EL ROBO DE LA FUENSANTA, DESVELADO
Feb 24 2017

POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

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El buen sacristán Eduardo Gassó jamás habría de olvidar aquella mañana fría cuando descubrió cómo el fabuloso joyero de la Fuensanta había desaparecido. Sucedió el 8 de enero de 1977. Entre otras piezas, los ladrones se llevaron de la Catedral la corona de la Patrona, una obra en oro con 5.872 piedras preciosas, entre brillantes, diamantes, zafiros, esmeraldas, rubíes y topacios. Y también la del Niño, compuesta por 1.749 piedras, junto al llamado pectoral de Belluga, su anillo y un broche.

Las investigaciones quedaron bajo la dirección del comisario Maximino Conesa. Pero apenas dieron fruto. O eso se contó entonces. Solo trascendió que dos individuos habían entrado de madrugada al templo por la puerta de la Torre. Desde las rampas de subida y a través de un ventanuco pasaron al interior, cortaron los barrotes del museo y perpetraron el robo.

La única pista llevó al interrogatorio de un vecino de Elda, Juan Gil, relacionado con otro robo similar en Salamanca. Pero no se probó su autoría. Poco más se contó. Hasta ahora. En realidad, existió un detallado informe policial que, durante los meses siguientes, determinó cómo se había producido el robo e incluso identificó e interrogó a sus supuestos autores. Esta es la sorprendente historia que ya fue esbozada en su día por el joven periodista García Cruz, hoy subdirector de ‘La Verdad’, en la popular revista ‘Lean’, aunque entonces nadie se decidió a cerrar el caso.

Las primeras pistas

La Policía consideró probado que a las pocas horas de ejecutarse el asalto, «ya se tenía conocimiento de que, por ciertos reclusos del Centro Penitenciario de Detención, [se] había preparado el esbozamiento primero y detalle después, la forma de acceso, la provisión de material oxídrico, lugar donde estaban las llaves del museo y forma igualmente de deshacerse del botín».

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El comisario Conesa decidió entonces enviar a dos agentes a Málaga y a Sevilla, donde habían sido trasladados los presos Ginés P. J. y Jaime H. C., a quienes se consideraba cómplices del robo y para el «esclarecimiento de puntos oscuros». Y así fue.

‘La Verdad’ localizó a Ginés P. J. en una localidad de Cantabria –cuyo nombre pidió que no se publicara– y ratificó punto por punto lo que hace cuatro décadas declarara a la Policía. Sin embargo, días más tarde rehusó colaborar con la Guardia Civil, cuyos agentes lo interrogaron. Aunque el delito está prescrito, prefería aguardar silencio, según dijo a este diario, «porque rehice mi vida y tengo familia». Y según contó a la Guardia Civil, «porque no me acuerdo de nada».

En 1977 sí se acordaba. Junto a Jaime H. C. confesó cómo habían planeado el golpe. Ambos hicieron revelaciones sobre otros asaltos en diversos lugares, entre ellos «el chalé de una marquesa en la localidad de San Pedro del Pinatar», en la Cámara Santa de Oviedo y en Frejenar de la Sierra (Badajoz).

Un detalle resultó trascendental de su declaración: la mención del robo de cuatro cuadros en la Catedral de Salamanca el 5 de octubre de 1976, apenas dos meses antes del ‘golpe’ en Murcia. El ‘modus operandi’ resultó idéntico. En ambos templos operaron de noche, destrozando cerrojos y serrando barrotes.

En Salamanca pronto se localizaron a los autores: José Rico Núñez, de 31 años, y Juan Gil Cantó, de 36 años y vecino de Elda (Alicante), donde se recuperaron dos de los cuadros robados. Los otros fueron vendidos a María Antonia García Rico, a quien se detuvo como «compradora de mala fe». Y también fue arrestado su marido, Manuel Félix Junquera Sanz, acusado de falsificar el carné de identidad y, curiosamente, de hacer «uso indebido del título de marqués de Fonsanto».

