EL PRADO GRANDE. MANANTIAL DE ALIMENTOS PARA FAMILIAS HUMILDES
Abr 21 2018

POR CATALINA SÁNCHEZ  GARCÍA Y FRANCISCO PINILLA CASTRO , CRONISTAS OFICIALES DE VILAR DEL RIO (CÓRDOBA)

Un cernícalo en su jaula

En escritura otorgada en Villa del Río el 5 de octubre de 1.931 ante el Notario don Francisco del Prado y Porras, se hace la siguiente descripción de la finca nominada El Prado Grande:

Rústica: “Una pedazo de tierra calma distinguido por Prado Grande, al sitio de la Vega [de Armijo] del término de Villa del Río, con cabida de dos fanegas once celemines y tres cuartillos. Linda al Norte con tierras propias de Isabel Criado Yerros y de Don Eugenio Molleja Berdeja, al Sur con las de Juan Manuel Castillo Molina, al Oeste las de Juan Antonio Polo Jurado y al Este con el Río Guadalquivir”.

El Prado Grande citado en el documento anterior fue un manantial de alimentos para familias humildes. 

Si en nuestro pueblo, en un paseo por la ribera del río Guadalquivir, miramos con un poco de detenimiento, pronto observaremos la gran caja que tiene para la corriente de un río hoy tan poco caudaloso; esta anchura de la caja  revela que en tiempos pasados debió circular un gran caudal de agua y nos lo demuestra la existencia de los grandes puentes construidos en su recorrido  y el refuerzo de murallas donde existían ciudades próximas a la ribera para evitar su derrumbre.

En época aun no lejana era normal casi todos los años que en invierno y a principios de primavera nos visitaran grandes tormentas acompañadas de aparatosidad eléctrica y fuertes lluvias; y al no estar sujetas las aguas en pantanos, arrasaban tierras, arboleda y matorrales que arrastraban mezcladas en aguas turbias, y a su paso iban socavando los fondos y profundizando más sus vías en la tierra.

Al irse retirando las aguas, la fuerza de las que lamen los promontorios iban produciendo longitudinalmente al pie de las torronteras un plano más bajo de forma llana que se enriquecía con el limo de las riadas. 

Estas tierras de ribera a lo largo de los ríos, no tenían dueño, es decir eran del patrimonio común, y, según me han contado, las familias más pobres y humildes, se las repartían en franjas desde la alta torrontera hasta el río para trabajarlas y cultivarlas como huertos para que produjeran alimentos.

A las tierras que estaban próximas a la Huerta Cabras y que llegaban hasta la Vega de Armijo se les llamaba el Prado Grande y en él proliferaban, cuando se aproximaba el verano, gran número de huertos donde las familias más humildes levantaban un sombrajo con cañas, ramas y forraje, que algunas veces lo adosaban a la torrontera y lo convertían en su vivienda provisional, poblándolo de animales domésticos: perro, gallinas, conejos, etc. consiguiendo así una ayuda económica con s esfuerzos, sembrando hortalizas, patatas, melones, etc. regando la plantación con agua que sacaban del río y que porteaban hasta las matas en cubos y otros útiles.

En el Prado Grande durante los años 1933 a 1935 vivió Francisco Borrego López con sus padres y cuatro hermanos y me contó que la vida que hacían allí se desarrollaba de esta manera:

Dada la limpieza de las aguas del río Guadalquivir, proliferaban muchos peces, bogas, barbos y anguilas entre otros y a los niños más pequeños se les dotaba de una caña y se les enseñaba a pescar en la orilla. Los mayorzuelos colaborábamos con los adultos arreglando mallas, trasmallos y nasas.

El pescado y las hortalizas que recolectábamos en el río y huerto, las transportaba al pueblo Periquito “el Rondeño”, en un carro, y en un puesto que instalaba mi madre, por las mañanas en la Colonia, vendía todo al vecindario, teniendo gran aceptación los barbos dorados y las bogas blancas como la plata. Las anguilas, más escasas, tenían su mejor cliente en el Pintorcillo.

A nado y desnudos cruzábamos a una isleta, que había enfrente de la Cruz de Castillejo a por leña de los tarajes y volvíamos con haces formados con ella sobre la cabeza.

Nos abastecíamos del agua para beber recogiéndola de un manantial que hay en una cueva que llamamos “La Minilla” donde caía el agua desde el techo  limpísima y fresca, y que transportábamos en una barca con remos.

Mi hermano José crió un cernícalo en una jaula. Le puso por nombre Chirri y el pájaro atendía pronto a su llamada donde quiera que estuviera, y mi hermano le daba toda clase de alimentos: pan mojado, cigarrones, etc. y lo dejaba revolotear a su alrededor y que se posara en su cabeza y hombros. Cuando estuvo grande lo soltó.

Un día estábamos limpiando patas de olivos. A la hora de comer nos sentamos en el tajo con todos los hombres que realizaban el trabajo. Antes de terminar el almuerzo voló sobre nosotros una bandada de pájaros. Mi hermano parece que conoció a su cernícalo y se incorporó dando voces ¡Chirriiii, Chirriiiii! En el aire un ave paró su vuelo y bajó en picado yendo a posarse en el hombro de mi hermano bajo la admiración de todos los presentes.

Por entonces mi padre alquiló las tierras del olivar que se unía a nuestro huerto a Manolito Arroyo para sembrarlo aquél verano y el dueño solamente le consintió que sembrara semillas pardas: habas, lentejas y yeros.

La pila que utilizaba mi madre para lavar la escasa ropa, era un cajón de madera que mantenía sumergido en el río con unas piedras dentro para que no se lo llevara la corriente y para mantener hinchadas las tablas y no permitieran abrirse rajas y así poder utilizarlo sin que se le fuera el agua.

El Prado Grande se poblaba durante el verano hasta el otoño que volvían las lluvias por estas familias humildes y se llenaba de huertos y sombrajos en la margen izquierda del río Guadalquivir todos los años desde la Huerta Cabras hasta la Vega de Armijo.

En aquellas fechas las pobres y descalzas familias de campesinos, que nos encontrábamos obligados a soportar por necesidad ese tipo de vida, veíamos como desde el nivel de la torrontera la Vega ofrecía unas grandes y extensas llanuras propiedad de unos pocos terratenientes y suspirábamos porque el mundo cambiara para ir calzados y hartos de comer y no temer sobre sí el peligro de las crecidas.

Hoy día conseguido el objetivo de bienestar nadie se acuerda del Prado Grande, solamente alguna conversación aislada en el Puente Montoro (que ya no es como fue), como una batallita más de la historia de Villa del Río, algún jubilado nostálgico lo rememora como parte de su vida y suspira al recordar la frase acuñada:

Qué gana tengo de que vengan los míos! …– Junio, Julio y Agosto, es decir “el verano”.

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