POR MANUEL FUENTE CALLEJA, CRONISTA OFICIAL DE NOREÑA (ASTURIAS).
El vagabundo llegó aquella tarde noche de primavera a casa de mi abuela que vivía en la última vivienda del barrio y en cuyo pajar, encima del establo, y entre la hierba, solía pernoctar algún que otro limosnero cada cierto tiempo que aparecían por el pueblo. Era de sobra conocido como para ofrecerle cobijo aquella noche. Y mi abuela le ofreció también –al día siguiente- el café con leche recién ordeñada para el desayuno y un bocadillo de sabadiego para el camino, bocadillo envuelto en papel de estraza que el vagabundo se tragó en cuanto abandonó el pueblo. Lo calentó quemando el propio papel envolvente lo que le hizo mojarse los dedos de la grasa que iba soltando el embutido según se consumía el papel. Y lo devoró pronto. Bebió unos tragos de agua tras aclararse las manos en la fuente Clarina y continuó viaje hacia los barrios de Canfriás, Orial y La Cuesta, hasta acercarse a la estación del tren en El Berrón, ya que su destino era Oviedo donde dicen que vivía holgadamente con los beneficios que ofrecían las limosnas, tampoco necesitaba mucho más…En la cantina de Económicos, Beni el cantinero viejo conocido suyo, le ofreció un bocadillo de chorizo de Pamplona que, agradecido, se comió antes de partir el convoy.
Algunas mujeres lo señalaban como “el probe del saco”, pero la mayoría lo llamaban Bernabé en recuerdo de aquel bandolero legendario que huyendo de la justicia, deambulaba por los pueblos del oriente asturiano. Este Bernabé era pacífico y agradecido con los parroquianos, lo niños lo mirábamos de soslayo pero jamás causó problema alguno aunque todos soñábamos con él.
Tras llegar a Oviedo se aseaba, afeitaba la barba de veinte o treinta días, cambiaba de ropa y alternaba en la vinatería El Manantial matando la sed de tantos días…
FUENTE: CRONISTA