En manos de ‘La Marquesa’

María Antonia, conocida como ‘La Marquesa’, fue condenada por la Audiencia Provincial de Salamanca el 24 de septiembre de 1977 como autora de un delito de receptación a la pena de cuatro años, dos meses y un día. Un Real Decreto, de 4 de noviembre de 1980, le concedería el indulto parcial. Los policías murcianos estaban convencidos de que tanto Juan Gil como María Antonia García y Manuel Félix Junquera, supuestamente en calidad de peristas, estaban involucrados en el robo de la Catedral de Murcia. De hecho, constataron que el matrimonio, solo tres días después del golpe a la Fuensanta, desapareció de su domicilio en Madrid. Se llevaron los muebles y ni siquiera pagaron las 80.000 pesetas que debían del alquiler. Y en paradero desconocido estuvieron «durante un tiempo prudencial», siempre según los informes de la Policía. Juan Gil, por otra parte, tampoco era un angelito. Ya había sido detenido en 1975 por pertenencia a una banda de atracadores.

María Antonia, en el juicio donde resultó absuelta.
María Antonia, en el juicio donde resultó absuelta.

Junto a estos, la Policía incluyó en sus informes más nombres. Entre ellos, Jaime Herrero Cortés, un barcelonés afincado en Sevilla, y José Gómez Pires Cohelo, un portugués al que apodaban ‘El Francés’ y quien en julio de 1977 estaba en la prisión de Leiría (Portugal) a disposición de un juez por diversos robos y tenencia de armas de fuego. Otro de los supuestos implicados, siempre según la versión policial, era el madrileño José Luis Pedraza López, quien también había cumplido una condena por robo.

El siguiente investigado revestía especial interés. Era un murciano, nacido en 1953 y que respondía a las siglas Luis G. G. M. Su participación en los hechos fue determinante pues, como concluyeron los investigadores, el joven había pertenecido años atrás a la Escolanía Infantil de la Catedral. Por eso, «conocía perfectamente dónde estaban [las llaves del Museo catedralicio] y así lo comunicó a sus compañeros».

La identidad de Luis se preservó hasta el extremo. Algunas fuentes señalan que por pertenecer a «una destacada familia murciana». Y resulta casi imposible rastrear hoy sus iniciales –que solo con ellas lo citaba la Policía– en las listas de niños cantores que conserva, en perfecto desorden, el archivo de la Catedral.

Cómo asaltaron el templo

Identificados los presuntos autores, la Policía cruzó las declaraciones de algunos de ellos para reconstruir el ‘iter criminis’. Los ladrones entraron a la Catedral por la puerta de la Torre, subieron tres de sus rampas y salieron al tejado tras descerrajar un candado y una cadena. Por el exterior recorrieron el suelo resbaladizo, ya que había llovido unas horas antes, y se dirigieron a la Capilla de los Vélez. No les hizo falta llevar una escalera. Alguien debió advertirles de que en la cúpula de la capilla se guardaba la que utilizaban los electricistas para revisar la iluminación exterior del templo. Desde allí, a través de una escalera de caracol que pocos murcianos conocían, bajaron a la Sacristía, al pie de la Torre, cuyo candado reventaron para hacerse con las llaves del Museo. El cómplice murciano debió advertirles de que allí se guardaban.

Una vez dentro del Museo, encontraron otra puerta. Sin problemas. Cortaron el cristal con un diamante y con un soplete abrieron un hueco en los barrotes. Las confesiones de los presos Ginés P. J. y Jaime H. C., de hecho y según el acta policial, «arrojaron luz» sobre el método empleado «para cortar los barrotes de la verja de Murcia, que es el de la aluminotermia». Luego consumaron el hurto y se esfumaron.

Más rocambolescos fueron los planes para esconder el botín. La Policía constató tres propuestas. La primera consistía en cruzar la frontera de Francia con las joyas escondidas en los bajos de un vehículo. Pero se descartó. Según la segunda, «debía hacerse cargo del material Juan Luis Cantó, y pasárselo a unos colombianos domiciliados en Benidorm, los cuales se encargarían de sacarlo».

