EL SERVICIO MILITAR, “LA MILI”
May 22 2018

POR FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTA DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA)

El Servicio Militar obligatorio, se proyecta y crea en España por el Rey Carlos III, en el año 1770, y llega hasta  el 9 de marzo de 2001, en que fue suprimido por el  Presidente del Gobierno don José María Aznar.

Este cuerpo del Estado fue fundado para mantener la defensa de España, y en su formación imperaba un ánimo belicoso contra el invasor, por si se producía la invasión de nuestro territorio por algún Estado extranjero con deseos y querencia de apropiación.

A lo largo de este periodo de tiempo (231 años), han sido numerosas las ordenanzas,  formaciones y transformaciones que se han producido en los organigramas para hacer en cada momento más eficaz, en caso de producirse la lucha del ejército contra el enemigo, y que la historia nos demuestra fueron numerosas las intervenciones de patrullas en guerras, guerrillas, etc.

Jura de bandera de un soldado de artilleros

Con el transcurso del tiempo, se fue poniendo de manifiesto, que el Estado no podía mantener un presupuesto de mantenimiento a toda la población masculina española durante un periodo de cuatro años primero,  dedicada sólo a la formación de un ejército, que se preparaba  para la espera de una eventual guerra, de ahí que con la modernización del Ejército se llegara a la conclusión de la supresión y crear otra forma más económica y especializada en avatares guerreros.

En el año 1912 se redujo “la mili”, a tres años de permanencia del soldado en filas; en el año 1943 a dos años; a partir de 1968 a 18 meses, en 1984 nuevamente fue rebajada a 12 meses  y a partir del año 1991 quedó en 9 meses, y así se mantuvo hasta la supresión total en 2001.

Mi paseo ayer (14-5-2018) por la calle de San Nicolás, en Córdoba, (una ciudad maravillosa), me propició ver  una exposición del Regimiento de Artillería 42 instalada en el Oratorio de San Felipe Neri, con maqueta de sus edificios e instalaciones,  elementos del cuartel y fotografías de todas clases, representando tanques, cañones,  maniobras, desfiles, juras de bandera, etc, que despertaron mis vivencias del año 1953, cuando yo formaba parte de esas tropas.

Eran aquellas imágenes: dando clases, varios monitores, a la sombra de los numerosos árboles, a los soldados analfabetos, para que por designio del sargento, no saliera ningún quinto de la mili analfabeto; otras, cuando corríamos o jugábamos al balón, etc. y sobre todo cuando nos desplazábamos a los Campos Amarillos para aprender la instrucción.  Entonces los soldados íbamos en fila por caminos terrizos sin sombra, cantando y aprendiendo coplas, y sobre todas el himno de Artillería, la

Canción del RACA 42

Soy artillero valiente                           –   Cuando estés de maniobras, RACA 42                                                 entre el ruido del cañón

que con la frente muy alta                            acuérdate de tu Patria,

sabe mantener su honor                                de tu madre y tu bandera

–       Se defender a mi Patria                     y entrega tu corazón.

con la fuerza del león                                       –  Es la grandeza de España

y cuando me ve la gente                                mantener alto el honor

dicen: ¡ ahí va un español ¡                            si lo pidiera la Patria

–       Artillero, artillero                               da la sangre con valor.

del Raca 42                                                       – Soy artillero valiente

se valiente y caballero,                                  del Raca 42

se cortés y se sincero                                     que cuando me ve la gente

como soldado español.                                   dice: ¡ ahí va un español !

Son muchos los duendes que se asocian con la vida de un soldado. Si quieres conocer

las vivencias de alguna persona que haya hecho “la mili”, solo tienes que recordársela y seguro que a flor de piel tiene más de una que contar.

Mi estancia no fue larga, sólo tres meses, ya que en el sorteo de permanencia, resulté “excedente de cupo” y mi destino fue el Regimiento de Artillería 42 en Córdoba. En ese tiempo se condensaba, el aprendizaje de lo esencial de este cuerpo del ejército.

