.
Este país nuestro llamado España, con sus comunidades, diputaciones y ayuntamientos, no es capaz de cambiar el curso de la historia, que nos clasifica como tierra de improvisación, de falta de previsión y reacción tardía ante los grandes fenómenos anunciados. Lamentablemente, se demuestra cada vez que ocurre un acontecimiento de singular magnitud.
La pandemia nos pilló en pañales cuando el coranovirus era ya un mal que se había hecho presente en otros países. Tuvimos que improvisar a marchas forzadas, y el retraso en las decisiones tomadas y en las prevenciones necesarias nos situó en la cabeza de los países más afectados, tanto en el orden sanitario como en el económico y laboral.
Filomena, ese nombre que envenena nuestra movilidad, ha vuelto a poner en evidencia que no estamos preparados para hacer frente a grandes calamidades, aunque estas hayan sido anunciadas con antelación. Llevaban muchos días los expertos avisando de la llegada de una gran borrasca que cubriría de nieve ciudades, pueblos y carreteras, especialmente en zonas muy determinadas del país. Y a pesar de esas previsiones meteorológicas, Filomena nos cogió en paños menores de sal, maquinaria, efectivos y alternativas para combatir sus efectos.
En los despachos de las distintas administraciones hay planes de actuación y evacuación de emergencia de la población para casos de grandes catástrofes por accidentes nucleares o de otra naturaleza, pero no hay planes, o por lo menos así se ha demostrado, para abordar una gran nevada, una gran helada y un atasco en la movilidad urbana y rural. En el país de la sal, no había suficiente en los almacenes de las administraciones, o no se esparció preventivamente antes de que cayeran los primeros copos.
Tampoco se utilizó a tiempo el parque de maquinaria previsto para estas ocasiones, ni la limpieza de los accesos a centros hospitalarios o de parecida naturaleza. Nadie pensó que en el país del sol reinante, el frío podría causar tantos estragos, a pesar de ser la crónica de un acontecimiento anunciado.
Un auténtico desastre, propio de la improvisación y de la falta de previsión que nos sigue marcando como país alegre y confiado en el que las cosas no van a pasar, y si pasan, desaparecerán por si solas. Eso sí, siempre en estas circunstancias hay sectores productivos que se benefician del estado de necesidad.
Se ha batido en estos días el récord de venta de palas, herramienta que no es habitual tener en casa, pero que ha servido para poder salir de ella, despejando de nieve el camino; también récords de venta de sal gorda, esa que en el uso doméstico se utiliza para cocinar y ahora ha servido para abrirnos camino, ante las carencias administrativas para procurarla y esparcirla. Recursos de emergencia para subsanar las carencias de quienes deberían romper con la nefasta tradición de que los grandes fenómenos naturales, nos pillan con el culo al aire, pese a ser anunciados con tiempo.
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