POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Nuestro idioma tiene una serie de expresiones que en ellas se esconde un significado que, a veces, cotidianamente se ve trastocado en pos de otras interpretaciones. Así, el típico refrán “el que venga detrás, que arree” que viene a significar que, después de un trabajo bien hecho, el que aterriza nuevo debe ponerse a la altura de los demás. Esto, dicho de esa manera podríamos aplicarlo a algunos políticos, pues si dentro de la presunción de que en todo se ha obrado correctamente, los nuevos, al menos, deben ponerse a su altura y no deshacer lo alcanzado. Pero, no vamos por ahí, sino por una de esas interpretaciones que podríamos darle al citado refrán, en el sentido de que el que llega a una situación, si se la encuentra en mal estado, o con “un marrón”, que se apañe como pueda. En ocasiones, esto puede sucederle a los herederos cuando tras tener conocimiento de los legados de su progenitor, en vez de aparecerle propiedades, o dinero, se enteran de que lo que le han dejado son deudas, y para mayor inri, demás les toca pagar el sepelio y las misas para la salvación del alma del finado. Otra cosa, es el de aquellos que reciben la satisfacción de que al testador le debían dinero por transacciones efectuadas con anterioridad, y que ellos serán los receptores y beneficiarios de lo que se le debía al muerto.
Ejemplos hay muchos, y vamos a entretenernos en un caso sucedido hace doscientos ochenta y tres años en nuestra comarca, concretamente en el lugar de “Molins de Rocamora”. Se trata de un labrador, llamado Martín Illán, que otorgó sus últimas voluntades ante el notario de Orihuela Bautista Ramón, el 8 de junio de 1733. A la hora de testar se encontraba gravemente enfermo, pero con juicio suficiente para poder obrar. Así mismo, no sabía escribir, teniendo que rubricar en su nombre uno de los testigos, concretamente el escribiente de la notaría, Pascual Ramón. Tras hacer profesión de fe y declararse integrado en la Iglesia Católica, encomendaba su “ánima a Dios Nuestro Señor que lo crio y el cuerpo mando a la tierra de cuyo elemento fue formado”, estando éste amortajado con el hábito del Seráfico Padre San Francisco, en el vaso de la Cofradía del Santísimo Sacramento de la catedral. Hasta aquí todo normal, pero a partir de ese momento comenzamos a ver aquello que interpretábamos a nuestra manera como “el que venga detrás, que arree”, ya que involucraba a los herederos para el pago del entierro y las misas por su alma. Del primero, pedía que acudieran cinco clérigos de la catedral y doce pobres alumbrando con antorchas. Así mismo, el día de su muerte o al siguiente ordenaba que se dijera una misa cantada de cuerpo presente en la capilla y altar de Nuestra Señora del Rosario de dicha catedral, así como treinta misas rezadas de a tres sueldos cada una. De ellas, diez se debían celebrar en dicha capilla, y de las restantes veinte, catorce se dirían en las capillas de Nuestra Señora de la Fe, San Félix y San Antonio de la iglesia del convento de los menores capuchinos de la ciudad; tres en la capilla de San Juan de Letrán de la iglesia del convento de los mercedarios y las otras tres en el convento de San Agustín. Todo lo anterior estaba encabezado por el nombramiento de sus albaceas: su hijo Martín Illán Bermejo y su yerno Juan Barceló casado con su hija Juana, a los cuales les encomendaba que “por caridad paguen de sus propios el entierro y demás de mi obra pía por no tener bienes propios algunos por ahora”. De entrada, con esto, los que venían detrás (hijo y yerno) tenían que arrear con todo ello. Pero, además, el testador reconocía que se le debía dinero por algunos tratos que había hecho, así como por peonadas y recolección de olivas, lo que ascendía a 57 libras 2 dineros. Sin embargo, él debía mucho más, concretamente en la tienda que regentaba un mozo francés llamado Francisco de cuyo apellido no se acordaba, a los herederos de Juan Laviña por ropa que había mercado en su tienda, a Vicenta Romero viuda de Felipe Catalá por el mismo concepto, al platero Domingo Icart no sabemos de qué, a la hermana del médico Diego Marín sin indicar el motivo, a los boticarios Jaime Maestre e Ignacio Valero por medicinas, a Jaime Viudes tejedor de tafetanes y al sastre Diego Martínez por la costura de ropas que le había confeccionado. Todo ascendía a un total de 147 libras 2 sueldos. Con lo cual, en el caso de que se cobrase lo que le debían le faltaría para saldar sus deudas 90 libras 2 sueldos 2 dineros, para lo cual dejaba establecido que para el pago de ello, como “al presente no tenía bienes algunos con que satisfacerlo y siempre que los hubiese que se pague a los acreedores de sus propios se pague el entierro y misas”. Con lo cual, al reconocer que era insolvente, la deuda recaía en sus deudos, añadiendo además que al yerno le debía 24 libras 9 sueldos “de cuentas” que había tenido con él, y apuntaba que se le pagase “siempre que se encontraran bienes (suyos) para ello”. Por otro lado, a su hijo también le debía 38 libras que le había prestado. Así que ambos albaceas se encontraban con “el marrón” de no poder cobrar lo que les debía, además de tener que pagar lo que él adeudaba, teniendo además que financiar el sepelio y las misas, pues como queda claro no tenía bienes con los que responder. Con lo cual, como el hijo y el yerno venían detrás, tenían que arrear con ello.