POR ALBERTO GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE BADAJOZ
Aunque galardones ha habido siempre, en los últimos tiempos han proliferado sobremanera y hoy no hay institución, asociación o colectivo que no entregue el suyo. Unos son específicos, restringidos o selectivos, pero otros constituyen un ‘totum revolutum’ que a base de mezclar churras con merinas menoscaban su calidad, suscitando debates sobre los destinatarios y sus méritos por lo heterogéneo de los distinguidos.
En este panorama una de las controversias es la que, partiendo de la aceptación de su valor como instrumento para distinguir a los destinatarios, y de que todos los que los reciben los merecen, estima que el punto débil de muchos es la disparidad entre los reconocidos. Colocar en igual rango figuras y créditos de muy diversas características, siendo muchos los que, sin restar mérito a nadie, estiman que no es equiparable toda una vida dedicada a la ciencia, el arte, las letras, el emprendimiento, la empresa, la economía, la educación, la acción humanitaria o cualquier otra tarea o esfuerzo; esto es, un curriculum fraguado con el paso de los años, con la fugacidad de un logro aislado de brillo mediático y popular inmediato, pero sin continuidad posterior.
No es que esos no merezcan también reconocimiento, pero en su órbita, sin mezclar con otros de carácter bien diferente. Entendiéndolo así algunos galardones distinguen en cada edición a un solo destinatario, con lo que se evitan las comparaciones. Pero otros, con afán de cubrir varios frentes conceden la misma distinción por motivos muy plurales, lo que a veces causa estupor por el desequilibrio entre los reconocidos.
Algunos estiman que la cuestión podría resolverse con apartados que fueran referente del distinguido en cada uno. Como los Premios Ciudad de Badajoz, por ejemplo, en que el novelista se equipara con el novelista y el pintor con el pintor, y no todos con todos. Lo que evitaría igualar los méritos de un investigador o un escritor con toda una vida de trabajo, con quien ha logrado una sola vez renombre efímero en un evento aislado que al poco se diluye en la nada.
En un galardón así estructurado el científico, el artista o el emprendedor se valorarían en relación de igualdad con colegas de actividad y esfuerzo, y no con el autor de la canción del verano, el bailón del año, el gol del siglo, o el último ratoncillo parido por el Cerro Gordo. Que también merecen ser premiados. Pero en su nivel.
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