POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Fue costumbre entre los primeros cristianos el repartir, entre quienes no habían recibido la Comunión, unos PANES BENDECIDOS por el sacerdote durante el ofertorio de la misa; panes que recibían el nombre griego de EULOGIA y que en cierto modo se conceptuaban como algo santo («quam non sit Corpus Christi, sanctum tamen est», dice San Agustín). Pasado el tiempo esta costumbre se centró en la fiesta dominical; el reparto se efectuaba en el pórtico de la iglesia y con las limosnas recibidas se atendía a los necesitados y a LOS GASTOS DE LA IGLESIA. Lo que en su día fue «costumbre de domingos» se limitó a la celebración solemne de «la fiesta del pueblo» y el RAMU DE PAN, generalmente donado por alguna familia devota o por alguna institución, se «subasta a la baja» («la puya´l ramu) para sufragar gastos del culto, del templo, de la Cofradía, etc. Es una ofrenda de devoción; no un «negocio» de Comisión de Fiestas. Otra cosa es que, en acuerdo común, el párroco ceda un cierto porcentaje de lo recaudado en la subasta y se destine a gastos de «fiesta profana». Esta es la historia; una historia que data, al menos, del siglo IV y que se propagó intensamente a partir del siglo XI con la recomendación del Papa León IV. Vivir la puya´l ramu con ese sentido de tradición devota es, de alguna manera, recobrar y mantener nuestra identidad.