POR FERNANDO JIMÉNEZ BERROCAL, CRONISTA OFICIAL DE CÁCERES
Si en la pasada crónica hacía una reseña sobre el viejo polvorín, abandonado a su suerte, que aún permanece erguido como testigo de tiempos pasados, en esta crónica quiero hacerlo de otro de esos edificios singulares que, forman parte del paisaje urbano cacereño y que también se encuentra abandonado y sin uso alguno. El edificio del Refugio, ubicado en el cerro de Santo Vito, cercano a la iglesia de San Blas, es quizás una de las construcciones mas peculiares de cuantas podemos encontrar entre el variado caserío local. Sus formas, materiales y fines, le han convertido en un excelente ejemplo de arquitectura diferente. Nació en plena II República cuando el entonces alcalde, Antonio Canales, insta al Ayuntamiento a construir un refugio para aquellas personas a las que «la miseria empuja por los caminos del mundo», debido a la gran cantidad de desheredados que, ante la falta de techo, buscaban cobijo en atrios de ermitas o en la misma calle, al raso.
En 1908 ya se había presentado un proyecto para construir una «casa refugio» que diese albergue a las familias que “sin otro arbitrio que la limosna” se desplazaban de ciudad en ciudad. En ese momento el único lugar donde podían ampararse los pobres era la abandonada ermita de Santo Vito, próxima al nuevo matadero municipal que se estaba construyendo. Este proyecto de 1908 no llega a cuajar, aunque se llegan a realizar los planos del nuevo edificio por el arquitecto Emilio Mª Rodríguez, que valora la obra en 12.000 pesetas a pagar por la Diputación Provincial, los centros de recreo de la ciudad, la caridad particular y el Ayuntamiento. Al final no se realiza inversión alguna y el proyecto
Habrá que esperar hasta 1934 para que, por fin, la ciudad pudiese ofrecer a los mendigos transeúntes, a veces familias enteras, un lugar para poder pernoctar durante los días que estuviesen en Cáceres. Este nuevo albergue, de planta semicircular y techo abovedado, diseñado por el arquitecto municipal Ángel Pérez, y construido a lo largo del año 1934, con un presupuesto de ejecución de 15.696 pesetas pagadas íntegramente por el ayuntamiento, venía a compensar las carencias que los indigentes tenían desde siempre en lo relativo a ofrecerles un lugar «sencillo, higiénico y amplio».
El nuevo albergue o refugio, tenía una cocina común y sus estancias se dividían en cuatro apartados; uno para hombres, otro para mujeres, otro para matrimonios y un espacio donde vivía el guarda del edificio. De esta manera se trataba de poner fin a la penosa situación de familias enteras, ofreciendo la triste imagen del abandono y la desidia social que perseguía a los que no tenían nada.
Con el paso de los años, el refugio dejaría de prestar sus funciones y pasó a ser una vivienda más del barrio que se construiría en sus inmediaciones, donde vivieron familias humildes, hasta su desaparición en los años noventa del pasado siglo. Desde entonces, una vez rehabilitado, el viejo e inconfundible refugio sigue cerrado, sin función que lo recupere como espacio para la vida local.