POR MANUEL PELÁEZ DEL ROSAL, CRONISTA OFICIAL DE PRIEGO DE CÓRDOBA. MIEMBRO DE LA REAL ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE CRONISTAS OFICIALES.
Cronista es una palabra llana de tres sílabas. Pero a poco que ahondemos en el vocablo se nos vislumbra un océano infinito con un contenido inconmensurable.
A modo de confesión diré que llevo navegando por él desde el año 1961 en que un querido concejal de inolvidable memoria para mí, me propuso al Pleno municipal del pueblo de mi naturaleza, que por unanimidad me nombró. No sé, ni se lo llegué a preguntar nunca, qué entendía mi benefactor por ser cronista, ni cuál tendría que ser mi tarea concreta. Se me recompensaban de esta manera en aquella lejana fecha mis trabajos históricos y mi defensa de las tradiciones.
El nombramiento no me imponía carga alguna. Todo mi futuro hacer quedaba a mi criterio. Se definía el ser, el honor conferido con el nombramiento vitalicio. Lo demás, el hacer, se daría por añadidura.
Por generosidad de la Providencia estas dos magnitudes, el ser y el hacer del cronista, me van a servir para tratar de descubrir algunos de los perfiles que definen y limitan la figura del cronista en sus justos términos.
Este año 2021 cumplo 60 años como cronista, que ya es decir. Creo que soy uno de los más veteranos, aunque no el más longevo, y esa cualidad, la de la antigüedad de mi nombramiento, me empuja a sumergirme en el piélago del mundo cronístico para aportar mi experiencia y reflexionar al modo orteguiano sobre mis circunstancias, dejando como legado un libro que no es ciertamente una crónica, sino un análisis de la realidad que todo buen cronista que se precie debe tomar en consideración.
La obra (en preparación) se llama “Régimen jurídico del cronista oficial de municipios, provincias y comunidades autónomas”, tres ámbitos territoriales, geográficos o administrativos, según se mire, sobre los que el cronista titulado debe proyectarse en su quehacer cultural, si es que él mismo se impone una tarea o se la impone el que lo haya propuesto a los efectos oportunos.
Ante todo, y a pesar de ser el nombramiento de cronista un cargo, o más exactamente un oficio, esencialmente honorífico, o lo que es igual digno de ser tenido o apreciado con respeto o recato, algunos sectarios o fanáticos censores se pasan siete pueblos para ponerlo en berlina (no en Berlín, sino en ridículo) o denostarlo.
Miren las frases que se dicen del cronista: “reminiscencia romántica”, nombramiento histórico”, y otras lindezas por el estilo como la de que “carece totalmente de valor en la actualidad”, cuestionando incluso su necesidad al existir funcionarios como los archiveros a quienes se les puede encomendar plurales cometidos más o menos conexos con las actividades o quehaceres del cronista.
. “Yo ya soy cronista”, dijo un tal Permanyer, periodista, a quien ofrecido “el cargo”, estando vacante, lo rechazó, porque “la gente podría pensar que pasaría a tener un sueldo del Ayuntamiento”. “Serlo de la ciudad no me interesa”, agregó. Sin embargo otro personaje, éste sí cronista que firmaba con el nombre de Sempronio dejó el listón muy alto, dijo el periodista que lo entrevistó, pero habría hecho exactamente lo mismo sin el cargo, apuntilló, dado que el título es meramente honorífico y no implica ninguna tarea.
No menos elogiosos son los juicios sobre el cronista de quienes lo confunden con un cargo político, al ser nombrado por el ayuntamiento, maquillando, se dice, la elección a dedo por el gobierno local de turno, sin que exista un concurso de meritos o cualquier otro filtro para obtener la supuesta prebenda. Se afirma por ello que los políticos quitan o ponen al “cronista oficial” que sea más de su cuerda o afín, sobre todo “cuando encargados de coordinar una actividad cultural o asistir a un congreso cobran miles de euros, que en un contexto de crisis tan sensible como el actual genera la crítica al colectivo”. Un cronista pagado por el Ayuntamiento sería absolutamente estúpido. Acabaría siendo el cronista del PP, del PSOE o del que fuera», concluye el desatinado.
Esto en cuanto a la primera premisa, la de su politización.
