EL QUIJOTE DE NUESTRA INFANCIA
May 18 2016

CHARLA OFRECIDA POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID), EN CÁCERES Y BADAJOZ LOS DÍAS 16 Y 17 DE MAYO DE 2016, INVITADO POR ‘AULA HOY’ DE VOCENTO, A INSTANCIAS DE ALBERTO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ

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Con repetida y percutiente frecuencia se me viene a las mientes el sobrao de la casa paterna de Cozuelos de Fuentidueña, Segovia, donde me refugiaba con placer para leer, en las largas tardes julianas y agosteñas de los años cincuenta del pasado siglo, los libros de aventuras y más aventuras, y cuentos y más cuentos, publicados por la editorial de moda por aquel entonces para los niños: “Saturnino Calleja”.

Mi padre Alejandro el Moreno –así le apodaban las clientas del ultramarinos que regentaba con mi madre, la Felisa- me los bajaba de Cuéllar cuando subía cada mes a la villa de los Alburquerque para llenar de frutas, hortalizas, sardinas arenques, bacalaos de Terranova, anís La Castellana y cognac jerezano, entre azúcares, sales, bicarbonatos y arroces… el carro que acarreaba hasta los topes un manso pollino de nombre…

Nunca mi pobre padre se olvidaba de pasar por la librería “Las Eras” para añadir al montante pinturas Alpino, gomas de borrar, plumas de palillero, tinteros de cerámica, barajas españolas de buena y mala suerte, blocs blancos integérrimos para ennegrecerlos al carboncillo difuminado y comics de animales salvajes y domésticos, que suponían mi total satisfacción en las semanas siguientes.

Pero el libro que más me encantaba de todos, y que guardaba en un baúl de roble con sus herrajes bien atornillados, que aún conservo por herencia gustosa, era DON QUIJOTE DE LA MANCHA, en una edición antigua y señorial que destacaba por las ilustraciones románticas del francés Gustavo Doré, donde se le muestra caballero, espada o lanza y escudo o adarga, colgados de sus extendidos y valientes brazos, desfacedores de entuernos.

Pesaría ese Quijote 3 o 4 kilos por lo menos y estaba forrado de piel, cerrando con sus tapas duras unos pliegos ya amarillos, escritos con letras negras bien gordas que se apostaban en mis ojos secuaces.

Mis ensoñaciones no tenían fin con él, y me daban las horas y las horas, -escuchadas al tañido de las campanas de la torre de la iglesia, las mismas que yo mismo repicaba al ángelus del mediodía y en las vísperas de los atardeceres-, leyendo y releyendo hasta la saciedad, hasta que tenía que acabar alumbrándome con un quinqué que colgaba de la viga maestra del techo maderero, tumbado, ay, cuan largo era.

Si ahora lo pienso bien, no sé cómo no incendié la casa solariega sin querer, pues el pino –lo sabéis- arde que se las pela a los prontos del calentamiento estival y, además, las grandes tinajas aceiteras en las que mi padre escondía el aceite que le vendía el Tiznao de estraperlo, a oscuras de la guardia civil tricorniana, no quedaban a un tiro de piedra sino a la mano, que no era manca para armar travesuras infantiles como esas.

También en la escuela leíamos en voz alta el Quijote, y yo resultaba, sin duda ninguna, su mejor pregonero entre todos los alumnos, -dicción llana, abierta mucho la boca- a las órdenes directas de don Juan, don Luis y don Jacinto, mis maestros parteros primeros, a los que empecé a adorar cuando les veía pasear por la tarde, junto al cura don Flores, desde el Puente de Arriba hasta el Puente de Abajo y vuelta y vuelta, mientras el autobús de línea de la” Esperanza”, cansino y asmático, se fatigaba de uno a otro, con la vaca rellena de maletas de cartón atadas con una soga de esparto. ¿Qué contendrían? ¿Estampas de La Fuencisla segoviana, postales del acueducto romano, peonzas de la librería-papelería Cervantes de la calle Real, chorizos de Cantimpalos?… Vete tú a saber.

En ese coche de línea solían viajar mis novias primerizas, Alicia y Lourdes, que acabarían de monjas salidas después, mira tú, mirad vosotros, y que para mi niñez fantasiosa representaban a una Dulcinea duplicada más viva, carnal y asumible que la del libro de marras. Amaba a las dos por igual, pero no me aceptaba ninguna de las dos, qué dolor. Aún lo siento, las siento y lo lamento.

