POR JOSÉ MANUEL JEREZ LINDE, CRONISTA OFICIAL DE GUADAJIRA
La búsqueda casi obsesiva del reino de Tartessos llevaría al arqueólogo alemán Adolf Schulten a rastrear minuciosamente las tierras de la Baja Andalucía, emulando quizá a su compatriota Heinrich Schliemann, en su empeño por descubrir la Troya descrita en los versos de Homero (fig. 1). En ambos casos existe una convicción casi férrea de que, por encima de cualquier otro criterio, son búsquedas fundamentadas en las fuentes literarias clásicas y el propio mito. El fenómeno “Tartessos”, en cierto momento, parece además cobrar mayor veracidad con el descubrimiento del célebre tesoro del “Carambolo” en la localidad de Camas (Sevilla), allá por el año 1958. El conjunto de suntuosas joyas se suma a otros tantos ocultamientos y tesorillos que parecen coincidir en una fase cronológica muy determinada (primer milenio a. de C.).
En el caso de Extremadura nos parece determinante la compilación de M. Almagro Gorbea que, sabiamente, abordó yacimientos y materiales conocidos hasta la fecha. Precedente que, en mi opinión, será determinante en la definición del término “orientalizante” con todo lo que esto conlleva a la hora de diferenciar todos aquellos elementos de clara influencia foránea. Excavaciones como las llevadas a cabo en el palacio-santuario de “Cancho-Roano” (Zalamea de la Serena) (Maluquer de Motes, 1981) o las necrópolis de Medellín (Almagro Gorbea, 1991), por poner solo dos ejemplos, encabezan esta importante serie de asentamientos inmersos en el fenómeno “post-orientalizante” (Jiménez Ávila, 1997).
Durante esta fase, y en lo que a cultura material se refiere, observamos una clara hibridación entre los exóticos productos fenicios y griegos, con aquellos otros de carácter indígena o local. El refinamiento y calidad en los materiales empleados: oro, plata, marfil, pasta vítrea, etc., etc., los convierte en símbolos de poder que evidencian una sociedad claramente jerarquizada. Y en ese contacto entre productos locales con aquellos otros, fruto del comercio e intercambio, se produce una curiosa simbiosis que da como resultado la adopción tanto de modelos formales como también de aspectos iconográficos. En el año 2017, la ciudad de Jerez de los Caballeros (Badajoz), acogería la exposición temporal “150 años del Museo Arqueológico Provincial de Badajoz 1867-2017”. La muestra, articulada en varios períodos históricos, ofrecía una selección de materiales inéditos de los fondos del MAP de Badajoz. Uno de los expositores, que ilustraba precisamente la fase de la protohistoria, mostraba un plato de cerámica gris sobre el que aparecían esbozados algunos caracteres tartésicos y la figura de dos lechuzas (fig. 2). El recipiente, de procedencia metellinense, aúna escritura y también la simbología de estas aves mitológicas representadas en varias copas griegas [1].
También el territorio de la cuenca media del Guadiana fue testigo de esta repercusión comercial, y algunos de los yacimientos documentados parecen haber sido centros receptores de ciertos productos, al menos durante cierto tiempo. Nos ha llamado especialmente la atención un fragmento de plato gris del asentamiento del “Cuco” en la margen izquierda del río Guadajira (término de Talavera la Real, Badajoz), en el que se ha esbozado una especie de flor de loto (fig. 3), que curiosamente vemos representada sobre el borde de un plato griego, procedente de este mismo yacimiento (Jiménez Ávila, J. 2004, 15) (fig. 4).
A pocos metros de “El Cuco”, siguiendo la margen izquierda del río Guadajira nos encontramos con otra parcela agrícola, que popularmente conocemos como “El Campito” en la que pudimos documentar algunos materiales de época romana (cáscaras de huevo y terra sigillata itálica), junto con algunas monedas hispánicas (Jerez Linde, J. M. 2011) y otras cerámicas prerromanas, entre las que vuelven a repetirse los platos grises de superficie alisada, ollas de elaboración manual y dos fragmentos de platos fenicios de barniz rojo (fig. 5). Este tipo de cerámica nos resultó especialmente atractivo por la homogeneidad y finura de su superficie, que al tacto, presenta un acabado ciertamente excepcional. En una reciente visita al Museo Arqueológico Provincial de Sevilla, nos percatamos de la existencia de dos platos con características análogas a nuestros dos fragmentos. Se exponen en el interior de una vitrina que incluye diversos materiales del “Carambolo” (Camas, Sevilla) y el cortijo de Évora (Cádiz) (fig. 6). En definitiva hemos de considerar que este flujo de objetos, de importación, arranca de las colonias o fundaciones fenicias que se localizan en el litoral Mediterráneo, actuando como vía de difusión principalmente en la zona de la baja Andalucía y llegando, por consiguiente, a aquellas otras áreas de influencia y contacto comercial.
NOTA:
[1] Se encuadran en el tipo large plain rim, siendo el ejemplar de Cancho Roano uno de los más representativos.
Bibliografía:
ALMAGRO GORBEA, M. (1977) El Bronce Final y el Período Orientalizante en Extremadura, Bibliotheca Praehistorica Hispana, XIV, Madrid.
ALMAGRO GORBEA, M. (1991) La necrópolis de Medellín: influencia fenicia en los rituales funerarios tartésicos. IV Jornadas de Arqueología Fenicio-Púnica, Trabajos del Museo Arqueológico de Ibiza, 24.
JEREZ LINDE, J. M. (2011) “Monedas hispánicas en el entorno de Guadajira (Badajoz)”, Revista de Ferias, Guadajira, pp. 29-31.
JIMÉNEZ ÁVILA, J. (1997) “Cancho Roano y los complejos monumentales Post-Orientalizantes del Guadiana”, Complutum 8.
JIMÉNEZ ÁVILA, J. (2004) La cerámica griega en Extremadura, Cuadernos Emeritenses 28, Mérida.
MALUQUER DE MOTES, J. (1981) El santuario protohistórico de Zalamea de la Serena (Badajoz), 1978-1981. Programa de Investigaciones Protohistóricas, IV, Barcelona.