LAS LLAMADAS ‘CASICAS’ DE LAS ÁNIMAS SIRVIERON PARA VELAR A LOS FALLECIDOS SIN QUE LOS CUERPOS ENTRARAN EN LAS PARROQUIAS. POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Miles de murcianos, cada día y sin saber siquiera qué cruzan, caminan junto a su misteriosa traza. Quizá alguno reparará en el acceso, insignificante ante la Puerta de los Apóstoles de la Catedral, sobre el que se alza un balcón ridículo.
O en los ventanucos que, mal que bien, intentan semejarse a una casa. Esa era, precisamente, la idea de quienes idearon la denominada durante algunas generaciones Casica de las Ánimas, el primer tanatorio murciano que, junto a otros muchos que la historia arrasó, como es costumbre en esta tierra, sirvió para velar a los difuntos.
La olvidada casica se encuentra aún pegada a la fachada exterior de la capilla de Junterón. Las crónicas recuerdan que ese espacio fue cedido por el Cabildo de la Catedral en 1775 a la Cofradía de las Ánimas del Purgatorio, lo que permitió de paso disimular el hueco que dejaba en la pared el muro de planta elíptica de la capilla renacentista, al alinear el espacio con la puerta de los Apóstoles.
Los sillares de piedra que se utilizaron en su construcción, a simple vista, disimularon entonces, como aún disimulan, que era un pegado postizo.
Las Cofradías de Ánimas fueron tan populares en la ciudad de Murcia que a finales de ese siglo había hasta catorce, once por cada una de las parroquias y otras tres vinculadas a conventos.
No extraña, por tanto, que raro sea el templo que no atesore o tuviera una capilla dedicada a esta advocación religiosa. como también fue frecuente que se engalanaran con suntuosos ajuares y adornos.
La autoridad, que siempre se invoca en singular aunque fueran muchos los que mandaran romana, fueron prohibiendo que los cadáveres se introdujeran en las iglesias para la celebración de las exequias. Lógicas razones de higiene invocaron, sin ir desencaminados.
Y ello obligó a la proclamación de nuevas normas, como aquellas que permitían acercar los cadáveres a los templos, «a una pieza separada de la iglesia y preparada para tal fin, hasta que fuera conducida al cementerio», según destacó en su día el investigador Emilio Antonio Riquelme. Eran, a fin de cuentas, tanatorios improvisados.
De esta costumbre, por otro lado, surgió la construcción de espacios que las gentes pronto llamaron casicas, por su semejanza con las casas al uso, y que desempeñaban la misma función a las que se destinó en otras latitudes a los pórticos. Murcia no los tenía. Ni falta que nunca les hizo, pese a que en Santa Catalina, por citar un ejemplo, hubo alguno.
Misa de cuerpo presente.
Las Cofradías de Ánimas se encargaban de trasladar los cuerpos hasta estos lugares, donde permanecían mientras los deudos y acompañantes asistían a los oficios religiosos. Eso sí, tras concluir los rezos, el sacerdote salía hasta la casica para pronunciar la absolución final ante el féretro.
Refiere Amador de los Ríos en 1889, en su obra ‘Murcia y Albacete’, la existencia de esta «Casita de las Ánimas, ubicada entre la capilla de Junterones y la puerta de los Apóstoles de la Catedral», citando a otros autores que sostenían la misma denominación.
Aseguró también el investigador que aquella construcción servía de depósito de cadáveres para los habitantes de la huerta, quienes conducían allí sus difuntos por la noche, «a fin de que al siguiente día les fuera dicha la misa de cuerpo presente». No era una costumbre esporádica. De hecho, durante el siglo XIX, a la actual puerta de los Apóstoles se la conocería como de las Ánimas.
No era el único edificio conocido con ese nombre en la ciudad, teniendo en cuenta el elevado número de instituciones religiosas que se disputaban la advocación. Y los ejemplos son interminables. ‘El Diario de Murcia’, por apuntar uno, notició en 1898 un incendio que sufrió «la llamada Casa de las Ánimas, aneja a la iglesia de San Lorenzo».
Allí se encuentra hoy la casa rectoral. El fuego fue sofocado enseguida por el sacristán y los vecinos, quienes vertieron «un buen número de cubos de agua, siendo innecesarios los servicios de la brigada de bomberos», concluye el célebre diario de Martínez Tornel. Solo hubo que lamentar la destrucción de «un armario destinado a guardar hachas de cera».
Y más casas olvidadas.
En el barrio de San Juan, como refiere el erudito Fuentes y Ponte, junto a la fachada de la parroquia y en edificio contiguo de la calle de la Estrella, se colocó un cuadro de la Virgen del Carmen y una inscripción que rezaba: «Se hizo esta casa de las Benditas Ánimas siendo hermano mayordomo don Francisco Tomás, en 20 de octubre de 1794».
Muy cerca de allí arranca, por cierto, la calle de las Ánimas, que desemboca en la plaza de la Cruz Roja.
Otras casicas similares y ya desaparecidas existieron en la arciprestal de El Carmen, en la parroquia de San Miguel o en el convento de las Capuchinas. Pero aún es posible recorrer otras, aunque muchos murcianos lo hagan sin saber que en aquellos espacios se velaron cientos, cuando no miles, de cadáveres.
Eso sucede en la casica que había y aún se mantiene en el monasterio de Santa Clara la Real, junto al paseo Alfonso X, y que hoy utilizan las religiosas como portería. Desconocido lugar, casi tanto como otro tesoro que en aquel convento se conserva: uno de los pocos cuadros que existen en la Diócesis y que representan a la muerte, en forma de esqueleto, con su guadaña y su clepsidra. Lo firmó Manuel Arroyo (1854-1902).
También Riquelme recuerda la razón de que aquellas cofradías desaparecieran de los monasterios. Y lo hicieron de la mano de la misma autoridad eclesiástica que las permitió. Así, con motivo de una visita del obispo Tomás Bryan Livermore en 1886, el prelado denunciaría los abusos que se cometían en los conventos.
Entre ellos, el «erigir cofradías de laicos en las iglesias de monjas», lo que perturbaba el recogimiento de las religiosas.
La oposición episcopal, sin embargo, no aplastó la devoción a las Ánimas en Murcia, fidelidad muy arraigada entonces y de la que apenas queda hoy aquel cuadro que en la fachada norte de la parroquia de San Bartolomé representa a los ángeles recuperando desventurados del Purgatorio.
Pese al abandono increíble al que el Obispado ha condenado a esta reliquia, aún puede contemplarse el letrero que advierte de que «A las Ánimas Benditas no te pese hacer el bien, que sabe Dios si mañana serás ánima también». Veremos cuánto tiempo tarda en desaparecer.
Fuente: https://www.laverdad.es/murcia/ciudad-murcia/primer-tanatorio-murcia-20181216011929-ntvo.html