Un envío a El Ferrol

La tercera posibilidad era utilizar un «correo certificado» a la dirección de la familia de uno los implicados, en El Ferrol. Los agentes murcianos avisaron a la comisaría gallega, pero nunca llegó el paquete. Aún hoy es una incógnita el procedimiento que se empleó y que devino en un éxito: de las joyas nunca más se supo. Hasta que, en 2016, la Guardia Civil recuperó la cruz labrada en oro con 16 esmeraldas y un collar de diamantes y aguamarinas. Fue presentado a los murcianos hace un año justo.

Cuarenta años después, no es complicado seguir el rastro de los supuestos implicados en el robo. Y algunos no pueden hablar de lo sucedido. Juan Gil falleció en Elda el 23 de diciembre de 2004. Y María Antonia también murió hace unos meses en Madrid tras sufrir un ictus. Si algo sabían, se lo llevaron a la tumba. El hermano de María Antonia aseguró a ‘La Verdad’ que su cuñado, Manuel Félix Junquera, «se encuentra muy mayor, oye poco y está convaleciente de una enfermedad. Yo le preguntaré». No lo hizo.

Entretanto, los últimos informes de Cultura y Hacienda, este último para comprobar si se hicieron facturas de las piezas recuperadas, cierran las investigación a la espera de que la juez decidida su archivo, la apertura de juicio o más diligencias. Así las cosas, aunque el misterio aún envuelve al más célebre robo perpetrado en Murcia en todos los tiempos, la revisión de los expedientes policiales y estos datos evidencian que supuestamente todo sucedió así.

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“El asalto fue organizado por un grupo de internos de la prisión de Murcia»

La llamada sorprende a Ginés P. J. No en vano han pasado cuarenta años desde aquel célebre asalto a la Catedral. Y él rehizo su vida al otro extremo del país. Aunque reacciona de inmediato en cuanto escucha que el motivo del contacto es preguntarle qué sucedió en realidad con el tesoro de la Patrona de Murcia. «¿Se refiere a la Fuensanta?», responde al instante. Y no tarda ni un segundo en reconocer que lo vivió en primera persona. «¡Habría mucho que contar…!», suspira. Lo primero es que reconoce su implicación en el ‘golpe’, aunque solo sobre el papel. Otros lo consumaron. Unos días después de la entrevista desmintió ante la Guardia Civil, que también seguía la pista del robo, cuanto había asegurado a ‘La Verdad’. En cualquier caso, el delito está más que prescrito.

–¿Conoce algo del histórico robo en la Catedral de Murcia?

–Lo conozco todo, porque lo viví en primera persona. Estaba por aquellos años ingresado en la prisión de Murcia cumpliendo condena.

–¿Y recuerda quiénes estuvieron implicados?

–¡Desde luego! Los conocía a todos, pues el golpe se fraguó entre nosotros, entre un grupo de presos. De hecho, yo fui quien lo planeó.

–¿Usted?

–Sí, señor.

–Pero no pudo cometerlo porque estaba en la cárcel.

–Exacto. Le he dicho que solo lo planeé. El robo lo llevaron a la práctica otros dos internos. Y lo hicieron en cuanto salieron de la cárcel. Yo no tuve nada que ver.

–La Policía realizó una extensa investigación que incluyó el interrogatorio de varias personas, entre ellas usted. Si tan claro lo tenían, no se detuvo a nadie.

–A mí me interrogaron, pero era evidente que no había sido el autor. Aunque tenían indicios fundados sobre quiénes eran. Lo que ocurrió es que jamás pudieron probar nada. Ni encontraron las joyas. De ahí que no se produjeran detenciones.

–Usted no es murciano y, supongo, tampoco conocía la Catedral ni lo que atesoraba su museo, ¿cómo pudo entonces planear un robo de esa magnitud?