¿Por qué otros caminos habría ido mi vida, que también acabé metiéndome a fraile y abandonando los hábitos telares, cuello blanco sobre estameña fúnebre, que eran los distintivos de los Hermanos de La Salle, apostados en Griñón, al sur de Madrid? Dejémoslo ya aquí.

Regresando a la infancia, de la que acaso jamás salí, y menos ahora que cumplo los setenta y tres granados MAYOS, el Quijote me formó e informó de que el amor es imposible en esta tierra de contrarios y de que “por mucho madrugar no amanece más temprano, no hay que andar a salto de mata y otros mil refranes consuetudinarios que orlan, decoran y resaltan la escritura de Cervantes, desde las Novelas Ejemplares hasta el Persiles y Segismunda, ya con un pie en el estribo puesto por este “Príncipe de los Ingenios”, “viejo soldado hidalgo de los Tercios de Flandes”, “Cautivo en Árgel y receptor de alcábalas por lo que fuera juzgado y condenado a presidio y paga.

Francisco Rivero, Cronista Oficial Ilustre de Las Brozas, sabe de esto más que yo, y lo saben y lo han escrito Manuel Pellecín, Feliciano Correa, Andrés Trapiello y Alberto González Rodríguez, aquí presente, felicísimos expertos en “El celoso extremeño” y en otras lides y aventuras del autor que nos ocupa esta tarde cervantina cacerense y badajocense. Vaya por ellos.

Si “las putas y los frailes andan a pares”, en la obra corrediza de Cervantes, más que a pares andan y colean los refranes a tutiplén, aleccionándonos de cómo pensar y hacer en los días que hayamos menester.

Unos ejemplos: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos”, “aunque soy amigo de Platón, lo soy más de la verdad, la diga él o la diga su porquero”.

El que lee a Cervantes, cervantino se torna. Es un escritor genitivo, engendrador, que lo mismo escribe que habla y hace escribir y hablar. Tan “singular varón” en letras de oro descrito está.

¿Es él o su Quijote, en el que se ensambla, imaginario o real? Los dos supuestos, son tan ciertos como fingidos. ¡Qué más nos da!

Insisto en mi curiosa infancia, que pudo ser la vuestra también, cuando se le leía en voz alta en las escuelas de primaria -¿y por qué no?- aunque no se le lograra entender del todo, ni falta que hacía. Ya se alzaba como un mito imperecedero, traducido a mil lenguas lejanas y extrañas.

Se presentaba como el caballero que era y le admirábamos a más no poder en las brumas de aquel tiempo melancólico, asolado por la guerra y la posguerra fratricidas, que no dejaron pan de trigo ni piedra sobre piedra ni hombre sobre hombre. ¡Un millón de muertos, Gironella dixit.

Pero aquí estamos hoy, lúcidos y encontrados, salvo tórpidas excepciones, cabalgando como antaño a lomos de Rocinante y Clavileño en búsqueda de la felicidad perdida, en búsqueda de esa ínsula Barataria en la que Sancho no encontró la justicia debida allá por Cataluña.

Todavía resuenan en el alma los cascos trotantes; todavía nos vemos atrapados en un “retablo de maravillas”; todavía componemos y representamos el mejor teatro del mundo. ¿Qué son las elecciones pasadas del 20 D y las venideras del 26 J sino un “teatrillo”, una farsa, un esperpento valleinclanesco? Y es que en El Quijote estamos estampados para la eternidad de las letras los españoles todos: los de uno y otro bando, los que manejan la diestra y la sinistra, los gordos y los flacos, los que pescan en ruin barca y los que evaden sus capitales a Panamá, Suiza o las Seychelles, los que viven por sus manos y los ricos abastecidos, los que son Sanchos y los que se alzan como Quijanos.

Y si atendemos a las mujeres, por voluntad propia o por inclinación feminista, manifiestamente plural, las encontramos “dulcineas” y “altisidoras”, amantes y mangantes, piadosas y putainas, dolorosas y de vida alegre, “melibeas” y contrarias, “ineses” y “martas”, “aldas” con pantalones y no faldas, guerreras y pacíficas, caballeras y beligerantes, “agustinas” y “manuelas malasañas”, majas vestidas y desnudas, “fernandinas y “fornarinas”, “trotaconventos” y trotapalacios, “isabelinas” de varios amantes “godoyes” o “cármenes” antifrancesas, con la música en otra parte.

Y todo ello es porque El Quijote resulta a las claras, azules y verdes, un mar de ríos literarios confluyentes, que en eso y aún en más, recoge la sabiduría de sus antepasados y adivina y profetiza las del porvenir, antes de morir su inmemorial autor hace ahora cuatrocientos años: justicia que debemos hacerle, y para esa faena estoy yo hoy aquí. Gracias, Alberto, libro abierto, otra vez.

