POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA DE LAGOS DE MORENO, JALISCO (MÉXICO)
En torno al Doctor Mariano Azuela, hay muchos que toman como emblemática la inteligencia y vena literaria proveniente de su padre, don Evaristo; eso es totalmente falso. Azuela se refiere a él como el de “la austeridad sombría del tercero de la orden de San Francisco, en un ambiente de religiosidad caduca que niega a la alegría y niega a la vida, para mejor saborear las caricias de una madre sencilla, toda comprensión y bondad…”
Pero en torno a su abuelo materno, José María González, conocido como El Talayotito, se explaya de una manera extraordinaria:
“No bien oíanse rechinar los goznes del zaguán y las pezuñas del caballo en el empedrado, saltábamos de la cama a medio vestir y en masa nos precipitábamos a su encuentro, gritando a plenos pulmones:
-¡Mi padrecito del rancho!
-Siéntense niños. Les voy a contar un cuento.
Ni en los títeres las coplas de señor don Simón, y el asalto a la diligencia, ni el de la plaza de la Reforma Mónica la toreadora recibiendo al toro con una estrella en mitad de Ia frente, ni el señor Rea discutiendo gravemente con el payaso, levantaban aplausos tan calurosos como el Talayotito prometiéndonos un cuento.
Formándole estrecho ruedo, sentados en el suelo, pendientes de sus labios, mirándonos en sus ojos zarcos y claros como en el fondo de un pocito de agua abierto en la arena, espiábamos su palabra y su gesto. En sus carrillos totalmente afeitados brillaba una pelusilla parecida a la de los talayotes tiernos y a ellos debía el sobrenombre de Talayotito por el que era conocido entre sus viejos compañeros de la arriería, amigos y conocidos.
-Ahí tienen ustedes no más para bien saber y mal contar, que si fuere mentira, pan de harina, si fuere verdad pan será: el pan para los muchachos, el vino para los borrachos y el chirrión para los machos.
Cruzaba sus largas manos surcadas de azulosas venas y plegadas de arrugas, entrecerraba los ojos y se chupaba los dientes. Se oía el menudo rumor de la lluvia afuera.
-Les voy a contar el de Pedro de Urdimalas.
Embobecidos, no perdíamos gesto ni voz. Sin el más leve esfuerzo, como agua que mana en cascada, fluía, fluía su palabra sencilla y fácil. La frase aguda, el gesto alerta mantenían siempre fija la atención de su auditorio. Auditorio que a veces era también de amas de cría y de barbones. Con un giro de lenguaje construía un tipo, un paisaie o definía netamente una escena. Sus imágenes tan agrestes y sencillas eran de una graficidad estupenda y quedaban indelebles.
Por su sal y su gracia fue famoso. De ranchos y pueblecillos venían por él a su casa de El Ixtle, se lo llevaban y lo tenían secuestrado, haciéndole contar cuentos, mientras salían de los peroles los elotes cocidos por Otoño, o de las chirriantes cazuelas los buñuelos por Noche Buena.
Ciertamente el Talayotito conoció a «Astucia» e hizo buenas migas con alguno de los famosos “Hermanos de la Hoja” que nos dejó a perpetuidad en magníficos relieves don Luis G. Inclán, el Único. Su visión de la vida, de los hombres y de las cosas era amplia y generosa. Su brava sumisión al destino, sin resquemores ni aspavientos, propia de los que han viajado mucho, han visto mucho y han sabido vivir su vida.
Bien pasados los sesenta, después de azotar los caminos reales durante cuarenta años, arruinado por haberle prestado su firma a un camarada, viudo y con sus hijos casados, había venido a recluirse en un solar árido, a tres y media leguas de Lagos. De tarde en tarde, quizás con el intento de revivir tiempos idos, fleteaba mercancía para tierra adentro o a mercados de Michoacán. ¡Con qué ansioso regocijo esperábamos día a día las calabazas en tacha cristalizadas en almíbar, aquellos guajes ventrudos llenos de melao que se nos escarchaba en los labios! ¡Los viejos trapiches de Taretan!”
La madre del novelista, Paulina González Romo, heredó lo propio de su padre; ella era célebre por sus cuentos y leyendas que fueron tan festejados por sus nietas -una de ellas mi madre-, a quienes sentenciaba: “hijas, ya lo saben: si les toca un mal marido, ¡se divurcian, así como lo oyen, se divurcian!
Contaba que, en su primer embarazo -del que nacería el futuro novelista-, la criatura le lloró en el vientre y que una gitana le dijo que él sería famoso.
Regresando a don José María González, Azuela escribió en su Autobiografía del otro: “EI Talayotito vlvió poco más de noventa años y se fue como vivió, tranquilamente, dulcemente. Yo acababa de llegar de Guadalajara con mi flamante título de médico, cirujano y partero, y por primera vez sentí el ridículo y Ia falacia de mi respetable profesión”.
Definitivamente, si queremos averiguar el origen de la magia literaria del doctor Mariano Azuela González, todos los caminos nos llevarán hasta sus genes maternos, la de los González de la villa de Encarnación; la de Mamá Paulinita, quien tuvo una vida extraordinaria, pero esa es otra historia.