Como podemos constatar la concurrencia de las tareas de historiadores o periodistas con las propias de los cronistas, tratando de engullir aquellos a estos, pone en entredicho la figura, débil argumento, al no poderse determinar dónde empiezan las tarea de unos y dónde terminan las de los otros. Por si fuera poco el opinante añade: “¿Tiene verdadero sentido el cargo de cronista oficial en pleno siglo XXI, en la sociedad de la información, en la era de Internet, los blogs y las redes sociales?”. «En el siglo XXI no tiene sentido (el cronista oficial, en opinión de un historiador universitario) porque, felizmente, somos algunos, no muchos, los que nos dedicamos a la investigación histórica y lo único que nos faltaba es ser cronistas oficiales.
No están los tiempos para la lírica. El desarrollo de los medios de comunicación, tanto escritos como audiovisuales, ha quitado relevancia a esta tarea de registro de acontecimientos y hechos relevantes con lo que hoy en día el valor de la institución es fundamentalmente simbólico y de representación».
La segunda premisa, la de la competencia, asimismo evidencia que ninguno de los arguyentes, pontificando de esta guisa, sabe qué es un cronista oficial y cuál sea su ser y su hacer.
Perfilar la figura con rigor científico es el objetivo que nos hemos marcado. Un casi exhaustivo trabajo recopilatorio de las fuentes y paralelamente obtenida una abundante información, nos ha proporcionado argumentación suficiente para darle asiento a una figura, mejor, una institución, que cada día se considera más estable y con más futuro que pasado, si a los cronistas históricos sumamos los cronistas actuales, desde que el municipalismo los acogió en su regazo.
Muchos discursos de toma de posesión de algunos cronistas son auténticas piezas literarias de quienes elegidos para desempeñar sus cometidos, los impuestos, o los trazados por la responsabilidad propia, pueden valorarse como magistrales, sin invadir parcelas ajenas, sin pretenderlo, ni conseguirlo, porque ni uno ni otro cometido y desde un primer momento estuvieron entre sus objetivos.
Los cronistas oficiales escriben sobre el presente e investigan sobre el pasado (la crónica es como el fundamento de la historia), entre otras tareas, y una gran mayoría tienen una preparación intelectual envidiable, lejos ya de ser meritorios eruditos. Han sabido recoger el testigo de quienes les precedieron, pero al mismo tiempo que han ofrecido el resultado de sus aportaciones a la comunidad científica han continuado desempeñando la proverbial actividad de la alta divulgación en los medios de comunicación tradicionales: conferencias, clases, libros, revistas, pero también prensa, radio y televisión, y actualmente utilizando los más modernos dispositivos, como ahora se dice, o las plataformas que el avance tecnológico ha puesto a su alcance: facebook, instagram, twitter, whatsApp, videos y canales youtube, webs y blogs incluidos, y todos ellos gracias al fenómeno global llamado internet.
Con esta prolífica actividad los cronistas no se han subido a la parra, ni se han endiosado, sino que se han sumergido limpia y llanamente en la red. A los hechos me remito. El alto índice de visitas –visualizaciones se dice pedantemente, y de suscriptores que tiene nuestra web oficial, que ya alcanza el no desdeñable número multimilenario lo acredita.
El mundo digital ha sido conquistado noblemente por los cronistas para compartir los saberes de forma inmediata también on line, sin renunciar a los de siempre. Habrá que ir pensando, como nos está enseñando la furibunda crisis pandémica, en potenciar los nuevos avances y enlaces telemáticos para desarrollar una tarea más fecunda y amplia en cuanto a interlocutores, usuarios y objetivos congresuales, rotas y derrotadas las fronteras de la distancia.
Y todo ello como corolario, porque el cronista por su idiosincrasia es la persona que se cuida de fijar el pasado, y de hacer del pasado presente, seleccionando y preservando los hechos que libremente considere trascendentes, dándole cuerpo y alma a la memoria, extrayendo de aquellos la savia que le dieron vida para que en el futuro su magisterio y su enseñanza alumbre el porvenir, en definitiva fijando la identidad del territorio para el que fue elegido y asesorándolo cuando sea requerida su voz tanto en materia de cultura como en materia de patrimonio.
En este sentido el cronista es un historiador, pero también un literato, un narrador de cuentos, como lo definió el inefable García Márquez, pero de cuentos que son verdad. De aquí su importancia. De aquí su pundonor. De aquí su nobleza y su grandeza, queridos compañeros cronistas de todos los tiempos, a quienes dedico mi obra, porque por vuestra inestimable labor ejercida vocacionalmente sin contraprestaciones, es mucho más vuestra que mía.
*Texto de la Introducción del libro “Régimen jurídico del cronista oficial de municipios, provincias y comunidades autónomas” (en preparación).