POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
De entre las mil campañas que emprendiera el periodista José Martínez Tornel en su célebre ‘Diario de Murcia’, una destaca por la trascendencia que habría de tener muchos años más tarde. La idea de abrir una enorme avenida que atravesara el corazón de la ciudad fue lanzada desde las páginas del rotativo y provocó, de inmediato y como cuantas cosas promovía el ilustre murciano, una catarata de aplausos y otra de críticas. Y eso, a pesar de que Tornel apenas se mostró apasionado por la iniciativa, que había surgido en el Consistorio de la época.
La primera referencia a la cuestión se publicó en ‘El Diario’ el 12 de junio de 1888 en un artículo titulado ‘Lo que sería bueno’. El periódico se hacía eco de una reunión mantenida en la denominada Comisión Permanente de Policía y Ornato, en la que alguien se preguntó por qué no era posible hacer en Murcia «una obra grande, trascendental, importante, que de nombre a las personas que la inicien, aun cuando no alcancen a verla terminada».
La obra era «una gran vía de primer orden que atraviese toda la ciudad», sin perjuicio de que una comisión «de personas autorizadas, en unión del arquitecto municipal» propusiera el punto de partida y la dirección que debía seguir la nueva avenida sobre el trazado urbano.
Aunque también se aportaba una idea: que la avenida, de 25 o 30 metros de anchura, arrancara en el lateral izquierdo del Teatro Romea, según se mira, y concluyera en La Glorieta. Incluso, pensando en el futuro, se aconsejaba extender la calzada hasta la huerta, concretamente al partido de Santiago y Zaraíche. El apoyo de ‘El Diario’ a la idea era manifiesto. «Nos ocuparemos de dar publicidad a cuanto sepamos que se adelanta por este camino y sentiríamos mucho, mucho, el que tropezara tan noble pensamiento con esas mil dificultades que se inventan cuando no existen en la realidad, para que el carro de la civilización se atranque y no pueda correr por las calles de esta ciudad como corre y va rodando por todas partes».
Las reacciones contrarias no se hicieron esperar. En un artículo firmado por M. E. S. -se trataba de Miguel Eduardo Spiteri- y titulado ‘Gran Vía, no’ se advertía de que el proyecto «alcanza el ridículo», sobre todo porque supondría abrir una calle enorme que quedaría rodeada de un «sin número de callejas, callejuelas o callejones, todos ellos tortuosos, estrechos, sin salida y antihigiénicos». Y comparaba la idea con un rico que le regalara una camisa «al más andrajoso de los mendigos».
Tres «medianas»
Spiteri proponía, en lugar de una Gran Vía, «tres medianas» de diez metros de anchura. La primera partiría desde la Puerta de Orihuela y, a través de la calle San Antonio, culminaría en el colegio de San Leandro, detrás de la Catedral. La segunda se abriría lindando «con la verja de poniente del Paseo de La Glorieta», actual plaza Martínez Tornel, y alcanzaría el Romea.
La tercera, por si acaso quedaba algún edificio histórico en pie, sería la que «partiendo del puente debe enfilarse con la fachada de mediodía de la ermita de San Diego», en el entorno de la hoy dedicada a San Antón, y desde allí a la Puerta de Castilla. La propuesta, según su autor, respetaba edificios religiosos y públicos «por respeto a lo bueno o a lo histórico».
Un mes después abundaría Spiteri en la cuestión añadiendo a su propuesta una reforma integral de la urbe con la construcción de cuatro escuelas, cuatro casas de socorro, «cuatro pequeños barrios de casas económicas para obreros», dos mercados y una plaza de abastos, además de un depósito para traer las aguas de la acequia de Espinardo «para riego, limpieza de calles, contraincendios y para establecimiento de sencillas fuentes de gran surtidero que contrarresten y mitiguen el calor abrasador el estío». La iniciativa se valoraba en unos cuatro millones de reales.
Por San Bartolomé
La idea de una Gran Vía retornaría a la agenda municipal en distintas épocas hasta que finalmente se realizó. O, por llamar a las cosas por su nombre, hasta que se ‘perpetró’ contra el rico trazado urbano y cuanto patrimonio histórico contenía.
Al alcalde Ceferino Pérez Marín, allá por 1918, ya le rondaba la idea por la cabeza cuando aseguró a ‘El Liberal’ que una forma de acabar con la deuda municipal era emitir un empréstito que no sería difícil colocar «si a la entidad que se quedase con él se le otorgara la construcción de una Gran Vía o la traída de aguas».
Otra aportación de interés fue firmada por el arquitecto municipal, José Antonio Rodríguez, quien presentó en 1920 el ‘Proyecto de alineación y ensanche de calles de Murcia’. El documento incluía, de nuevo, la Gran Vía, aunque alineada con la puerta de la parroquia de San Bartolomé.
Esta misma situación se reprodujo en la propuesta realizada por el arquitecto César Cort, que dio lugar al llamado Plan Cort de 1926, una iniciativa para renovar la ciudad que fue impulsada, curiosamente, por el empresario Bartolomé Bernal, el de la célebres bodegas de El Palmar.
El proyecto también incluía unir el Puente Viejo con la antigua estación del ferrocarril de Caravaca y Mula, o estación de Zaraíche, hoy edificio de la empresa de aguas y donde entonces se preveía la construcción del «nuevo edificio de la Prisión Provincial».
Al Plan Cort le sucedería en 1950 el Plan Bleint, en recuerdo de Gaspar Bleint Zaragoza, otro arquitecto municipal. Y luego, como todo el mundo sabe y lamenta, ese trazado definitivo arramblaría con el plano musulmán de la ciudad y con los históricos baños árabes que, por cierto, pasaron a la historia -y ese es otro cuento- de los despropósitos.
Fuente: http://www.laverdad.es/