–Tenía buenas relaciones con algunos señores relacionados con la Iglesia. Además, la información necesaria la aportó un murciano que conocía muy bien cómo y por dónde entrar al templo, además de lo que se guardaba dentro.

–¿Quién era ese murciano?

–Eso no lo recuerdo.

–En la investigación se citaba a un tal Luis G. G. M, vecino de Murcia, soltero, sin profesión y de 24 años de edad.

–(Lo piensa un instante). No me acuerdo.

–¿Sabe que la Guardia Civil recuperó dos de las piezas: un pectoral de oro y esmeraldas y un collar de brillantes y aguamarinas?

–¿De verdad? No lo sabía. Vivo tan lejos… Realmente es curioso.

–¿No sabrá por casualidad dónde está el resto del botín?

–(Risas). ¡No tengo ni idea! No sé cómo acabó aquella historia ni tampoco cómo se desarrolló. Lo que recuerdo es que el plan se cocinó dentro de la prisión y se realizó en cuanto salieron aquellos dos internos.

–A los que nunca volvió a ver.

–Nunca volví a verlos.

–Se ha contado que el autor fue, supuestamente, un tal Juan Gil, vecino de Elda.

–No es verdad. Ese no era nadie.

–Y ahora menos, porque falleció hace años. Otro de los nombres que barajó la Policía como presuntamente implicados en la trama era el de María Antonia García Rico, ¿la conocía usted?

–Había oído hablar de ella, pero desconozco si tuvo algo que ver.
Personalmente, no la conocía.

–Ni tampoco podrá hacerlo. Murió hace un par de meses.

–¡Vaya! Es que ya hace cuarenta años de aquello…

–¿Jamás se le ocurrió contar esta historia?

–¿Qué necesidad tenía? Rehice mi vida, tengo hijos. Nunca me ha interesado. Y ahora mucho menos, cuatro décadas más tarde.

–Pero lo que me cuenta, si es verdad, arroja luz sobre un caso que se considera histórico en Murcia.

–Le digo la verdad. Y lo mismo aseguré entonces a la Policía.

‘La Marquesa’, «una mujer de carácter» en Los Alcázares

La relación de María Antonia García Rico con Murcia era, hasta que falleció hace unos meses, más intensa de lo que parece. La mujer era apoderada de la sociedad C. C. Las Velas S. L., empresa encargada de la gestión de centros comerciales como el que mantiene en Los Alcázares. El marido de María Antonia era socio de la firma. Y entre los cargos figuraba el sacerdote Juan Trujillano.

Figuraba, porque también falleció en mayo de 2013 en Salamanca. Trujillano nombró a María Antonia apoderada de sus empresas y albacea testamentaria. Trujillano era el fundador del colegio La Inmaculada, en Armenteros, dedicado a acoger a niños y jóvenes pobres. Hasta que acogió también a ‘La Marquesa’ y, con el tiempo, acabaron en el juzgado.

En el centro comercial de Los Alcázares, que visitaba a menudo, la conocían bien, como asegura uno de sus arrendatarios. «Era una mujer de carácter», bromea. Y vaya si lo tenía, como pudo comprobar un magistrado en 2013 cuando la juzgó por un presunto delito de apropiación indebida en la compraventa de la antigua residencia universitaria Covadonga ubicaba, mira usted por donde, en la trasera de la Catedral de Salamanca.

El inmueble, propiedad de Trujillano, se había vendido a una sociedad que entregó a cuenta 1,2 millones para levantar los embargos. Pero las deudas no se cancelaron y los compradores denunciaron por estafa al cura y a la mujer. Trujillano murió en mayo de 2013 y durante el juicio, que se celebró en octubre, como albacea del sacerdote alcanzó un acuerdo económico con los compradores, quienes retiraron la denuncia. Hacienda solo recuperó unos 170.000 euros de otra empresa que Trujillano tenía en Murcia. ‘La Marquesa’ resultó absuelta.

Fuente: http://blogs.laverdad.es/

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