Contra todos aquellos que afirman redundantemente que El Quijote no es para niños, porque ellos –dicen- no lo aciertan a entender, digo y proclamo yo, ante sus mercedes, mis oyentes queridos y atentos, que sí, sí lo entienden, y quizá bastante más que los mayores que nos las damos de sapientes en la era actual, tan contaminada de progresismo correcto políticamente hablando.

La huella que en mí como escolar cuajó, y en tantos otros, como vosotros, cual en un cemento blando que calca la pisada, lo testimonia a manos y mentes llenas. Fuimos “molidos a palos” como él y aquí estamos resueltos a salir otra vez por los campos manchegos, castellanos, catalanes, extremeños… a que no partan la cara, sin que se nos caiga del alma la dignidad impuesta del empeñoso caballero, lanza de pluma inmortal en ristre.

En mi viaje POR EL DURATÓN AL DUERO, que fue premiado y editado por la Junta de Castilla y León en 2005, gracias a la voluntad soberana de Silvia Clemente -mi Dulcinea ausente ahora-, ya imprimí unos poemas laudatorios en las páginas prologales a la manera de Cervantes, tan consciente como él que era de la perdurabilidad de mi obra al tanto seguido de la suya.

¿Y quién dijo que Cervantes era tan mal poeta como buen novelista? Fuera quien fuera, que lo han sido muchos, erraron de la cruz a la raya, del cabo al rabo. Ya quisieran ellos… llegarle a la punta del zapato ni aun calzando coturnos.

El “amado discípulo” López de Hoyos, el humanista que le encargaba sonetos, letrillas y romances para complacerse en ellos, bien lo sabía y por eso insistía en pedírselos, aunque él se negara a veces a otórgárselos, aduciendo que no disponía de tal gracia por no habérsela querido dar el cielo, con lo que mentía por humildad encubierta el malhadado Cervantes, escrito sea con b o con v, que tanto da, por encima de sus críticos eruditos a la violeta…

Cuando Don Quijote, su personaje esencial, baja a la Cueva de Montesinos, cercana a las Lagunas de Ruidera, que conocía bien, para reconocerse a sí mismo como aguerrido Caballero, por curiosidad abismal, nos está describiendo y mostrando su verdadero ser entre fantástico y real. Y lo leemos como real siendo inventado a la mayor gloria de la literatura universal, con la libertad que le da el juego del lenguaje por encima de todo. De sobra sabemos que era un experto en carta, y ahí las echó casi todas.

¿Lo ha vivió o lo soñó? Nunca lo sabremos. La ambigüedad es su don prolífico perduradero. Humano como ninguno, o sea, como todos, sólo anota: “tú, lector, que eres prudente, juzga lo que te pareciere”. Y en esas estamos. El caso es que de la Cueva se sale más sabio, más comprensivo, aunque a uno le tomen por loco. ¿Quién lleva la razón? La razón siempre es partidaria de alguien. Mejor que se incline hacia nosotros, los escépticos de toda laya y condición. Pero ese es otro cuento.

Estaba en que el Quijote no era para niños pero sí lo era y lo es, de manera que Andrés Trapiello, extremeño vocacional y vacacional, lo ha traducido al lenguaje hodierno para que les sea más fácil de comprender a los estudiantes de la LOGSE. No sería necesario si no fuera tanta la decadencia del español corriente y moliente, que se expresa de viva pero mortecina voz y a través de instagran mal escrito.

Un día reciente me tomé a broma una de las muchas excentricidades del Quijote y escribí y publiqué este poema aquiescente:

¿Se casó con Dulcinea don Quijote,
suspirando por ella al trote, al trote?
¿Y Sancho le echó un capote
o la tenía ya en el bote?
¿Y qué la pidió de dote?
No sabemos qué pensar.
Lo ideal y lo real
no se suelen concertar
y en pareja desigual
el amor sienta fatal.
Mejor, pues, dejarlo al bies
y una y otra y otra vez
soñarlo campo a través
del libro, que siempre es
genial, valiente y cortés.

¿De acuerdo? Sigamos. Mi conferencia no va solo de amor, fantástico, platónico o real.

¿Es Don Quijote para niños?, preguntábamos Pues claro que sí. Por su gallardía, por su valentía, por su bien decir, por su altanería, por su bonhomía de caballería antes de morir… Y es que ni se ha muerto ni morirá nunca mientras un lector, con su loco amor, ponga el alma adjunta a tal señor.

