POR HERMINIO RAMOS, CRONISTA OFICIAL DE ZAMORA
El Duero, tranquilo y señorial, sigue pasando sereno y majestuoso diciendo adiós a la ciudad a la que da vida, adora y embellece, a la vez que la ha defendido siempre con entusiasmo y amor. Le ha dado alimento y fuerzas, una fuerza que en azudas, aceñas y tenerías hizo posible la vida y el desarrollo durante siglos.
Los tiempos cambian y con ellos las gentes, pero el río sigue firme y tenaz pasando con su ritmo y su temple, convertido en espejo y esperando que algún día la ciudad, medio dormida y embelesada en el paisaje y belleza que le ofrece con generosidad, vuelva a aprovecharse de esa fuerza que se lleva antes de despeñarse hacia el que le espera, como eterno final de toda obra.
En esa orilla que lava y besa cada día el agua ha quedado como claro testimonio de ese aprovechamiento de la energía hoy despreciada, la obra que los olvidados maestros de Ribera nos dejaron en esas aceñas, silenciosas y firmes que durante siglos aglutinaron en su entorno miles de recuas y carros esperando la hora de tocarle moler y volver a casa con la harina blanca. Aquellas ruedas grandes y silenciosas que el río movía al pasar cayeron con la desidia y el olvido y hoy solo la obra sólida se ofrece, sin sus auténticas señas de identidad, cuando a tantas aceñas de río y molinos de ribera se le han devuelto sus auténticos atributos, aspas y rodeznos, y con ellos atención y respeto a esa rica historia una excelente y bien generada energía.
Si a esas aceñas del obispo como las del cabildo, Cabañales y Olivares, se le devolvieran sus ruedas y con ellas llegara la técnica, moderna, precisa y segura, su girar constante día y noche devolvería a la red millones de esos kilovatios que se llevan una buena tajada del presupuesto municipal y el patrimonio histórico de la ciudad recobraría un detalle olvidado de esos momentos silenciosos y polvorientos a la vez que el Consistorio adelgazaría sensiblemente su déficit.
La energía despreciada por esos miles y miles de metros cúbicos por segundo, según el nivel de las aguas es de una cierta pereza social y una responsabilidad de quienes corresponde atender y resolver con eficacia y acierto los problemas y asuntos encomendados.
Ver girar armoniosas y seguras las grandes ruedas constituía casi un espectáculo y formaba parte de ese mundo que entrelazaba el campo y la ciudad en otoños inacabables y primaveras esperanzadoras. Nuestras aceñas del señor obispo y del cabildo esperan recuperar en un tiempo no lejano sus auténticas señas de identidad.
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