POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Con esto de las elecciones municipales, lleva el que suscribe ya unos días dándole a la memoria acerca de los muchos y variopintos alcaldes que el Ayuntamiento de este Paraíso ha tenido en sus doscientos nueve años de historia. Y mirando entre alcaldes memorables e innombrables, resulta que ya hemos gastado noventa y cuatro alcaldías, habiendo repetido en el cargo catorce de ellos. Alguno pervive en la memoria de los vecinos gracias al impacto que su acción política tuvo y otros muchos han pasado a engrosar la interminable lista de vecinos olvidados a la espera de que un servidor dé con ellos y los muestre en las páginas de este centenario diario.
Desde Antonio Carral, único con calle dedicada en el municipio, y responsable del asentamiento de la Guardia Civil en aquel acuartelamiento del Puente de la Cantina, al ya casi amortizado José Luis Vázquez, protagonista de tantas cosas y responsable de, por poner alguna maldad, haber dotado a este Paraíso de Cronista Oficial; pasando por Joaquín Trillo y Aquilino Gómez, depuestos por la autoridad, competente el primero y militar y rebelde el segundo; Luis Erik Clavería Soria y su revolución democrática, haciéndonos comprender que el Real Sitio era de sus vecinos y sólo de ellos la responsabilidad de preservarlo; Félix Montes Jort, el único que, además de alcalde, llegó a ser Senador del Reino, al más puro estilo decimonónico que tanto le gusta a él y a los que le compartimos en interminables y deliciosas tertulias; Cecilio Bermejo que, entre otras lindezas, purgó a los funcionarios municipales y empleó a los presos de la cárcel de Caballerizas como esclavos para las obras del matadero; O Severiano Esteban Tarancón, cuya mesa ocupa el centro de mi despacho, donde escribo estas pocas líneas semanales; con todos ellos y muchos más, este Paraíso atesora una historia en sus alcaldes más que digna de ser escrita.
Y, para empezar por el principio, hoy, pasados algunos días desde el 22 de mayo, momento en que se cumple la anual efemérides de la instalación del primer Ayuntamiento del Real Sitio, quisiera dedicar estas pocas letras al primero de los alcaldes de este Paraíso en el que tengo la suerte de vivir.
Para empezar, creo que deberíamos ajustar el título y no llamarle alcalde. De hecho, él, Pier Marie, prefería referirse a sí mismo como Jefe Político del Municipio, ya que los alcaldes eran unos oficiales municipales que, según las Constitución entregada por Napoleón a los españoles y conocida como Estatuto de Bayona, cumplían funciones judiciales y de policía, elegidos en número de dos y vigente el nombramiento durante, al menos, dos años. Y tampoco podemos decirle regidor o corregidor, oficios municipales definidos en el antiguo régimen español previo a la llegada de los Borbón, a principios del siglo XVIII. Este Pier Marie, por tanto, fue el primero en ocupar el sillón de mando municipal, ubicado entonces en la casa del Intendente, ya saben, esa que estaba y está en la Plaza de Palacio, hoy Plaza de España, a continuación de lo que sería, un siglo después, el desaparecido Hotel Europeo.
En aquel salón principal del edificio, justo encima de la cárcel pública, empezó el gobierno del primer municipio desligado del poder real. Ahora bien, no crean que a este Pier Marie lo eligieron nuestros antepasados en el vecindario. Que no. Que este fue puesto por iniciativa de José I Bonaparte en los convulsos años de la Guerra de la Independencia. Vamos, que si no somos capaces de elegir a uno que no sea de aquí, que no conozca todo el vecindario, imagínense proponer a un gabacho, capitán del Cuerpo de Cazadores del ejército del rey invasor.
Y él lo tenía claro.
Por eso se afanó en nombrar a los vecinos más influyentes, económicamente hablando, para ocupar las concejalías. Hasta nombró un Síndico del Común, Joaquín Ajero, antepasado del Conde de Malladas, primer propietario no regio del Palacio de Quitapesares y, años más tarde, primer Jefe Político español del Real Sitio, para que defendiera los intereses de los vecinos ante la gestión del consistorio, figura que, si he de ser sincero, me encantaría ver hoy en la Casa Consistorial de la Plaza de los Dolores. Para rematar esa política de mimetización, Pier Marie se casó con la hija de Joaquín Manglano, Intendente Real en el Paraíso.
Como estarán adivinando, de nada le sirvió. Llegó como gabacho invasor y así se fue. Años más tarde, tras la normalización de relaciones entre España y Francia, una vez sofocado por Fernando VII el Trienio Liberal, trató de volver al Real Sitio con su esposa, exiliados como estaban en Francia. Incluso cambió su nombre por Pedro Marie, a ver si colaba. Y no coló. Muy difícil era olvidar la razón por la que llegó a regir el Ayuntamiento del Real Sitio, además del palenque para exponer a los rebeldes ahorcados en el Puente de Santa Cecilia; o la cárcel que habilitó para acabar con guerrilleros como Atanasio de San José, a quien dedicaré algunas líneas en el futuro, o con aquel miembro de la partida de El Empecinado, a quien no se atrevió a detener cuando pasó por el Real Sitio en su búsqueda. O de aquella vez que obligó a tapiar las ventanas del panadero que daban al campo para que no abasteciera a los citados insurgentes españoles en lucha contra el francés.
Y es que, en este Paraíso, como ustedes comprenderán, tenemos memoria para lo bueno, no muy buena, pero la tenemos. Ahora, para lo malo, más que los elefantes de Borneo, queridos lectores. Espero que el próximo alcalde de este Real Sitio lo tenga presente y se afane en cumplir lo prometido. No vaya a ser que le pongamos en la senda de París que, por cierto, empieza en el Parador y pasa por el cementerio.
Fuente: http://www.eladelantado.com/