Si reír es de niños, si llorar es de niños, si jugar es de niños, si pegarse es de niños, si soñar es de niños, si aventurarse es de niños, si aprender es de niños, si mentir es de niños, si ser cruel es de niños, si batallar con seres imaginarios es de niños…, yo soy un niño perpetuo, y la lectura del Quijote es para niños, que en él hallan todo lo que les apetece y todo lo que necesitan.

Hallan valores a manos llenas, hallan ejemplos de superación y dominio, hallan el hada de la fantasía, hallan peripecias una tras otra, hallan compañerismo, valentía, generosidad, fábulas de animales.

Sé que el debate entre los pedagogos y los llamados genéricamente intelectuales, resulta antiguo y cansino; sé que quizás es conveniente una edición más ligera y en ortografía y vocabulario actual, ya que el nivel de la enseñanza ha decrecido sobre todo en el tema de las humanidades, que apenas si resisten la invasión de las nuevas asignaturas.

El Quijote es un libro total, globalizador. Es un libro de historias y de personajes.

Es filosofía, geografía, historia, medio ambiente, naturaleza, psicología.

Es narración, descripción, teatro, ensayo, cuento, novela, fábuela, exiemplo.

Puede leerse a salto de página o de capítulos, sin que pierda nada de su esencia primigenia.

Y es un guión absolutamente cinematográfico, ahora que tanto se lleva la imagen. Los niños, en su fabulación, se las suben a la mente como sin querer.

Por todo eso me gustó y atrajo desde infante y lo he releído decenas de veces, al menos una por año desde adolescente. Y lo leyeron nuestros padres en la edad de los verdes años, que son moldeables, dirigibles y enderezables como un árbol creciente.

¡Eh, niños de hoy y hombres del mañana, oídmelo bien: el pasado no ha muerto y está abierto al hoy y al porvenir, para solventar con valor y ánimo el uno y el otro! Por ello mismo, cuán hermoso, recreativo y recreador es recordar, palabra que viene del corazón a la mente en su más exacta expresión coloquial.

Amo los libros de viajes, las Memorias, las Autobiografías, las novelas en primera persona, donde el protagonista suele ser el “trasunto de cristal juanrramoniano de la Anunciación a María por el ángel Gabriel, la pluma más alígera y voladora de cuantas han sido o serán.

Homero, Hesíodo, Plinio el Viejo y el Joven, Lucio Apuleyo, Dante Aligeri, Montaigne, Stendal, Selma Laguerlof, Pablo Neruda… son mis modelos, entre otros trescientos.

Somos monos de imitación. La imitación merece elogios siempre que supere al original, y eso es lo que yo intento. Intentadlo vosotros también.

Al valeroso soldado bisoño de los Tercios de Flandes que resultó manco de la mano izquierda en la más alta ocasión que ieron los siglos frente y contra a los turcos, pero escribió más y mejor que nadie; al niño que se volvió loco alumbrado de tanto leer como su héroe Quijano; al enamorado de la vida y de Dulcinea, que los sueños, sueños son…, al novelista ejemplar, al dramaturgo derrotado por Lope de Vega, tras Numancia y sus numerosos entremeses… le debemos estar hoy aquí, en esta alta ciudad de Cáceres, la conquistadora de América, que ahora sigue y habla nuestro común idioma.

Vale por Dios que, como dejó escrito al Conde de Lemos, su mecenas protector, todo lo que imaginó y copió de la realidad valen para el ilustre tanto como para el plebeyo, para el hombre, la mujer y todo bicho viviente.

“No se escribe con las canas, advirtió, sino con el entendimiento que suele mejorarse con los años, como él lo consiguió con los años, en unos tiempos de Utopía y Humanismo como los de los siglos XVI y XVII, que Europa renacía.

Él creó la novela pastoril, la sentimental, la morisca, la bizantina, la picaresca y la mejor de las de Caballería.

Fue Cervantes, ante todos y ante todo, un gran pescador de lenguaje, vivo, hablado y escrito, apropiándose de la mentalidad de un pueblo entero en proverbios, frases hechas, refranes, anécdotas, modismos, y etc, etc. Machado dixit.

¿Pensará vuestra merced que es poco trabajo hinchar un libro como hinchar un perro? Pues eso hizo él. Y ni una palabra le sobra.

Las armas y las letras las conjuntó paralelamente y en ambas destacó. Hasta hoy, que resulta tan nuevo como nunca en el cuatrocientos aniversario de su muerte viva. Ideal total. Imitable. Quizá no superable.

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