POR MIGUEL ROMERO SAIZ, CRONISTA OFICIAL DE CUENCA.
Cuando se habla de este término, nos viene a la mente, la desigualdad de género. Se ha convertido en tabú provocar sinergias para evitar la violencia de género, el aumento de violaciones, el absurdo machismo que invade la sociedad postmodernista, la incidencia de programas televisivos donde la dignidad del ser humano queda limitada a la soberbia, orgullo, prepotencia, placer, banalidad, inseguridad, falta de respeto, etc., y eso nos hace ser menos humanos y menos solidarios ante la igualdad.
Está claro que se debe de fomentar el altruismo y la solidaridad, romper los estereotipos sexistas de siempre, enseñar a distinguir a los jóvenes entre diversión y delincuencia, evitar la violencia en los medios de comunicación para que no se imite, distanciar a la juventud de focos de riesgo de drogadicción y proporcionar información acerca de los recursos existentes para tratar la problemática de la violencia de género, ahora mismo, el principal problema social. Tres ámbitos definen la necesidad de actuación: el familiar, el escolar y el social. O todos, políticos con medidas legislativas, profesionales de cualquier ámbito que tenga incidencia: educativo, sanitario, pedagógico, socio-comunitario, afrontan con decisión su papel, y la familia se responsabiliza educativamente en todo ese amplio sentido de la palabra, o las generaciones de jóvenes que llegan estarán cruzando constantes líneas rojas por deformación, inseguridad e incapacidad moral, entendiendo el prejuicio de valores como enfermedad universal.
Pero no quería yo, bajo el título que he puesto, hablar de esta desigualdad social como violencia de género, desgraciadamente de “mala moda” en estos tiempos difíciles que corren, sino reflexionar sobre la visibilidad que sigue necesitando la discapacidad como término controvertido, la sensibilización que aún, desgraciadamente, necesita parte de esta sociedad para incardinar e integrar en todo su amplio sentido, a las personas que, por circunstancias inevitables, naturales y genéticas, forman parte de ese colectivo que tienen otras capacidades, lo que se llama deficiencia intelectual, en otros casos, física y, sobre todo del desarrollo, significada por esa constante en la limitación de destrezas necesarias para el desarrollo normal de la vida diaria.
Por eso hablar de un trastorno o de una limitación significativa, sea en la parte intelectual o sea en la parte física-motora, con esos dichosos problemas de personalidad que tanto dificultan su integridad social, debe servir para encontrar soluciones a una vida común, con diferencias, pero común. No somos iguales, claro está, pero tampoco diferentes. Porque como seres humanos en general, tenemos que aceptar las diferencias que existen entre nosotros y evitar que ese miedo a los demás y a sus exigencias, que le impulsa a la dependencia afectiva de otras personas en las que espera encontrar afectividad, protección y cariño, no le provoque un rechazo, sino un deseo compartido. La integración en la sociedad, ajustada a las limitaciones que exige ese colectivo, persona o grupo, debe de ser prioritaria para una sociedad justa y más humana.
Es necesario seguir reflexionando sobre este tema, ayudar a la comprensión y compartir esperanza, mejora y atención. Ahí deben seguir estando, potenciándolo mucho más, las instituciones en todo su contenido de responsabilidad y apuesta porque sigue haciendo falta un poco más, y ahí debemos estar todos, no los padres que tienen entre sus miembros alguna persona con otras capacidades, sino todo el colectivo social para sensibilizar que en este mundo cabemos todos, que la igualdad –en la medida que las condiciones lo permitan- debe seguir primando para mejorar sus limitaciones, sus ilusiones como seres humanos, sus alegrías en el comportamiento, su necesidad de servicio, de valer socialmente, de servir como ejemplo de esfuerzo y necesidad.
Y es así, porque la mente, su mente, limitada cognitivamente por un trastorno de desarrollo mental o físico incompleto o detenido, caracterizado principalmente por un deterioro de sus funciones completas en cada época de desarrollo y que inciden al propio nivel global de inteligencia en esas funciones determinantes, como las del lenguaje, motrices, de socialización o de movilidad, no debe de ser un inconveniente social, sino que deben ser parte de integración, de comportamiento, de comprensión, de asunción, de sensibilidad, de beneficio moral, y de ser una sociedad cada vez más justa, equitativa, complaciente y solidaria.
Por eso, asociaciones o colectivos como ASPADEC, volcada a la constante mejora de esa igualdad en los miembros con otras capacidades, sigue apostando por caminar con paso firme para convertir esa necesidad de normalidad entre todos, convenciendo de que es posible mejorar y para ello, buscar sinergias y proyectos donde se cumplan todos los servicios que aún no están y deben de estar para la consecución de esa igualdad buscada, haciendo que la palabra FELICIDAD se cumpla en toda su dimensión humana, laboral, de entretenimiento y de proyección social. Nuevas y necesarias instalaciones, nuevos servicios de ocio y trabajo, nuevos proyectos de formación y de esparcimiento, y sobre todo, generando ILUSIÓN como propuesta de camino. Ahí, su reciente proyecto de sus Premios ASPADEC “CIUDAD DE CUENCA”, a punto de ser convocados, como una iniciativa de futuro. Hablaremos de ello más adelante.
FUENTE: https://eldiadigital.es/art/389293/somos-iguales-por-miguel-romero-saiz