POR FULGENCIO SAURA MIRA, CRONISTA OFICIAL DE ALCANTARILLA Y FORTUNA (MURCIA).
Fiel a su destino Don Juan Tenorio se cita en tan deliciosa villa en este mes que deja clamores románticos en el alma, cuando octubre marcha con sus pasos agigantados cubriendo el suelo con las hojas de los árboles. Son lágrimas en torno al cementerio de San Javier que espera la contrición del burlador enamorado de sí mismo. Cada año, en la misma época se abre la cancela del camposanto para dar entrada a los amantes del drama mientras sus actores comienzan la función. Cada año el don Juan impenitente se pasea por este espacio sagrado para redimirse y dar rienda suelta a su ánima que espera su arrepentimiento en el sitio donde todo se acaba y comienza. Y allí, cuando el crepúsculo deja sus lánguidos rayos sobren los cipreses y apenas se asoman a las calles, donde se remansan las cruces de las tumbas; se va a desarrollar el drama del amor y de la muerte, van a pasar entre las sombras de las sepulturas las figuras que integran la tragedia de Zorrilla, que desde 1844 se viene representando en los escenarios españoles cuando suena la hora silenciosa del mes más profundo del calendario. Y bien se sabe que el poeta de todas las clases sociales vende su obra, en su tiempo, al editor Manuel Delgado por la cantidad de 4.2oo reales para poder subsistir, pues el romántico autor de” Traidor, Inconfeso y Mártir” se las tuvo que buscar para atender a sus necesidades más perentorias.
Y sí que fue su Don Juan Tenorio una obra que penetra en el sentimiento del español que ríe y llora con sus desmesuras, se encuentra bien con los actores que componen la farsa, dejando cada personaje su mensaje en el público capaz de sorprenderse con el dialogo entre el protagonista y Luis Mejía, de solazarse con la escena del sofá y los flujos de la “ apartada orilla”, deleitarse con las palabras de doña Brigida o apurar la gracia de Ciutti, el gracioso de nuestra escena. Todo ello mientras se desliza entre silencios y misterio todo el argumento de la obra que finalmente pone en trance al mismo embaucador, para, en el último término dejarse llevar por el amor a doña Inés y expurgar su culpa en una secuencia de teología exquisita que nos lleva a los autos calderonianos. El hombre que vive intensamente su sensualidad sin holgura ninguna, finalmente se somete al designio divino.
Y he aquí que todo este drama que llega al hombre intelectual y de la gleba, se acopla al cementerio de la villa, donde los actores que podemos ser cada uno de nosotros, el silencio del lugar, el contraste de sombras, las velas que los niños portan, como la figura de la Virgen del Carmen protegiendo a las Animas del Purgatorio; todo ese variado complejo de figuras y seres que se incrustan en el ambiente de fosas y trémulas luces, componen un cuadro de auto sacramental que sorprende y anuncia la tragedia donde el amor vence al final. Todo ese coro de luces y música, de siluetas que se esfuman en una espuma de fantasmagoría, refleja una alegoría de la muerte, semeja esa ribera donde la barca de Caronte lleva al último humano que busca su descanso en esta cima del dolor. El cementerio de San Javier va a estremecer a las miradas que, en la noche fáustica dejan que hable el silencio y les sacuda el influjo del arrepentimiento transportados por el misterio sublime del instante hasta que, con el finalizado aliento del más allá retengan en su corazón aquellas escenas que le hagan pensar en su más hondo sentir.
San Javier de nuevo invita a Don Juan a que cumpla su destino en esta tierra de mar y acrobacia adornando su escenario con las exequias de nuestro último fin, para que el hombre se dé cuenta de que no todo es gozar en esta vida , que no todo es deliquio. Queda este espacio de llanto y gracia preparado al Tenorio, esa sombra que vaga por los costados de la vida con su impulso desatado, fustigado por el alma que le llevará finalmente a la redención por amor. Todo ello es un auto preparado, presenciado, que San Javier hace suyo por derecho propio al poner en escena la obra del genial autor en el cementerio de la villa. Y ya lo viene haciendo desde años atrás consiguiendo premios y prestando atención a otras ciudades, ello por la inteligencia de su sus ediles que acogen al burlador en ese ámbito, donde los vecinos acuden junto a sus familiares y amigos ya extintos para recordarlos y rezarles.
En la noche del Tenorio San Javier va a dejar de nuevo su impronta en la gran representación de la obra de Zorrilla que crea uno de los personajes de la mejor estirpe literaria española junto al Quijote y Segismundo. Ya va llegando la hora y el pueblo entero se prepara para escuchar la voces de ultratumba y otear, desde el misterio de las sombras de su cementerio el dialogo del hombre con su yo ante su carrera final.
FUENTE: CRONISTA