POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Escribo el pendón, que no la pendonaza, sabroso insulto que perdimos y que tan castizo sonaba en las bocas de aquellas abuelas enlutadas de por vida, las que atesoraban el dinero entre sus senos descomunales envuelto en pañuelos, las que vestían dos pares de medias: las primeras, recias y de color gris oscuro, para que hicieran opacas y mas negras las segundas, que se ajustaban encima. Ahora las abuelas han perdido hasta el nombre. Por eso le advierten al nieto: “Nene, a mi llámame Pacuchi, que no soy tan vieja, leche”. Leche, otra palabra en desuso. Y el angélico -otra más-, que se le antoja la abuela como aquel que le preparaba la cama a Drácula, la mira con asombro.
l pendón que yo deseo ver, a ser posible en el balcón del Ayuntamiento o en desfile por las calles de la ciudad, es el Pendón Real, el que concedió Alfonso X a Murcia en 1266. Hace de eso 750 años y sorprende que, con tanto tiempo para hacerlo, todavía no nos hayamos cargado la huerta. Del todo, digo. El actual, que se conserva en el salón de plenos municipal, se hizo para la coronación de Carlos IV en 1789.
La última vez que se exhibió a los murcianos fue hace medio siglo justo, cuando el Consistorio celebraba los setecientos años de su constitución. El alcalde de la época, Miguel Caballero, a quien algún día se le reconocerá como el visionario que era, decidió darle protagonismo a la bandera. Claro que ahora, tal como esta el patio autonómico, cualquiera se atreve a enarbolar el pendón para que lo acusen a uno de facha porque, como es bien sabido, el dictador Franco, que gloria lleve como paz dejó, vivía en 1266 cuando se concedió la insignia a Murcia. Pero bien mirado, poco peligro corremos.
Entre otras cosas porque podríamos reivindicar la señera con tanto derecho como el mas cerril de los catalanes. A ver si así nos dan agua. No en vano durante la reconquista llegaron a esta tierra legiones de catalanes y aragoneses. Cuenta mi amigo Juanjo Franco que quedan hasta 14.000 apellidos de aquella época. Catorce mil. A cambio, siete siglos después, los murcianos que excavaron el metro de Barcelona, por el poco salario y la mucha hambre, introdujeron allí el pan con tomate. Luego le llamarían pan tumaca, ¡tumacarajo para vosotros!, que desde que Adberraman I diseñó la huerta aquí siempre se restregó el tomate en el pan.
Con los moros y cristianos
Igual al alcalde Ballesta, a quien reconozco un buen programa de actos con motivo del centenario, se le ocurre sacar al balcón concejil el pendón, que no la pendonaza, aunque sea unos minutos cuando en septiembre lleguen las kábilas y mesnadas de los moros y cristianos a pedirle la venía. Le tengo que preguntar a mi amigo Luis Llácer, de barba y sangre templaría, poco sospechoso de bailarle el agua a nadie, si esta idea del pendón es interesante. O igual, por proponerlo yo ahora, Ballesta no lo hace, aunque lo hubiera pensado él antes.
Que la medalla de la idea del pendón se la cuelgue el que quiera. Eso va en el sueldo de cronista. A mí solo me gustaría verlo con los moros y cristianos camino del Malecón, en la procesión del Viernes Santo por la noche, que siempre fue la oficial del Concejo, cuando la Fuensanta vuelva a Murcia, expuesto en San Esteban, que en aquellos tiempos era la Arrixaca o, pongo por caso, en la Asamblea regional el próximo 9 de junio. ¿No llevaron los de Caravaca sus caballos del vino? ¿No se expusieron los bordados de Lorca? Pues eso. Mi único interés es contarle ese día a mis hijas que en ese trozo de tela que vuelve a acariciar el azahar vibra la huerta sultana siete veces coronada. Que en esa porción sedera de nuestra historia palpita el corazón de un rey sabio que amó Murcia hasta el extremo de ordenar que en ella reposaran sus entrañas. Igual es mucho pedir.
Fuente: http://blogs.laverdad.es/