EL TESORO MÁS OCULTO DE LA MORENICA • UN CONVENTO CUSTODIA TODO EL AÑO LA VEINTENA DE MANTOS HISTÓRICOS DE LA PATRONA, SIN QUE LOS MURCIANOS PUEDAN ADMIRARLOS NI ESTUDIARLOS
May 28 2017

POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

De hace 90 años. El manto de la Coronación de 1927, en una visita a Murcia en 2012.

Su paradero es tan misterioso como el ritual para curar la tristeza, que en Murcia siempre se llamó ‘aliacán’ y que solo mientras se realiza puede contemplarse. Eso sucede con los mantos de la Patrona de la ciudad, la Virgen de la Fuensanta. Solo es posible admirarlos durante los traslados de la imagen a la ciudad o en la multitudinaria romería de regreso al monte. El resto del año permanecen custodiados en un lugar que, siempre invocando la seguridad, pocos murcianos conocen.

La decisión de exponer estos días dos de los mantos en el Museo de la Catedral zanja una etapa en que permanecieron en poder de sus camareras, a quienes hay que reconocer la labor de cuidado y restauración de estas destacadas piezas. Son en torno a la veintena de ternos, que harían las delicias de los historiadores y de aquellos que quieran admirarlos si se mostraran todo el año en el Museo.

La vestimenta más antigua que conserva la Morenica está datada en 1862 y fue un regalo de la Reina Isabel II, quien realizó un viaje a la Región y aprovechó para inaugurar el ferrocarril que enlazaba Cartagena y Murcia, aunque no estaban terminadas las obras, lo que obligó a tender raíles provisionales que una tormenta arruinó poco después. Como tampoco estaba acabado el Teatro de los Infantes, hoy Teatro Romea, que también inauguró. El manto de Isabel II es blanco, está bordado en oro y fue confeccionado en los talleres reales.

Pero no sería el traje más original. Ese le fue regalado en 1912 por la marquesa de La Laguna, Gloria Laguna, musa de tertulias, íntima de Jacinto Benavente, fumadora compulsiva y mujer de fuste. Era una adelantada a su tiempo. Al tiempo de la Corte, donde mantenía palacio. Cierto día, en 1912, Gloria Laguna quiso honrar a la Patrona con un manto de ensueño. Dirían las malas lenguas que le propuso la idea su amante, una bella murciana que comenzó sirviendo su mesa para acabar conquistando su corazón.

El nuevo manto de la Fuensanta sería una pieza excepcional y única, a la par que moderna y atrevida. Por eso eligió a la más prestigiosa firma del mundo: Charles Frederick Worth. Aunque la seda, como no podía ser de otra forma, provenía de las factorías murcianas. Una sola pieza, sin costuras y de un blanco deslumbrador.

El traje fue realizado en los talleres parisinos de Worth, considerado el padre de la alta costura, el primero que firmó sus creaciones como si de obras de arte se trataran y el modisto favorito de reinas y emperatrices, artistas y otras celebridades de su época. Doble valor para el atuendo de la Morenica, pues sería el único que la firma francesa realizara para una talla.

Una brava marquesa

Entregado el encargo, la marquesa se dirigió al Cabildo de la Catedral para anunciar la donación. Poco imaginaba el revuelo que su regalo produciría. Porque, de forma inmediata, los canónigos se dividieron en dos grupos. Unos abogaban por aceptar el detalle, prueba evidente de que Gloria Laguna quería reconciliarse con la Iglesia. Y otros rasgaban sus vestiduras con solo imaginar que la Fuensanta luciera «un terno ofrendado por una pecadora».

La discusión en el Cabildo, en aquella diminuta Murcia de comienzos de siglo, apenas se mantuvo en secreto unas horas, causando el regocijo de los parroquianos y la inquietud de la marquesa, quien pese a todo esperó impaciente unos días. Lo hizo en vano, pues los canónigos no llegaban a un acuerdo.

Así que Gloria Laguna -aunque hay quien escribió que fue su pareja- se presentó ante la Curia para reclamar su ofrenda. Y no menos estupor causó la determinación de la aristócrata cuando advirtió de que estaba dispuesta a utilizar el manto como cubierta de su cama si es que no se consideraba digno para la Fuensanta. Consecuencia: el regalo fue aceptado.

Este espectacular manto lo estrenó la Patrona el 25 de abril de 1927, día de su Coronación Pontificia. El día antes lució uno ofrendado por María Codorniú, de terciopelo bordado en oro. Otra joya. La misma camarera encargaría para el XXV aniversario de la Coronación otro manto, en terciopelo verde y que fue realizado en el taller Petrés, de Lorca.

El siguiente regaló lo recibió en 1928, en esa ocasión de manos del Comisario de la Seda. Es de raso morado y, como curiosidad, representa todas las etapas de la vida del gusano de seda. Uno similar, en esta ocasión blanco, volvería a ofrendar el Comisario en 1959.

La campanada de los mantos valiosos la daría la ciudad de Valencia en 1958, como agradecimiento al apoyo que recibió de Murcia durante las trágicas inundaciones del río Turia. De color azul celeste, obra de los hermanos Burillo, es uno de los más espectaculares que se conservan.

El cambio de camarera de la Patrona, distinción que recayó en Pilar de la Cierva, la animó a regalarle un nuevo manto bordado en Lorca. Otro de los mantos se confeccionó en 1993 como iniciativa del Gremio de Artesanos.

El terno del presidente

En 2009, Pilar de la Cierva sorprendió de nuevo con el regalo de una nueva pieza: un brocado verde azulado decorado con flores y guirnaldas, que recordaba la moda murciana del siglo XVIII. Un año después, durante su romería de llegada a Murcia, luciría la venerada imagen el terno que le regaló la familia Molina. Y no menos célebre es el traje y el espléndido manto azul que le entregó la peña huertana La Pava.

Si generosa fue Pilar de la Cierva en su camarería, no menos se mostró el nuevo presidente de los Caballeros de la Fuensanta, Manuel María Ramón Garre, quien celebró su nombramiento con el regalo de un manto rojo que fue realizado en los talleres de Pepe Vivo. Y aquel fue un año de estrenos, puesto que en septiembre volvió a lucir la Morenica un manto huertano, en esta ocasión ofrenda de la familia López Ferre. Es una pieza de lana de color verde y bordada en colores, que incorpora el escudo de la ciudad.

Todos ellos deberían ser admirados en el Museo catedralicio, donde estarían mejor custodiados con las medidas de seguridad propias de los tesoros que son. De momento, están en poder de las monjas benedictinas que mantienen un convento junto al santuario. Convento que, por cierto, fue en su origen un hotel levantado por la familia Bernal.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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