POR JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (LAS PALMAS)
Llegan un año más, entre aromas de memoria algo rancia y sentimientos encontrados, esos momentos que conocemos de siempre como ‘días de finados’. Una celebración ancestral, que conecta con las culturas más antiguas, con aquellas civilizaciones donde el culto a la muerte centraba el ser y sentir de muchos pueblos, de muy diferentes comunidades. Pero, ¿cómo que celebración?, que ¿celebran sus muertos? Esta era la pregunta angustiada de un hombre con sensibilidad del siglo XX ya avanzado, que se hacía el poeta Alonso Quesada al conocer que, por el 1 de noviembre «Los señores de Galindo han celebrado sus finados». Pero no, no se trataba de eso, pues como resalta Quesada en su crónica ‘Finados’ (1924), «los muertos de ellos solos, no. Han celebrado los muertos en general. Se han sentado a la mesa y con dos o tres amigos se han puesto a comer castañas y ponche». Y es que esta era muy posiblemente, como resalta Domingo J. Navarro en sus «recuerdos», la «última fiesta del año», la noche en la que «se reunían las familias a jugar a la perinola, comiendo castañas y dulces, que saboreaban con buenas copas de vino rancio y con licores, en festiva francachela, cuentecillos chistosos y alegres bromas».
En toda la Gran Canaria siempre se profesó, como señala el cronista oficial Nicolás Sánchez Grimón (2007), «un profundo culto a los muertos, a las ánimas del purgatorio», tanto que surgen pronto, como en Valleseco a mediados del siglo XIX, Cofradías de Ánimas, con sus estatutos, sus libros de cuentas y sus cultos anuales. Y junto a ellas los tradicionales Ranchos de Ánimas que con su cantar pregonan sugestivas imágenes como aquella de «Es el Purgatorio / un mar de leva, / las almas son lanchas / que dentro navegan», o «Las almas en pena / esperan perdones, / súplicas aguardan / del rancho a los sones».
Un grupo de cantadores sugerentes y sugestivos que, como señalaba Miguel Suárez Miranda en su artículo ‘El rancho de Ánimas’ (1943), «en todos los días festivos desde mediados de Adviento hasta la Candelaria van visitando casa por casa, los barrios y caseríos más dispersos, en bella empresa de caridad, subiendo empinadas cuestas y bajando a profundos valles, sin descanso hasta no terminar la tarea prefijada, que a veces les da para el día y la noche y los comienzos del día siguiente». Unos hombres que, según recoge Alfredo Viera Ortega, en su historia de estos Ranchos de Ánimas (2008), «iban de casa en casa pidiendo limosna y cantándole a los difuntos, a los santos o sobre cualquier otro tema que se les pidiese, y el dinero que recibían servía para sufragar misas en favor de los finados». Unas costumbres y unos ceremoniales que nos hablan de como el más allá, la memoria de los que finaron, estuvo muy presente y arraigada en la sociedad isleña, quizá en un sentimiento que conectaba con el riguroso culto a los muertos que practicaban los primitivos pobladores de la isla.
Un año más llegan los días de ‘finados’ o de ‘difuntos’ y, con ellos, las tensiones propias de los tiempos que vivimos, en los que tradiciones, costumbres, modos de ser y de sentir, se ven sometidos a nuevos aires, a transformaciones o adecuaciones que, en casos, suponen la completa desaparición de unos por la llegada de otros. Algo que no nos debe alarmar excesivamente, pues son la manifestación de esos movimientos magmáticos y tectónicos de las grandes placas de culturas y civilizaciones que, siglo tras siglo, se desplazan para ir creando y dando nuevas formas de pensar y de expresarse a la humanidad. Y digo esto aún siendo consciente de que, como ya señala el dicho clásico, «todo lo que no es tradicional, es falso».
Ante estos días parece surgir una llamada, una proclama, un pregón de los Finados. Pero no es el pregón que alguien haga, como es costumbre en los prolegómenos de otras fiestas insulares, de esta antigua y tradicional celebración. No, es el pregón que los propios ‘Finados’ nos hacen a quienes aún transitamos los senderos de la vida, a quienes debemos recordarles con afecto y hasta con alegría, a quienes estos días nos reunimos para resaltar un hecho ineludible por el que ellos ya han pasado, el transito a la eternidad. Un pregonar que hacen los mismos ‘Finados’, desde la memoria de toda la sociedad, y que, en el misterio de las noches de Todos los Santos de Difuntos, proclama y hace notoria las virtudes y las cualidades de todos los finados y del mensaje que ello puede aportar al presente, al tiempo que nos invita a participar en las tradicionales celebraciones en el rigor de su significado más identitario; lo demás será un carnaval extemporáneo, pues son comportamientos sin raíz ni asiento alguno.
Se entiende así, gracias a su pregonar, que festejar ‘los finados’ no es celebrar sólo los propios, sino todos en general. Incluso se debe aseverar que no se trata sólo de nuestros parientes más cercanos que pasaron a mejor vida, sino de todo ese conjunto de antepasados, familiares, convecinos, paisanos anónimos, así como de los momentos y lugares que definieron y señalaron el devenir de sus vidas y por ende marcaron el de las nuestras. Ante ello, y como siempre se dijo, «que tengan ustedes unos buenos Finados».
FUENTE: https://www.canarias7.es/opinion/firmas/juan-jose-laforet-pregon-finados-20231022232719-nt.html