Recuerdo el primer día: a mi entrada en el cuartel me vio un paisano, ya veterano, condiscípulo en el Colegio de la Monjas Terciarias Franciscanas de Villa del Río, y de mayor amigo, Miguel Mantas Cantero, quien me acompañó y ayudó a llenar un saco con la mejor paja que había para dormir, y me contó cómo había que comportarse para convivir y pasar el tiempo entre tantos soldados.

A la mañana siguiente, instructores del Ejército, nos condujeron a la estación y subimos a vagones de madera con puertas de corredera, de un tren, con el equipaje: una maleta de madera con las ropas de paisano, y un atado con toallas, sábanas y mantas y el saco de paja que nos entregaron en el cuartel. El tren, nos llevó a Obejo, y allí, ya como nuevos “soldados” fabricamos  a la intemperie en medio de un arbolado de encinas, unas tiendas de campaña,  que nos serviría de vivienda durante nuestra permanencia en el campamento.

El comedor estaba frente a los pabellones y cocinas, formado por largas filas de tablas de panadería cubiertas con papel de enrollar, que soportaban unos listones de madera en aspa, y bancas también de madera para sentarse.

El agua escaseaba para el aseo diario y no había duchas, así que cada dos o tres días llegaban camiones cisternas que tenían acopladas cabezas de ducha y por medias docenas nos poníamos los quintos debajo de ellas unos minutos, cuando nos tocaba, para enjabonarnos y quitarnos del cuerpo el polvo de los Campos Amarillos, donde íbamos a diario a hacer la instrucción y donde soportábamos el calor, el frío, la lluvia y todas las inclemencias temporales con sacrificio y resignación, haciéndonos hombres fuertes como nos decía el sargento Rivas.

Las vísperas de fiesta, los cuarteles se quedaban semivacíos, la mayoría de los soldados disfrutaban de permiso y se marchaban a visitar a sus familias, y los lunes y días siguientes a las fiestas, los lugares de tertulia se convertían en una feria de “prueba y trueque de productos alimentarios”. Eran muchos los soldados que regresaban con comida de su tierra en el petate (chorizos los de Málaga, morcillas los de Bujalance, pan los de El Carpio, pastelería los de Rute, etc.) que enseñaban, mientras que con orgullo publicitaban su tierra que tanto recordaban.

A pesar de todas las carencias caseras, aprendí que, el cuartel es la mejor escuela para la transformación de jóvenes mimados e irresponsables en personas sensibles que analicen y juzguen, y que de él suelen surgir  amistades muy apreciadas y largas, yo conocí allí a los hermanos José y Tomás Romero Pons, maestros de primera enseñanza de Montoro, y a José Ruiz González, ferroviario de Córdoba, y desde aquella época siempre hemos sido leales amigos

En los cuarteles se imprimía una semilla de solidaridad y entereza que germinaba y nunca te abandona. Allí, a los soldados que llegaban nuevos a hacer la “mili” se les llamaba “quintos”, y a los que ya llevaban un año o más de servicio, “veteranos”

Eran los cuarteles, escuelas, donde se formaba la verdadera fusión cultural de las distintas regiones españolas y en ellos florecían nuevas relaciones y  hermanamientos entre los veinteañeros españoles que aprendían las mismas asignaturas militares y sociales, disciplinas indispensables para la vida y para el futuro  del “hombre” en el que se estaba transformando aquella juventud de savia nueva. También  supuso, para muchos, descubrir nuevos mundos, sobre todo para aquéllos que nunca habían salido de su lugar de nacimiento.

La misma “mili” con anécdotas llenas de alegrías y miserias la han contado nuestros tatarabuelos, bisabuelos, abuelos y de padres e hijos a nietos, muchos años, y casi todas con un mismo final: Los mejores recuerdos y amigos que tengo, son los de la mili …

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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