POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA DE LAGOS DE MORENO, JALISCO (MÉXICO)
Fue el jueves 26 de enero de 1950 cuando el Presidente Miguel Alemán hizo entrega a Mariano Azuela del Premio Nacional de Ciencias y Artes “en virtud a sus altos merecimientos prestados a la patria a lo largo de una vida laboriosa y fecunda en el campo de la literatura y en consideración además al mérito sobresaliente de su obra Los de abajo”, la que había producido 35 años antes y que sigue siendo la novela mexicana más vendida de todos los tiempos.
Este video es una joya que creo, debe ser difundida; fue en una sencilla ceremonia celebrada en el despacho presidencial de Los Pinos sin la fastuosidad con la que luego se reparte ya este premio a granel. En la película se ve la entrega del diploma correspondiente y el premio en efectivo entregado por el presidente Alemán, aparte de una vista del estudio del novelista -espacio sagrado para sus nietos que quedó tal cual hasta la muerte de mi abuela-, mismo que fue filmado para un noticiero de cine de aquella época. En la ceremonia de entrega del premio, el mensaje de Azuela fue el siguiente:
“Señor Presidente de la República; señor Secretario de Educación Pública; señor Director y Honorable Consejo Consultivo del Instituto Nacional de Bellas Artes; señoras y señores:
El Gobierno Federal acaba de concederme el Premio Nacional de Artes y Ciencias que en el año que pasó corresponde a la literatura. Si este galardón se me otorga por mi amor entrañable a las gentes y cosas de México, está justificado. En verdad yo no habría escrito ni una sola línea en materia literaria si desde mi juventud no me hubiera atraído con fuerza irresistible el deseo de producir algo acerca de nuestro país, algo que siempre fue de mal tono escribir, particularmente en aquellos tiempos en que, incluso la literatura, todo lo importaban de Europa.
De lo demás que pueda encontrarse en mi obra no me avergüenzo ni me ufano, porque siempre he creído que el artista no es más que un medio elegido por fuerzas que desconocemos totalmente y que para expresarse se valen de determinados seres humanos. El feliz hallazgo de un tema musical, de una combinación de líneas y colores, el acierto de un verso o pasaje de novela, no son a menudo -por no decir siempre- sino frutos de la subconsciencia. Pero vanagloriarse de esto sería tan insensato como absurdo que el cenzontle se ufanara de la variedad de sus trinos, o la avutarda se abochornara por la pesadez de su vuelo. Son dones, y el que los posee sólo está obligado a adueñarse de la técnica indispensable para producir su obra con la mayor perfección.
Pero, en mi concepto, este premio tiene además una significación que trasciende más allá de lo meramente personal. Se le concede a un escritor independiente, y esto equivale a reconocer en todo su alcance la libertad de pensamiento y la libre emisión de las ideas que le van aparejadas. Es decir, ese derecho por el que los mexicanos venimos luchando desde la consumación de nuestra Independencia.
Como escritor independiente, mi norma ha sido la verdad. Mi verdad, si así se quiere, pero de todos modos lo que yo he creído que es.
En mis novelas exhibo virtudes y lacras sin paliativos ni exaltaciones y sin otra intención que la de dar con la mayor fidelidad posible una imagen fiel de nuestro pueblo y de lo que somos. Descubrir nuestros males y señalarlos ha sido mi tendencia como novelista; a otros corresponde la misión de buscarles remedio.
En ocasiones hice la crítica acerba de la Revolución; mejor dicho, la autocrítica de nuestra Revolución, ya que tomé parte activa en ella con el entusiasmo de mis mejores años. Reconozco que la novela tendenciosa o de tesis es mala por lo que la enturbia como obra de arte; pero muchas veces tuve necesidad de decir, de gritar lo que yo pensaba y sentía, y de no haberlo hecho así me habría traicionado a mi mismo. No todos comprendieron esta actitud mía y a menudo fui censurado por ello. Por fortuna sí me comprendieron los que a mí me importaban más, los revolucionarios auténticos e íntegros. He de proclamarlo muy claro y muy alto: ninguno de los gobiernos emanados de la Revolución estorbó jamás la publicación de mis escritos ni me tocó nunca en mi persona. Antes bien, en repetidas ocasiones los periódicos oficiales me han pedido mi colaboración literaria, y en el curso de la administración pasada el señor general don Manuel Ávila Camacho, ex Presidente de la República ahora, me honró con el nombramiento de miembro del Seminario de Cultura Mexicana y poco tiempo después miembro fundador de El Colegio Nacional, donde sigo laborando sin consignas ni cortapisas, con la misma libertad de que siempre he disfrutado.
Si dentro de mis posibilidades logré haber contribuido a la obra de afirmación nacional a que ha hecho referencia el señor Director General del Instituto Nacional de Bellas Artes, se habrá cumplido el anhelo más grande de mi vida de escritor”.
Queda su mensaje para quienes, a pesar de no haberle conocido en vida, somos cercanos a él a través de la lectura de su obra y en el mejor de los casos, de su ejemplo, congruencia y verticalidad.
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