EL TEATRO DE LOS INFANTES
Feb 24 2008

POR ANTONIO PÉREZ CRESPO, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA

MURCIA

En 1862 Isabel II visitó oficialmente la ciudad de Murcia, en un viaje bastante complicado por el itinerario que siguieron. Partió del Puerto de Almería y desembarcó en Cartagena, donde fue muy bien recibida. Se había proyectado que inaugurase el ferrocarril entre Cartagena y Murcia, pero las circunstancias retrasaron su terminación, aunque el viaje se realizó, previo empalme de los raíles que faltaban por instalar y que afortunadamente resistieron la inauguración oficial.

Pocas horas después, un fuerte temporal destruyó parte del tendido de la vía, que fue revisado posteriormente, adecuándolo para un uso normal y diario. La reina se hospedó, en la Plaza de Belluga, en el Palacio Episcopal cuyo mobiliario fue completado por las familias más pudientes, que cedieron para estos fines, el mobiliario necesario.
Isabel II a su regreso del Santuario de la Fuensanta visitó el Casino de la ciudad de Murcia, siendo recibida por su presidente, Antonio Gómez Carrasco, y gran número de directivos y socios, entrando por la puerta de la calle de Lucas, única que en esas fechas tenía el Casino. Todas las calles inmediatas fueron engalanadas.

La Trapería volvió a cambiar su nombre tradicional por el de Príncipe Alfonso, al igual que otras calles, cuya nueva rotulación fue: Calle de la Proclamación, Calle de la Princesa.

Los Reyes fueron al Teatro de los Infantes por la tarde, que se inauguró esa noche -26 octubre 1862-, ocupando el palco central después de la diez de la noche, siendo aclamados por el público que ocupaba la totalidad de las localidades. Abrió la velada la sinfonía Los Diamantes de la Corona, interpretada por una orquesta dirigida por un profesor murciano; a continuación se representó La cruz del matrimonio, comedia de Luis Eguilaz, interpretada por los hermanos Romea, Julián y Florencio, y la señora Berrobianco. También se representó Mi secretario y yo, pieza en un acto de Bretón, interviniendo los actores Florencio Romea, señora Barrobianco, y Sanz y Orgaz.

Durante la velada una joven encontró en el pórtico del teatro una pulsera de brillantes, y sospechando que debía pertenecer a la reina, se la entregó a uno de los alabarderos para que se la hiciera llegar a Isabel II, que se había dando cuenta de la pérdida de la alhaja. Impresionada por el gesto de honradez de la joven, pidió que la llevasen a su presencia, pero había desaparecido, realizándose numerosas gestiones para localizarla.

Y al terminar la función, destacados hombres del Casino, entre ellos Ángel Guirao y Lope Gisbert, dedicaron poesías a la reina. La reina vistió un traje de fondo claro, con terciopelo azul celeste, guarnecido de blondas, luciendo una diadema de perlas y brillantes. El rey llevaba el uniforme de Capitán General.

En 1865 reapareció en Murcia el Entierro de la Sardina, celebrándose los Bailes de Carnaval en el Casino de la ciudad, en el Círculo Industrial y en el Salón del Teatro de los Infantes, llevándose a cabo estos últimos bailes el domingo 22 de enero, el día de la Candelaria y el 5 de febrero. En el anuncio de este último se hizo constar que se iniciaría a las once de las noche; los caballeros que quisieran entrar deberían pagar cuatro reales; las señoras estaban todas invitadas.

El teatro contaba con tres plantas: una con butacas y plateas; la segunda, con palcos; la tercera, con anfiteatro y «cazuela», tenía buena presencia, y un bello pórtico de esbeltas columnas de piedra, con ricos adornos interiores, destacando la valiosa pintura de su techo, obra de Pascual Valls.

En conjunto, el nuevo teatro ofrecía una singular armonía y delicada belleza, con butacas de terciopelo grana, palcos y plateas de proscenio de carmesí con adornos de oro. Los antepechos, pilastras, recuadros y cornisamientos lucían sencillos bajorrelieves de exquisito gusto. A los costados, boca-parte, enlazados con ricas
molduras, se veían multitud de lujos, representando los atributos de las Bellas Artes, intercalados por medallones, en cuyo fondo se veían los bustos de nuestros más célebres ingenios. Destacaba una saleta con el nombre del teatro, que se utilizó como Salón de Oriente, destinada al descanso de reales personas cuando asistieran las representaciones.

El telón de boca fue obra del pintor murciano Luis Muriel, y el techo, del pintor José Pascual Valls.

El 6 octubre 1868 se denominó Teatro de la Soberanía Nacional, y a partir de 1872 en una moción presentada por Almazán pasó a llamarse Teatro Romea, nombre que conserva.

La Plaza del Esparto, situada frente a la fachada principal del teatro, llevó el nombre de Duques de Monstpensier, en reconocimiento por el donativo que habían hecho para ayudar a la edificación del teatro.

Las obras comenzaron rápidamente con arreglo a los planos de los arquitectos Molina y Mancha, estando situado el teatro sobre la vasta extensión que ocupara el extinguido convento de los Padres Dominicos. El suntuoso edificio tenía una longitud de 64 metros, 37 de ancho y unos 15 de altura, y el Ayuntamiento se encargó de la inspección de las obras. La situación económica del presupuesto se alivio un poco gracias al donativo de los Duques de Montpensier, que fue agradecido por toda la ciudad. El Ayuntamiento continuó con el tema de las acciones. Gos Gayón, F. Crónica del viaje de S.S. M.M. y A.A. R.R. a Andalucía y Murcia en septiembre y octubre de 1862, escrito por orden de S.S. M.M., Madrid, 1863. Crespo, A. Historia del Teatro de los Infantes, de Murcia. Colección de Biblioteca de Estudios Regionales, núm. 13. Editado Real Academia Alfonso X El Sabio, Murcia, 1993. Pérez Crespo, A. El Entierro de la Sardina y el Bando de la Huerta en el siglo XIX.

DOCUMENTACIÓN: SOLEDAD BELMONTE

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