POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Cuando a Rosario Copado, traspasadas de dolor sus manos y sus pies sangrantes, abierto el costado y cuajada de heridas por latigazos la espalda, le preguntaron cuándo vendría el Mesías, la mirada pareció encendérsele mientras exclamaba: «¡No diga tonterías! ¡Cómo voy a saber eso!».
La escena sucedió un 23 de marzo de 1967, Jueves Santo, en el botiquín de la Academia General del Aire de Santiago de la Ribera, hasta donde se dirigió Rosario, de 39 años, natural de un pueblo de Jaén y casada con el brigada Antonio Leiva. La cita había sido acordada con anterioridad, aunque no muchos sabían que la mujer sería ingresada. Y mucho menos la razón: un equipo médico debía certificar la autenticidad de los supuestos estigmas que cada Viernes Santo padecía Rosario.
Aquel mismo día también trasladaron al hospital al sargento paracaidista Diego Sánchez, quien el anterior Viernes de Dolores, cuando se disponía a tomar tierra sobre El Carmolí, en Los Urrutias, se fracturó la quinta vértebra y el coxis. Mientras lo escayolaban, Rosario ocupaba una habitación contigua. Fue entonces cuando algunos comenzaron a descubrir qué le sucedía a la mujer.
Rosario, apenas cumplidos los 18 años de edad, experimentó por vez primera la Pasión de Cristo. Unos hilillos de sangre comenzaron a fluir de sus pies y manos, donde surgieron estigmas. Además, aunque la entonces joven sonreía, en su espalda se marcaron heridas que recordaban los latigazos. Pero su boca solo pronunciaba palabras inteligibles que a algunos le sonaban a arameo. Pero arameo auténtico.
Ese mismo proceso se repitió, para pasmo de las religiosas que prestaban servicio en la base militar, aquella Semana Santa de 1967. Contaría entonces el gran periodista Ismael Galiana en ‘Línea’, cuya exclusiva desafió a familiares y militares, que una de las chicas de la limpieza «se adueñó de uno de los algodones con que Rosario o su marido empapaban las heridas. ‘Por si acaso’, dicen que dijo la mujer». Ni imaginaban, incluido el buen sargento escayolado, lo que sucedería a la antigua hora sexta, que corresponde a las tres de la tarde, hora en que San Juan mantiene que comenzó la Crucifixión [Mateo, en cambio, sostendrá que fue a otra hora].
Lo comprobado es que Rosario sufrió el mayor éxtasis en ese periodo de tiempo. Así lo afirmó el doctor Enrique Luis Oliver Narbona, quien declaró que «recibí entonces una impresión que no olvidaré mientras viva».
La descripción que aportó el médico es digna de transcribir: «Más tarde me diría [Rosario] que en el Monte Calvario lucía el sol a la hora sexta, aunque se notaba la sensación a humedad, a lluvia recién caída». En ese instante, la mujer «inclinó la cabeza, dio dos terribles alaridos a la par que sus sangrantes extremidades superiores se abrían en cruz y las inferiores se entrelazaban fuertemente».
«Las heridas se cierran»
De su costado volvió a manar sangre mientras la estancia, según el doctor, «olía a ungüento antiguo». Más tarde, alrededor de las cinco y media, la estigmatizada se relajó justo cuando la tradición establece el descendimiento. Mientras sucedía este prodigio, el doctor Oliver Narbona comprobaba que la tensión y los reflejos oculares de Rosario eran normales. Su corazón latía a unas 104 pulsaciones por minuto.
Las heridas de manos, pies y costado, de las que el médico tomó incontables fotografías, eran fisuras abiertas con los bordes diferenciados. El doctor reconocía que «podrían provocarse», pero «lo asombroso es que se cierran en horas».
Así sucedió el domingo de Resurrección por la mañana, cuando Rosario abandonó el hospital con los estigmas cerrados y un tanto más delgada. Muy sonriente, se reencontró con sus cuatro hijos para retornar a una vida anónima.
La noticia se conoció a través del diario murciano ‘Línea’, desde donde se preguntaban si acaso «estamos ante una nueva Teresa Neuman», una laica mística alemana que también comenzó a sufrir en 1926 supuestos estigmas. Fue declarada sierva de Dios por la Iglesia católica en 2004 y está en proceso de beatificación.
La historia de Rosario resulta aún más sorprendente si tenemos en cuenta que no tenía vocación religiosa alguna. De hecho, confesó a su marido, aún siendo novios, lo que ella consideraba un problema: «Cada Viernes Santo me sucede esto». Y él, además de creerla, decidió convertirla en su esposa. Luego recalaron en Murcia y vivían en una casita en La Puntica (Lo Pagán). Allí, en absoluta intimidad, aguantaba Rosario sus estigmas. Salvo el año en que coincidió con el embarazado de su hijo mayor.
Sin embargo, una vecina terminó conociendo el secreto de Rosario. Y más le hubiera valido al matrimonio contar su historia colocando un cartel en la puerta de la iglesia. De esa forma, quienes no fueran a misa quizá no se hubieran enterado. Porque la vecina informó a conciencia a todos. Así que una revistilla local publicó que había en Lo Pagán una mujer que «moría Jueves Santo y resucitaba el Sábado».
Todos guardan silencio
El matrimonio se trasladó a Madrid. Aunque retornó en 1965. Y aunque muchos se empeñaran, Rosario no era una curandera ni una clarividente. De ahí la respuesta que le dio a un atrevido que quería saber cuándo volvería Cristo a la tierra. La esposa de Miguel Martínez, exfutbolista del Atlético de Madrid, también recurrió a ella en cierta ocasión para pedirle que sanara a su marido. Y Rosario le respondió: «Nada puedo hacer para que su esposo se cure. Eso sí, rezaré por él».
El caso de Rosario fue también estudiado por el eminente médico Gregorio Marañón, quien escayoló manos y pies a la mujer, socorrida prueba para desenmascarar a los falsarios. Pero los estigmas, aún debajo de la escayola, aparecieron.
Los murcianos no conocieron el final de esta historia, puesto que ‘Línea’ publicó un pequeño anunció donde advertía a sus lectores de que «por razones ajenas a nuestra voluntad y atendiendo un ruego de carácter muy especial, deja de incluirse en esta edición el último capítulo». Y así Rosario, sus estigmas y un expediente médico asombroso pasaron a engrosar la lista de misterios desconocidos, cuando no silenciados, que adornan la historia de nuestra amada y desmemoriada Murcia.
Medio siglo después, el maestro Ismael Galiana, a quien debemos que este asombroso caso se conociera en un tiempo complicado para la prensa, aún recuerda que la familia se opuso desde el principio a la publicación. Hasta conseguir que la censura se abatiera sobre la tercera parte de la historia. Pero Galiana lograría dos entregas. Hoy constituyen dos medallas más en su pecho de periodista de raza.
Fuente: http://www.laverdad.es/