EL RÍO DE LOS SUCESOS
Oct 10 2024

POR JOSÉ MARÍA SUÁREZ GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE GUARROMÁN (JAÉN)

Hay dos vanidades que sin pudor suelo ejercer en público. Una, mi condición de exfumador con doce trienios ya de antigüedad en el gremio de los anicóticos; la otra, el ejercicio no remunerado de los menesteres propios del cronista oficial de Guarromán, desde hace ya casi cuatro décadas. Y ruego que se me disculpe el asomo de inmodestia, pero en el hecho de no fumar —sin amargarle la vida a los todavía fumadores—, y en la oportunidad de poder escudriñar, vaticinar y escribir lo que fueron, son y pretenden ser mis convecinos como colectividad, sin más recompensa, por un lado, que no toser por las mañanas, y sin otra satisfacción, por el otro, que no perder el sentido del esfuerzo gratuito en pos de la comunidad que me soporta —y viceversa—, encuentro el mejor equipaje para acabar de saltar la barrera de los setenta años con el mismo estado de ánimo y compromiso que cuando pasé la de los veinte, eso sí, algo más sobrado de arrobas, con las sienes de plata, y un poco más de hierro lastrando el corazón.

En los cincuenta años que hace que cumplí veinte años, he tenido la oportunidad de conocer algunos individuos tan pobres que sólo tienen dinero, que diría la sin par Gloria Fuertes. He conocido, también, a mozuelos imberbes sin otro sueño que llegar a los treinta años con el mañana y el pasado mañana atiborrado de pasta dineraria, que, con la arrogancia al uso en el Imperio, te llaman gilipollas porque te obcecas en ponerle remedio al celemín de mundo que te ha tocado padecer o disfrutar, según se mire y soplen los vientos. A mi generación —yo también nací en el cincuenta y tres, me mata la estupidez de enterrar un fin de siglo distinto del que soñé; yo también crecí con el Yesterday— nos amamantaron con leche en polvo americana en ubres tartesas, fenicias, romanas, visigodas, moras, judías y cristianas, y tal vez sea por ello por lo que los de mi generación —yo también nací en el cincuenta y tres; en todo he sido aprendiz; como tú sintiendo la sangre arder me abrasé sabiendo que iba a perder— sentimos alergia a los burger de comida rápida y aprendimos a matarle el sabor a la Coca Cola con el ron de la rebeldía. Eso sí, la leche no se nos agrió, y una vez resuelto el asunto del plato de lentejas diario, sin haber muerto en el intento, fue inevitable preguntarse por el además que la vida ofrece, y a poco que te lo hayas propuesto acabas dándote cuenta que el además de la vida no es otro que la vida misma en toda su extensión de gratuidad y solidaridad, como el sol, la luna y el aire, antes de que algún avispado, máster en sacaliñas para más señas, descubra la forma de cobramos los rayos que el dios Febo nos regala cada mañana de domingo para que leamos plácidamente el periódico. No sé si el remedio al todo vale de la histórica llamada cultura del pelotazo, y a modo de contracultura, pudiera estar en resucitar a don Quijote de las bibliotecas y hacerlo cabalgar por los pueblos de España, plantándole batalla a tanto gigante, que haberlos haylos, que a modo de molino hace girar sus brazos al aire más insolidario y más indecente. Sería el nuevo “Don Quijote de la Catarsis” que, a propósito de los menesteres del cronista oficial, y por comenzar a barrer por los rincones propios, nos deja dicho: “Debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les hagan torcer el camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir”.

Salvador de Madariaga, de quien he tomado prestado el título de lo que aquí hoy escribo, nos habla de un cronista con reúma articular —es decir, según él, el reúma que te incita a escribir artículos— sentado a la orilla del río de los sucesos, anotando todo cuanto sucede en su cauce, sin más pretensión que, a lo sumo, mojarse los pies salpicando lo debido en conciencia y sin que se te suban los humos a la sesera.

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