POR JOSÉ SALVADOR MURGUI, CRONISTA OFICIAL DE CASINO (VALENCIA)
Lo conocí en enero de 1993, tres meses después de haber despejado las incógnitas de mi salud y haber puesto sobre mi pecho ese refuerzo al corazón que lleva por nombre marcapasos.
Marcando el paso, llegué a Roma en enero de aquel año, con la intención de poder saludar y hablar con el entonces Papa Juan Pablo II. Todos me trataban de loco, todos pensaban que aquella misión era imposible, nadie creía en el proyecto que rondaba mi cabeza desde hacía años. Pero yo siempre tuve la fe y la esperanza de conocer a Juan Pablo II.
Pude escribirle una carta de mi puño y letra en aquella salita de la Secretaria de Estado, mientras mi querido interlocutor sonreía contemplando como plasmaba sobre un blanco papel las palabras que justificaban mi atrevimiento. La carta dirigida a su secretario, entonces Monseñor Stanisław Dziwisz, y en la actualidad Cardenal emérito de Cracovia, quedo entre aquellas paredes de la tercera planta del Palacio Apostólico.
Marcando el paso, seguí recorriendo la eterna Roma, sus calles, sus plazas, sus monumentos y en aquella fría tarde de enero, una vez el sol se perdió tras las aguas del rio Tiber, me refugie en aquel hotel que me hospedo en mi primer viaje a Roma. Cuando llegué a la recepción coger la llave de mi habitación, tenía un mensaje que aún conservo, había llamado el Secretario del Papa, para invitarme a la Santa Misa que el Papa celebraba cada día en su capilla particular a la que solo podían acceder treinta personas. Tenía que estar a las 6,30 en el Portone di Bronzo.
Marcando el paso, con la ayuda de un taxi romano, a las 6,15 estaba el primero ante aquel magno portón cerrado. A las 6,30 se abrió la puerta y un impecable gendarme empezó a leer los nombres de los invitados. La lista estaba en letra de ordenador, mi nombre estaba escrito en lápiz, «Soriano» José era el último de la lista. Al ser el último llamado pude subir las escaleras el primero y tomar el asiendo donde me acomodaron.
El Papa vestía una casulla roja, era el día de San Sebastián mártir, y para dirigirse al altar, pasó por mi lado; me llamó la atención su cara sonrosada, sus blancas manos, su mirada penetrante, y la estela de paz que dejaba a su paso. El silencio era impactante. Juan Pablo, ofreció aquella santa misa, pudimos estar a su lado, participar teniendo como presidente de la celebración al Papa, en definitiva, tuve el privilegio de estar junto al Papa.
Cuando nos dio la bendición final, permanecimos todos un momento de rodillas a su lado. Después nos pasaron a la Biblioteca, nos pusieron a todos los asistentes en fila, yo estaba al final de la fila, creo que era el último, pero no me dieron alternativa de elegir el sitio. Al momento llegó Juan Pablo II y empezó a saludar a todos, un saludo rápido y tal como finalizaba el saludo, en silencio los invitados abandonaban la sala. Poco a poco se acercaba al lugar donde yo estaba, tenía mi mano derecha libre, con la izquierda sujetaba una pequeña bolsa donde llevaba el regalo para Su Santidad, una fotografía del Santísimo Cristo de la Paz de Casinos, con una dedicatoria en el vuelto de la foto, peladillas y turrones, y una pequeña porcelana de un ángel de la firma valenciana Lladró.
Cuando estuvimos frente a frente después de besarle la mano, o el anillo del pescador, noté que su mano me apretaba fuerte y mirándome a los ojos, me dijo, «-¿Cómo éstas de tu operación del corazón?» Había leído mi carta, fue el mejor momento para entablar una corta conversación. Al despedirme le dije: «-Santo Padre, gracias, no sé si nos volveremos a ver», y el Papa con un perfecto castellano, me dijo «Aquí tienes tu casa» hubieron muchas más audiencias, visitas a esa casa, y encuentros. ¡Cuántos momentos al lado de un santo!
Era el viernes santo el 24 de marzo del 2005, en el Vía Crucis que se celebra en Roma en las inmediaciones del Coliseo, que emite televisión, pude ver a un Juan Pablo solo, abrazado a una cruz, en esa capilla particular donde tantas personas habíamos estado durante su vida. Marcando el paso mi corazón, descolgó el teléfono, pude hablar con su Secretario, el Obispo Stanisław Dziwisz, el que me dio las gracias por la llamada, me brindé a ir a visitarlo el sábado santo, me dijo que no fuera, porque seguramente tendría que ir pronto… En esa corta conversación detecte que el final del Papa Juan Pablo estaba cerca.
Tal día como hoy hace quince años a las 21,37 horas, cerraba el Papa los ojos a este mundo. Eran pocos días los que nos separaban de aquella conversación. Tomé el primer vuelo disponible, me fui a Roma, directo al Vaticano, y aun pude acompañar el cuerpo de Juan Pablo expuesto en la capilla Clementina del Vaticano, al igual que en mi primera entrevista, también en esta ocasión fui el último de la fila, después de abandonar aquella capilla, el Papa fue bajado para llevarlo hasta la Basílica de San Pedro, y allí ser homenajeado por las personas que de todo el mundo acudieron a despedirse de nuestro Papa.
San Juan Pablo, buen amigo, confidente, gran Papa, hoy te recordamos con gratitud, pero humildemente te pido que no abandones a España, la que tanto te amó en vida, no nos abandones y tampoco abandones a este mundo nuestro hoy tan falto de salud y tan esperanzado en ese nuevo amanecer que nos devuelva la salud, paz, trabajo, libertad y esperanza para construir un mundo mejor, el mundo que tú siempre nos enseñaste.