POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA).
Dice Jerek Colón, alumno de quien suscribe en la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, que España no es una democracia plena. Que, tras analizar las características de todo lo que constituye nuestro sistema político, detecta ciertos atisbos de impureza democrática. Le pregunto al respecto y, mirando por la ventana de la clase hacia la imponente mole del alcázar toledano, duda si seguir con el discurso. Es posible que crea ofensivo cuestionar la integridad democrática de un país que le acoge y arrulla entre atardeceres sosegados a la sombra de Alcántara, recorriendo callejuelas y callizos por la calle del Locum, portillos sin goznes en la cuesta de la Mona y días intensos, eternos de estudio y debate en las viejas aulas del convento de San Juan de la Penitencia. Por fin vuelve su mirada hacia un servidor y puntualiza su comentario, mientras el resto de la clase contiene la respiración. Que nunca se sabe lo que el profesor puede reportar ante tamaña osadía. Si un exabrupto nacionalista lamentable envuelto en la bandera vacua de la españolidad más ofendida o una carcajada extemporánea entre aplausos de confirmación, que también. Empieza su diatriba sin ambages, como les he rogado desde el primer día. Centra su argumento en la esencia de la jefatura del Estado español. Un rey. Un rey en tiempos de democracia. Un rey en una sociedad global que lucha por la igualdad entre mujeres y hombres, paisanos y foráneos, ingenuos y esclavizados. Un rey en la España del siglo XXI.
Ni exabrupto, ni bandera, ni carcajada.
Centro mi respuesta en otras monarquías europeas donde la calidad de su democracia no está contestada: Noruega y su inaplicable modelo social disperso; Dinamarca y su natalidad desplomada; Suecia y su violencia desatada; Los Países Bajos y su sistema sanitario incompleto; el Reino Unido y sus monarcas inmortales conservados en fina ginebra irisada con retazos de bergamota; Bélgica y su oscuro cobijo para impresentables fugados varios; Luxemburgo, Liechtenstein y Mónaco, con sus fiscalidades tramposas, cobijo de falsos mitos, criminales internacionales y politicastros podridos por el ansia de privilegio.
Nada parece convencer a Jerek.
En toda monarquía subyace el mismo problema: la inelegibilidad del monarca. Ahora soy yo quien guarda silencio por un momento. Un suspiro perdido en el horizonte de una ciudad magnífica vestida por una monarquía transmutada en imperio que no deja de gritar su identidad en cada columna, pilastra, torre, espadaña, portalón. En cada teja roñosa y podrida por una eternidad de lluvia seca y sol sangrante. Los estudiantes parecen impacientes. Puede que sea ésta la primera vez que su profesor no encuentre respuesta alguna.
Cierro los ojos un santiamén. Vuelvo al Paraíso.