EL TERCER EMBARAZO DE ISABEL II
Dic 01 2019

POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)

El 31 de julio de 1853 anunciaba la reina Isabel II su tercer embarazo estando en el Real Sitio de jornada veraniega. Con motivo de la feliz noticia, ya saben, la entrada de la reina en su quinto mes de embarazo, se organizó un Te Deum en la Colegiata el 31 de julio, seguido de una brillante serenata con músicas diversas. Al día siguiente continuaron las serenatas con iluminación general de toda la población. El 2 de agosto se llevó a cabo un besamanos en Palacio, repitiendo la iluminación y las serenatas. El 3 de agosto se celebró un baile al que asistieron el Sr. Turgot, embajador francés, Mr. Orway, embajador inglés y los correspondientes de los Estados Unidos, Suecia y Holanda y el embajador húngaro se presentó con el traje típico de su país. Además de las citadas legaciones extranjeras, estuvo el Presidente del Consejo de Ministros, Francisco Lersundi Hormaechea, acompañado de todos sus ministros, administradores de la Real Casa y una innumerable representación de aristócratas, políticos y hombres de negocios acompañados por sus esposas. Todo un alarde para felicitar a la reina y su consorte del feliz acaso. Aunque, para desgracia de la reina, el fruto de aquel embarazo, la infanta María Cristina, nacida el 5 de enero de 1854, fallecería a los dos días del alumbramiento.

Y no fue el único. De los doce embarazos que tuvo la reina Isabel II, sólo cinco de ellos llegaron a la edad adulta: María Isabel, Alfonso, María del Pilar Berenguela, María de la Paz y María Eulalia. Además, teniendo en cuenta que el rey consorte, Francisco de Asís Borbón, no podía concebir hijos por padecer de hipospadias, no es de extrañar que los doce embarazos, abortos y alumbramientos se hayan convertido en materia de elucubración a lo largo de la historia, especialmente en lo que se refiere a fijar la verdadera paternidad de la descendencia real.

Ahora bien, si he de serles sinceros, no entiendo muy bien, o quizás sí, esta sempiterna polémica acerca de la citada paternidad de los hijos de Isabel II. De hecho, todos ellos fueron reconocidos por su esposo, el rey Francisco de Asís, lo que me lleva a plantear la siguiente duda: si uno reconoce a un neonato como su hijo, ¿dejaría de serlo por mucho que el padre biológico fuera otro? A lo largo de los muchos años de investigación acerca de este asunto, se ha llegado a la conclusión de que el padre del rey Alfonso XII pudo ser el Capitán Enrique Puigmoltó y el Duque de Baena, Vicente Pío Osorio, a su vez, de la infanta María Isabel, protagonista de los veraneos en el Paraíso. Esta controversia, sostenida en vida de la propia reina, hubo de convertirse en un oprobio constante para aquella mujer, para su entorno y la familia, marcando su reinado y tildando su comportamiento desde lascivo a incontrolado, a la vez que dibujaba una personalidad de la reina empeñada en satisfacer sus instintos carnales sin caer en la obligación que tenía con el pueblo español de dotarle de un gobierno justo. Como muestra, no hay más que ver las caricaturas subidas de tono dibujadas por los hermanos Bécquer bajo el título “Los borbones en Pelota”. Jamás pudo esta reina escapar de tan deshonrosa fama, que hubo de perseguirla toda su vida y la persigue historiográfica y periodísticamente.

Sin embargo, este humilde Cronista se lleva mucho tiempo haciendo varias preguntas al respecto. Para empezar, que su primo carnal, Francisco de Asís, era incapaz de procrear fue conocido por aquellos que participaron en la convención en Francia que decidió su consorte. Por tanto, ¿qué se buscaba eligiendo como marido de Isabel II a un hombre incapaz de darle hijos? Después de todo, una de las funciones básicas de un monarca, sea hombre o mujer, consiste en procurar un heredero al trono como base para preservar la dinastía, así como el orden y la estabilidad del sistema. Que se lo pregunten, si no era así, a otros que las pasaron canutas para reproducirse como Enrique IV de Castilla o Carlos II de España. Por otra parte, que la reina fuera rijosa, siguiendo algunos de los artículos sensacionalistas publicados en la prensa cotidiana, no habría de resultar extraño a la conducta de los monarcas. Si no me creen, echen un ojo a Alfonso XI, que tuvo diez hijos con Leonor de Guzmán, quien, como estarán imaginando, no era la reina de Castilla. O Pedro II de Aragón, quién hubo de ser engañado para que yaciera con su esposa. En ningún caso son recordados estos reyes por su actitud libidinosa o por tener hijos naturales allá por donde fueran. El primero es recordado como “El Justiciero”, siendo “El Católico” el segundo.

Sea como fuere, nadie estudia o, más bien, juzga el comportamiento de esos reyes, continuamente escapando de sus matrimonios para yacer con otras mujeres, desde su moralidad o la falta de ella. Todos ellos pasaron a la historia como buenos o malos reyes en función de las consecuencias políticas de sus reinados y no de sus conductas personales. Para su desgracia, Isabel II siempre será juzgada primeramente por estas circunstancias personales y no por el desarrollo político, económico, cultural y social de su reinado, de importancia básica para la comprensión de la España actual, más de sus males que de sus virtudes. Durante el reinado de Isabel se intentó conformar el modelo de estado liberal sobre el que se sustenta el actual que disfrutamos o sufrimos. La precaria y asimétrica industrialización, el nacimiento del movimiento obrero, las desamortizaciones, los partidos políticos cerrados, caciquiles, máquinas para el desgobierno y la corrupción; todo ello apareció durante este reinado, aunque seguimos centrando las miserias del país ejemplarizando en el comportamiento del Jefe del Estado.

Que el reinado de Isabel II no fue bueno para España lo tengo claro a tenor de los resultados del mismo. Que la reina fuera una monarca pésima por su comportamiento en la alcoba, es otra cosa. Créanme, ya va siendo hora de analizar los reinados de una forma asexual o, por lo menos, despersonalizada. Que la Historia, no les quepa duda, se ha de analizar y comprender desde la objetividad del documento y el dato, no desde la maledicencia, el cotilleo y los rumores.

Eso o hacer lo mismo con todos los reyes y que nos quiten lo bailao.

Fuente: https://www.eladelantado.com/

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